El primer deber de todo escritor es identificar sus obsesiones, corrientemente traducidas como temas. El segundo, disimularlas. La mejor prueba de ambos suele ser una miscelánea, como Sobre literatura, que recoge conferencias, artículos, respuestas a cuestionarios de Umberto Eco (1932-2016).
Es el Eco de formato menor pero libre de las obligaciones profesorales, el que acostumbra a redactar sus páginas más amenas (Semiótica de lo cotidiano, De los espejos, los dos Diarios mínimos).
Una obsesión de Eco es la Edad Media. La suya, por mejor decir. Contra el tópico de los siglos tenebrosos, su medievo es de luz, variedad de colores y seductores claroscuros, Dante y su poesía del intelecto. Más aún: es el umbral de la modernidad.
La parábola conduce a otra obsesión: Joyce, un tomista perdido en las vanguardias del siglo XX, intentando descubrir la lengua edénica en que hablaban Dios y Adán (otro proyecto dantesco, sólo que Dante atisbó que dicha lengua estaba por inventarse).
Buscador de la verdad en forma de lengua perfecta, Joyce inventó una nueva gramática, encerrado en la torre de Babel, que contiene un laberinto. El de Borges, que identifica el universo con una biblioteca cuyo Único Libro es infinito y exige un lector inmortal e insomne. Dios y Adán hablaban la Lengua que contiene a todas las lenguas, la de Finnegan, o sea una lengua ilegible. Eco intenta una síntesis entre ambos extremos, seducido, a la vez, por la madeja barroca y la nitidez clásica (de nuevo: Borges).
Si el mundo es un libro cerrado que admite una sola lectura correcta, los libros son mundos abiertos que aceptan infinitas lecturas, aun cuando sean circulares, porque todo círculo es también infinito. Libros que contienen las verdades del arte, las cuales, al no poderse demostrar ni confutar, son atemporales y, al educarnos para la fatalidad y la muerte, nos liberan.
No podemos salir del universo y, al querer des cifrarlo, advertimos que tampoco podemos salir de la biblioteca que atesora sus signos. Una biblioteca que es una enciclopedia que el hombre contemporáneo goza en migajas ordenadas con forme a una música ideal. Una enciclopedia que, como insiste Eco, debe reescribirse cada día, entre las invariantes de la teoría textual y las variables de la crítica del texto, dos obsesiones de nuestro escritor, y van unas cuantas. Hemos querido hallar una sola clasificación universal pero damos con incontables clasificaciones arbitrarias. Nos ocupamos en descifrar las. Al hacerlo en la trama del tiempo, construimos y deshacemos nuestra historia. Umberto Eco es uno de los maestros aparejadores de la torre.
Imagen superior: Umberto Eco, 1975 © Walter Mori/Mondadori.
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