La figura del compositor Eduardo Torres (Albaida, 1872-Sevilla, 1834) ha sido revitalizada en tiempos recientes, sobre todo, gracias a su 150 aniversario, celebrado en 2022, y también por su relación con Manuel de Falla. Su condición de sacerdote y maestro de capilla de la Catedral de Sevilla desde 1910 no le impidió situarse a la cabeza de la vanguardia de la música española del momento, en que ejerció una remarcable influencia como compositor, pero también como fundador de la Orquesta Bética (1924), dirigida por Ernesto Halffter.
Por su concepción del arte modernista constituyó siempre un fiel apoyo para Falla y su música y, de hecho, dirigió el famoso preestreno en Sevilla de El retablo de maese Pedro, antes de la première parisina, el 25 de junio de ese año, para la princesa de Polignac, dedicataria de la obra, cuyo centésimo aniversario también ha sido celebrado en 2023.
Con gran empeño, Torres se afanó en facilitar, tanto en lo artístico como en lo técnico, las condiciones para estrenar una obra de semejante envergadura, con la ardua preparación de las voces y la orquesta, completamente inexpertas en ese tipo de repertorio, para una audición que tuvo lugar en el Teatro de San Fernando los días 23 y 24 de marzo de 1923.
Las críticas, de toda índole, no dejaron de llegar, como la escrita por Luis Claudio Mariani, en La Unión, el 25 de marzo de 1923…
«Ha sido una equivocación lamentable y un fracaso imposible de disimular por mucho que quieran dorar la píldora mis entrañables compañeros en estos ingratos menesteres de reseñar conciertos… Al terminar, el público cansado, agobiado, fastidiado por aquella monotonía insoportable, ganó las puertas más que deprisa, mientras que en las alturas cinco o seis amigos batían palmas».
…aunque otras más benevolentes llegarían desde El Imparcial en Madrid, el 30 de marzo, como la de Juan Andrés Vázquez, que hubo de recoger las impresiones del propio Torres, que situaba a Falla en un lugar de privilegiada originalidad en el altar modernista, junto a todas las ilustres figuras del momento, buena muestra de su avanzado pensamiento artístico:
«Nuestro más competente crítico, el maestro de capilla de la Catedral, don Eduardo Torres, juzga así la obra: ‘La orquesta es de una especial composición, a base de cémbalo, alma y fundamento de la parte instrumental, a la que presta un especial colorido; solamente unos veinte profesores forman parte de ella, y con tan restringidos ornamentos, ha edificado el maestro Falla un edificio sonoro de inauditas proporciones, con perfecto equilibrio de los componentes y fusión y empaste admirables. Los procedimientos, como era de esperar, son modernistas; más no del modernismo polifónico agresivo que empezó Bela Bartok y Schönberg y es seguido por Casella, Milhaud y los jóvenes ultraístas de la novísima generación, sino de un modernismo equilibrado, del mayor gusto, perfectamente lógico y fundamentado en las leyes de la más pura estética. Ni Debussy, ni Ravel, ni nadie influencian en la obra de Falla, pues a pesar de las espirituales afinidades que a ellos les han unido, Falla sigue un camino propio, en el que no se vislumbran las características propias de aquellos y que les dieron la notoriedad de que gozan. Los procedimientos del maestro español son propios de él, pudiendo afirmar que están basados en el concienzudo empleo de las resonancias naturales del acorde perfecto, único que admite en el edificio armónico. Además, en Falla se ve una robustez y una potencia expresiva de la que carecen la mayor parte de sus contemporáneos; potencia que Debussy poseía en lo íntimo y delicado solamente y que en Falla es como su propia esencia'».
No había sido la primera ocasión en que Torres saliese en defensa de la música de vanguardia –en numerosas ocasiones, tan denostada en España como en el extranjero por aficionados y entendidos–, como medida necesaria de avance y progreso cultural:
«La eliminación del Trío de Ravel, hecha a petición de un grupo numeroso de socios que no simpatizan con las modernas tendencias de la música francesa, nos parece una equivocación lamentable. Comprendemos que el público de Sevilla en general no pueda aún saborear y gozar las delicias de las audacias modernísimas del gran músico francés (…) En el arte, como en todas las esferas de lo humano, es precisa la lucha y el choque rudo de las diversas tendencias estéticas: sin estos, vendría el estancamiento y la muerte (…) Si su música es un avance o un retroceso, no es cosa que hayamos de discutir, ni es este el sitio ni la ocasión propicia para ello; lo que importa consignar es que tenemos perfecto derecho a pedir que sean oídos y esperamos que será atendida nuestra demanda» (Eduardo Torres, El noticiero de Sevilla, 22 de octubre de 1921).
Tras muchas aventuras, la voz de Eduardo Torres se extinguió en 1934, en vísperas del diluvio, tras haber compuesto, sobre todo, música para órgano, recogida en el volumen El organista español, obras religiosas, zarzuelas –con el oportuno pseudónimo de Matheu– y otras obras de índole profana, como el pasodoble. Tal noticia fue comunicada a Falla por Valentín Ruiz Aznar, otro ilustre de la música andaluza de la época.
Ha sido José Miguel Barberá Soler, en su documentada investigación Eduardo Torres y Manuel de Falla (Algorfa, 2024), quien ha iluminado estos cruciales momentos para la música española que debieran ser más transitados tanto en España como en el extranjero.
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