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El caballero abisinio Juan de Baltasar

Valencia, 1609. De la oficina de Juan Vicente Franco, impresor de libros, sale la Fundación, vida y regla de la grande orden militar y monástica de los caballeros y monges del Glorioso Padre San Antón Abad, en la Etiopía, Monarchía del Preste Juan de las Indias, escrito por un tal «don Iuan de Baltasar Abissinio, Cavallero Monástico y Militar de la misma orden, del Reyno y Ciudad de Fatigar».

A lo largo de 24 hojas, Baltasar se nos presenta como un destacado miembro de la monarquía etíope, perteneciente a la Orden Militar de los Caballeros de San Antón Abad, dedicada a defender la fe católica en el reino de Etiopía, permanentemente acosada por sus vecinos musulmanes. Tal y como cuenta Baltasar, esta Orden Antoniana etíope fue fundada en las postrimerías del siglo IV, adelantándose en varios siglos a la aparición de las primeras órdenes militares conocidas en el Occidente europeo.

Imagen superior: icono en el que aparecen Felipe y el funcionario de Candace, reina de los etíopes. «Decidí ampliar el ámbito de estudio, ir más allá de los estrechos márgenes que suponían la bibliografía específica sobre la orden antoniana. (…) Fue así como apareció, de inmediato, la ‘Historia eclesiástica, política, natural y moral de los grandes y remotos reynos de la Etiopía, monarchía del Emperador llamado Preste Juan de las Indias’ (Valencia, en casa de Pedro Patricio Mey, 1610) del dominico valenciano Luis de Urreta; Historia a la que siguió, un año después, la ‘Historia de la sagrada Orden de Predicadores en los remotos reynos de la Etiopía’ (Valencia, en casa de Chrysostomo Gárriz). Obras ambas que, aunque publicadas de forma independiente y con títulos distintos, constituyen la primera y segunda parte del proyecto editorial que, dedicado a los cristianos etíopes, escribe el dominico Urreta (…) ¿Qué le llevó a publicar dos voluminosos ejemplares sobre Etiopía? La respuesta la encontramos en el “Prólogo a los lectores” de su primera ‘Historia’, donde el dominico nos cuenta la llegada a su convento de un misterioso caballero abisinio. Caballero que decía pertenecer a una orden militar milenaria, dedicada a defender el cristianismo de los infieles mahometanos que poblaban las costas y tierras del cuerno de África. Un caballero que viajaba con numerosos papeles donde se relataba una extraordinaria historia que no podía dejar indiferente a alguien como fray Luis de Urreta, cuya celda ‘casi era librería’, habida cuenta de la profusión de escritos, papeles y libros utilizados en la redacción de sus obras y sermones. El relato del caballero etíope, junto con los documentos que portaba consigo, constituyen el armazón sobre el que Urreta elabora unos ‘apuntamientos, o principios, o notables, para la Historia de Etiopía’ cuyo objetivo fundamental consiste en resaltar el carácter católico de los etíopes, merced a la labor evangelizadora que, en aquellas tierras africanas, realizó un reducido grupo de dominicos en el siglo XIII. Si el tratadito de Juan de Baltasar me había parecido una patraña difícil de sostener, los dos mamotretos producidos por Urreta acumulaban tantos datos fantásticos que resultaban evidentes incluso para una ignorante absoluta en la materia como era yo. (…) Si hacemos caso de la información proporcionada por Urreta, Juan de Baltasar se decía perteneciente a la élite de la monarquía etíope; una suerte de embajador extraordinario que, en nombre de su emperador, recorría Europa y Asia en pos de las más peregrinas aventuras intelectuales; un destacado caballero que había convivido con papas y nobles italianos; un aguerrido guerrero que había defendido la fe cristiana frente a los musulmanes que infestaban el Mar Rojo y había protegido a los herederos imperiales en su dorado encierro del monte Amara; un destacado estratega y experto geógrafo cuyos informes habían corrido, de mano en mano, desde la Serenísima República veneciana hasta la curia vaticana. (…) La política misionera recaía, desde hacía siglo y medio, en las coronas de Castilla y de Portugal unidas, en aquel 1608, bajo una única corona, la ceñida por Felipe III. (…) Es en este escenario cuando, a mi modo de ver, cobra sentido toda la invención etíope valenciana. Porque, de haber existido realmente Juan de Baltasar, su presencia romana se data en el último cuarto del siglo XVI, coincidiendo con el papado de Gregorio XIII, un papa muy interesado por Etiopía (…) No importa tanto que el personaje sea real, que la historia por él contada sea verídica, cuanto que sea: el poder de la palabra escrita, la importancia de la historia verdadera, que sirva como legitimación de la política que se quiere llevar a cabo. En ese sentido, Juan de Baltasar es un testigo directo, la fuente que sirve de autoridad. Él y su cartapacio de documentos manuscritos conforman el aval necesario para mantener la historia que sus protectores quieren mostrar como narrativa oficial. Algo muy habitual en la España de la época, pródiga en falsificaciones de todo tipo» (1).

Hace veinte años que me encontré con mi negro favorito, mi Juan de Baltasar. Ayer volví a recordar mis aventuras etíopes, así como las palabras de Carmen Martín Gaite sobre curiosidades varias y berenjenales diversos: “Si uno pensase en los insospechados berenjenales donde nos acaba metiendo casi siempre nuestra curiosidad por las personas y se conservase alerta de una vez para otra el miedo a las múltiples complicaciones que suelen derivarse de nuestro trato con los demás; posiblemente cerraríamos la puerta a todo nuevo conocimiento y casi estoy por decir que llegaríamos a no salir más de casa. Pero, afortunadamente, cuando surge de nuevo el interés por conocer a alguien, y más si se trata de persona enigmática o contradictoria, se atiende tan sólo a satisfacer la curiosidad en ciernes, y el mero aliciente que ello significa hace más fuerza en nuestro ánimo que los posibles recelos. Lo que yo no calculaba es que con los muertos ocurre exactamente igual que con los vivos”.

Recuerdos que emergieron visitando Olmeda de las Fuentes, patria chica de Pedro Páez, el jesuita español que evangelizó la Etiopía de comienzos del XVII y consiguió la conversión del emperador Susenyos.

(1) Cita tomada de Rey Bueno, Mar (2017). “Juan de Baltasar, caballero abisinio. Utopías etíopes en la Valencia del seiscientos”. En Pasiones bibliográficas II. Valencia: Societat Bibliogràfica Valenciana Jerònima Galés, 115-123.

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Mar Rey Bueno

Mar Rey Bueno es doctora en Farmacia por la Universidad Complutense de Madrid. Realizó su tesis doctoral sobre terapéutica en la corte de los Austrias, trabajo que mereció el Premio Extraordinario de Doctorado.
Especializada en aspectos alquímicos, supersticiosos y terapéuticos en la España de la Edad Moderna, es autora de numerosos artículos, editados en publicaciones españolas e internacionales. Entre sus libros, figuran "El Hechizado. Medicina , alquimia y superstición en la corte de Carlos II" (1998), "Los amantes del arte sagrado" (2000), "Los señores del fuego. Destiladores y espagíricos en la corte de los Austrias" (2002), "Alquimia, el gran secreto" (2002), "Las plantas mágicas" (2002), "Magos y Reyes" (2004), "Quijote mágico. Los mundos encantados de un caballero hechizado" (2005), "Los libros malditos" (2005), "Inferno. Historia de una biblioteca maldita" (2007), "Historia de las hierbas mágicas y medicinales" (2008) y "Evas alquímicas" (2017).