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«El Grial de la Alianza. Un viaje en busca del Arca Perdida en Etiopía», de Manuel Fernández Muñoz

A pesar de que me considero un escéptico, y de que me empeño diariamente en distinguir la ciencia de la seudociencia y la historia de la seudohistoria, reconozco que mi adolescencia no hubiera sido la misma sin aquellos ensueños que me proporcionaron las películas de Indiana Jones ‒más cercanas al ocultismo que a la arqueología‒, los programas de Fernando Jiménez del Oso, y como postre, los mil y un libros que siguieron la estela de El retorno de los brujos (1960), de Louis Pauwels y Jacques Bergier.

Si uno leía un cómic o veía una película sobre el Rey Arturo, ¿no era tentador admirar a un investigador capaz de dar con la auténtica tumba del héroe? Fascinados como estábamos por el cine de ciencia-ficción, ¿acaso no era legítimo que también nos hechizasen los relatos sobre ovnis, que por aquellos días llegaban incluso a la prensa seria?

Aquellos chavales de finales de los setenta y comienzos de los ochenta nos dimos un auténtico atracón de paraciencias. Leímos libros de criptozoología, atendimos a charlatanes que describían el triángulo de las Bermudas, e incluso dimos crédito a los estudiosos de la telepatía y a los cazadores de fantasmas. Supongo que éramos la prueba viviente de la famosa afirmación de Chesterton: «Lo malo de que los hombres hayan dejado de creer en  Dios no es que ya no crean en nada, sino que están dispuestos a creer en todo».

Ha pasado mucho tiempo desde entonces, y hoy, con la perspectiva de los años, encuentro en aquel baúl de los misterios dos categorías de alto riesgo. Por un lado, tenemos lo relacionado con el misticismo curativo y las seudomedicinas (cuyo peligro para la salud pública es indiscutible) y también el catálogo inagotable de las conspiraciones (igualmente negativo, como se advierte con el impacto de las noticias falsas en la opinión pública).

Sin duda, conviene descartar la anticiencia, el esoterismo y la superchería, de la misma forma que conviene apartar de nuestras vidas cualquier otro fraude. Pero después de pasar ese filtro, ¿queda algo de salvable en ese temario con el que nos fascinó Jiménez del Oso? ¿Algún pecado venial tras esta acusación generalizada? Pues en cierto modo, sí. Sobre todo si esta excepción se enfoca desde una perspectiva soñadora o novelesca. Es decir, sin tomárnosla como una evidencia científica. Me refiero, por un lado, a la criptozología (esa búsqueda delirante, pero divertida, de monstruos que seguramente no existieron nunca), y por otro, a la seudoarqueología, que sin duda irrita (por muchas y lógicas razones) a los arqueólogos e historiadores profesionales, pero que a mí me ha proporcionado lecturas muy placenteras, coincidentes con esas novelas de mundos perdidos que aprendimos a disfrutar gracias a la literatura pulp o a narradores como H. Rider Haggard y Edgar Rice Burroughs.

En la seudoarqueología siempre hubo dos niveles. El más disparatado y populista lo ocupaban tipos como Erich von Däniken o Peter Kolosimo, empeñados en convencernos de que los extraterrestres ‒¡ahí es nada!‒ han dejado su huella en muchos yacimientos arqueológicos. El segundo nivel, algo más prudente, lo ocupan autores con gran capacidad especulativa, como Graham Phillips, que en Los templarios y el arca de la alianza (2004) liga el destino del Arca ‒volvemos a Indiana Jones‒ con el pasado británico. También forma parte de esta segunda fila Graham Hancock, cuyo libro más conocido entre nosotros, Simbolo y señal. En busca del Arca de la Alianza perdida (1993), leí en aquellos años en los que recuperaba cada dos por tres la película de Spielberg sobre el mismo tema.

Símbolo y señal era una lectura extraordinariamente amena, y funcionaba como una novela pulp… siempre que uno dejase de lado otras manías del autor. Por ejemplo, su certeza de que los masones dominan el mundo, su afición a ingerir ayahuasca con fines curativos o su defensa de la teoría de Correlación de Orión como clave para la construcción de las pirámides.

Supongo que para mí era difícil no contarles todo esto antes de escribir sobre un libro como El Grial de la Alianza. Un viaje en busca del Arca Perdida en Etiopía, escrito con pasión y con encanto por Manuel Fernández Muñoz. Al fin y al cabo, leer esta obra me ha permitido desandar ese camino que acabo de resumirles.

Como él mismo dice, «este libro no trata del Arca, sino más bien de la aventura que viví hasta que conseguí encontrarla». Sólo esa frase ya es todo un aviso para los lectores. Nos hallamos ante un libro de viajes muy singular, bien escrito y mejor construido que el texto de Hancock. No se le puede reprochar al autor su búsqueda del misterio ni su indagación en las enseñanzas místicas, porque ese, precisamente, es el punto de complicidad que establecerá con la mayoría de los compradores de esta obra.

Desde mi tranquilo escepticismo en torno a estos asuntos ‒un escepticismo científico que convive con el agrado y la nostalgia novelesca que aún despiertan en mí‒, he leído El Grial de la Alianza con satisfacción, sabiendo que Fernández Muñoz es el guía idóneo para visitar esos enclaves tan enigmáticos que jalonan su obra.

Sinopsis

La búsqueda del Arca de la Alianza nos llevará por medio mundo, siguiendo los propios pasos del autor, en un viaje sin retorno. En él descubriremos pruebas de la huida del pueblo hebreo de la tierra de Gosen y del origen egipcio de Moisés. Recorreremos Tierra Santa en busca de las dos Arcas, la que contenía las tablas rotas por Moisés, tras su regreso del Monte Sinaí, y la que contenía las definitivas, siguiendo el camino de ambas a lo largo del tiempo. Descubriremos las huellas de los caballeros templarios en las iglesias rupestres de Lalibela y la posibilidad de que trajeran a Europa una copia del relicario que contenía las tablas rotas por Moisés, relicario al que llamaron Santo Grial. Finalmente, todo este viaje nos conducirá a desvelar el Nombre Secreto de Dios, que se convertirá en el argumento principal de esta aventura, y con el que podríamos estar reescribiendo la Historia.

«Desde tiempos inmemoriales, hombres y mujeres de toda condición y creencias han buscado los objetos más sagrados de la tradición hebrea por diferentes razones: unos por poder, otros por dinero y muchos movidos por la fe. Este libro responde también al llamado de esa aventura, poniendo a disposición del lector toda la información que he encontrado en mis numerosos viajes a través de los diferentes países del Libro en pos de la consecución de un sueño. A diferencia de otros, yo emprendí esta búsqueda porque soy un soñador, pero lo que no podía imaginar cuando comencé mi viaje es que, al final, conseguiría encontrar lo que andaba buscando y que podría traer a nuestros días la solución a un misterio que lleva oculto más de tres mil años». Manuel Fernández Muñoz.

Manuel Fernández Muñoz es diplomado en Ministerio Pastoral y Capellanía. Escritor y viajero incansable, ha recorrido el mundo y estudiado la espiritualidad de casi todas las religiones, bebiendo de ellas directamente. Ha convivido con chamanes en Sudamérica, estudiado meditación y budismo en la India, y ha pertenecido a numerosas escuelas de mística en Argelia, Marruecos, Chipre, Turquía y Siria. Es colaborador semanal en los programas Espacio en Blanco (Radio Nacional de España) y Holístico 3.0. Autor de los libros 50 Cuentos Universales para Sanar tu Vida (Cydonia), 99 Cuentos y Enseñanzas Sufíes (Almuzara), 33 Secretos Infalibles para Atraer la Felicidad y la Paz (Cydonia), 50 Cuentos para Aprender a Meditar (Cydonia), Guía histórica, mística y misteriosa de Tierra Santa (Almuzara) y Juicio a Dios (Almuzara).

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © Almuzara. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.