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Cross a la mandíbula

Roberto Arlt escribió cuentos durante toda su vida, como se advierte en esta compilación (Cuentos completos, prólogo de Gustavo Martin Garzo, postfacio de David Viñas, Losada) que se inicia en 1926, el año de El juguete rabioso, y acaba el 1 de julio de 1942. con «Los esbirros de Venecia», poco antes de su muerte.

En su última etapa, el cuento y el teatro parecen haber desplazado a la novela. Es un destino fuerte de la literatura argentina y, en el caso de Arlt, una suerte de exploración de su imaginario por medio de la instantánea, la viñeta, el recuento de un narrador que escucha a otro. Se trata de un orbe claramente determinado pero que se manifiesta en fragmentos. Así, sus series El jorobadito (1933) y El criador de gorilas (1941), más las numerosas obras dispersas en Mundo argentinoEl Hogar y La Nación.

Acentúa este fragmentarismo la redacción coetánea de sus aguafuertes, las porteñas y las españolas, todavía sin recoger en su integridad, y hasta las crónicas policiacas anónimas, siempre de difícil atribución.

El último Arlt coincide con la llamada «década infame» argentina: fraude, corrupción, torturas policiales, depresión y nuevos pobres. Hoy sus infamias parecen de bicarbonato, comparadas con el cianuro de tiempos más cercanos.

La década ha dejado sus huellas en la literatura y aproxima a dos escritores tópica mente distanciados pero que hemos de observar en sus rasgos de familias: este Arlt y el Borges de Historia universal de la infamia.

Examinados con mayor amplitud, sus cuentos aluden a un momento especialmente infame en la historia de nuestra civilización: nazismo, estalinismo, colonialismo. Y, ampliando aún más la mirada, cabe ver en ellos un álbum con las actitudes recurrentes de la humanidad, una moral de la devoración enseñada por la naturaleza, a la cual el ser humano aporta una de las instituciones más empecinadas de nuestra historia: la guerra, Arlt ha insistido en la figura de la narración como trompada y del escritor como pugilista. Y, con sus señoriales astucias, sus conmovedoras ingenuidades, sus hallazgos y pifias, se advierte que, como el prosista Victor Hugo, como SarmientoArlt escribe a los tortazos, sin perder jamás su apostura de boxeador, porque el ring no es para todos.

La población arltiana es estricta y amplia: contrahechos, mendigos, ladrones, asesinos, rufianes, fulanas, burguesitos hipócritas, burguesitas igualmente hipócritas que tratan de usted a sus amantes, contrabandistas, traidores, incontables traidores.

Hasta podría verse en el cuentista a ese cuentero traidor que narra lo que sabe bajo juramento de secretismo y la condigna felonía. Lo dije antes: la gente arltiana se entredevora y hace la guerra, enfangada en la tibieza de lo que Arlt imaginó como título desdeñado de su primera novela, la que juzgo, con el permiso del lector, la mejor escrita en la Argentina: la vida puerca, Pero no la mira desde fuera, desde la religión o la revolución, como esa otra humanidad que representa la aristocracia del arte.

Arlt se implica en lo que narra, a veces seducido por la perversa fascinación de sus esplendorosos canallas, a veces compadecido de su propia miseria como parte de la miseria general. El nihilista despiadado se torna fugaz mente caritativo y retrata a los su yos como uno de los suyos, en esa mezcolanza cambalachera de ideas que desaguan en una variopinta teología fascista-leninista.

Una fantasía de apocalipsis y fin de la historia despunta en algunos de sus cuentos, donde la ira de un Dios inexistente toca el silbato de la hora final. Quizás el Creador no ama su creación y lo mejor que puede hacer por ella es disolverla en el olvido. El narrador apuesta por salvarla en un acto de memoria escrita. Es ambigua, como las mujeres de sus cuentos, siempre dispuestas a la pirueta del adulterio, pero lo atraen como ellas mismas, perdularias y encantadoras.

De ellas, Arlt ha aprendido a seducirnos, no a fuerza de disimularse en los oropeles del buen hacer retórico y profesional, sino, por el contrario, mostrándose como un atorrante (léase gamberro o macarra) que sabe mezclar sabiamente lo patético y lo torvo, como esos sabios locos que tanto le gustan y que están a punto de dar con la fórmula del explosivo apocalíptico, sin advertir que, santísimos canallas, se están inmolando para que el cuento exista y la historia merezca ser recordada.

Losada, emigrante de España a la Argentina cuando la península se tornaba inhabitable, rehace su camino y se instala en Madrid. Supo vender a siete pesos el volumen, las obras de Arlt en la venerable «Colección Contemporánea». Su presentación arltiana es, pues, muy apropiada y viene envuelta en la prosa de dos lectores destacados, un español y un argentino.

Copyright del artículo © Blas Matamoro. Este artículo fue publicado previamente en ABC y se reproduce en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")