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«Don Quijote», el sueño inacabado de Orson Welles

Hablar de una película inacabada puede parecer una pérdida de tiempo. En el caso del Quijote de Welles, esa sensación se mitiga cuando vemos el remontaje, muy discutible, que en 1992 presentó Jesús Franco. Y digo que se mitiga porque el collage de Franco invita a imaginar lo que pudo haber sido y nunca llegó a ser.

Por otro lado, siempre se ha visto a Welles como un tipo quijotesco, empeñado en quimeras imposibles y dispuesto a enfrentarse con enemigos demasiado poderosos. Al igual que años más tarde haría Terry Gilliam, Welles quiere reinventar al Ingenioso Hidalgo e introducirlo en la modernidad. Y así, a través del anacronismo, refuerza ese toque desgarrado que adquiere la aventura cuando se ambienta en un tiempo contemporáneo.

El mundo de don Quijote contrasta más poderosamente con la normalidad cuando sus delirios caballerescos se manifiestan entre coches de gran cilindrada y edificios de hormigón.

Welles conocía bien la novela, y probablemente quiso ser fiel a su espíritu. Pero también sabía que el espectador contemporáneo no descubre grandes diferencias entre el delirio medieval del Quijote y el entorno barroco en el que realmente vive. Por eso decidió modernizar la ambientación. Un detalle que, además, abarataba muchísimo la producción.

El resultado final es la interpretación de la realidad de España, a través de la clave cervantina. Por desgracia, Welles nunca terminó su película. Comenzó el rodaje en torno a 1957, lo prolongó hasta 1969 (fecha en que murió su Quijote, Francisco Reiguera), y luego lo fue retomando hasta la fecha de su propia muerte.

A la muerte de Orson, fragmentos dispersos de celuloide suscitaban la curiosidad de los estudiosos en diversos rincones del mundo. El litigio en torno a la herencia del realizador propició las habladurías en torno a dicho material. Jesús Franco, director de la segunda unidad durante el rodaje de Campanadas a medianoche y amigo del cineasta americano, se propuso como una labor sentimental la recuperación del negativo: alrededor de cuarenta mil metros de película.

Con el apoyo de Patxi Irigoyen y bajo la mirada de José María Prado, director de Filmoteca Española, Franco reconstruyó la película de acuerdo con las notas de Welles. El filme resultante se estrenó en 1992, en la Exposición Universal de Sevilla, bajo el rótulo Don Quijote de Orson Welles. No es de extrañar que la polémica en torno a dicho montaje desvaneciera toda ilusión en torno a una versión definitiva y aceptable por todos.

Con todo, nadie mejor que el propio Jesús Franco para relatar los vaivenes del Quijote wellesiano. Recogí su testimonio durante el encuentro celebrado en la Filmoteca Española el 26 de abril de 2005, y la verdad es que, al escucharle aquel día, no tuve claro dónde empezaba la verdad y dónde la invención.

En la memoria de Franco aún pervivían las muchas conversaciones que mantuvo con Welles en torno al universo cervantino. «Orson era un mago, un mistificador -explicó-. Poco a poco, se enamoró del personaje. Su primera idea consistía en rodar una teleserie para la BBC. Él interpretaría a un abuelo que contaba cuentos a una niña encarnada por Patty McCormack.» Uno de esos relatos era, justamente, el Quijote. «Pero entonces le sucedió algo que siempre le pasaba: a Welles le disgustó el resultado y decidió que la novela merecía otro tipo de tratamiento, más profundo. Ofreció ese nuevo proyecto a los productores, y cuando comprobó que éstos no lo respaldaban, decidió costearlo por su cuenta.»

De ahí en adelante, cada ingreso económico, cada nuevo aporte en la financiación del filme, fue bienvenido: «Así se entiende mejor que aceptara papeles mediocres como actor, que le servían para reunir los fondos necesarios para retomar la filmación».

Todos los datos llevan a creer que el mayor deseo de Welles era concluir su película. Pero Franco dejó caer aquel día un detalle significativo: «A mi modo de ver, Orson no quería terminar el Quijote. Deseaba conservar ese proyecto como algo propio, que viviera con él; como una ilusión, un sueño que nunca podría culminar. En el fondo, esto último le resultaba indiferente, porque era él mismo quien costeaba la película.»

Es sorprendente: la dualidad de personajes definida por Cervantes -el caballero y su escudero- también quedaba encarnada en Orson. Como don Quijote, «su vida alternaba la fantasía, la insensatez y el heroísmo. Era alguien capaz de gastar diez mil dólares a la primera de cambio, como si para él no existiera el dinero». ¿Otros gestos quijotescos? Como es sabido, «desarrollaba sus rodajes de forma demencial. Nunca daba una película por terminada. Mientras montaba El proceso, desapareció de París con sus ayudantes de montaje y se llevó en secreto todo el material. Escapando de los productores, se fue a Montoro, en Córdoba, donde siguió montando la película en su moviola. Allí permaneció a lo largo de ocho meses, hasta que dio con él la Interpol. Lo detuvieron, claro, pero ya casi estaba contento con el resultado de la película».

Al mismo tiempo, Orson era Sancho Panza; esto es, «un hombre templado, a quien le gustaba hacer las cosas ordenadamente, por el buen camino». Y por encima de todo, como señaló Jesús Franco ese día, era un intelectual de amplios recursos. «Tenía una memoria prodigiosa. Conocía la obra cervantina a la perfección, en español por supuesto. Se expresaba muy bien en nuestro idioma, aunque le daba vergüenza hablarlo.»

¿El motivo de esa timidez? Franco nos lo explicó: «Cuando vino a España de joven, quiso ser torero y acudió a la Escuela de Tauromaquia cordobesa. Aprendió español… Pero su acento era el propio de un cordobés cerrado, y claro, la gente se reía al oírle, y él ya no podía mantener la conversación».

Welles decidió vivir a fondo la vida española. «Se enamoró de España porque aquí se encontró a sí mismo -nos decía Franco-. Le fascinaban las sorpresas, los contrastes que hallaba entre distintas regiones.» A esta pasión contribuye esa interpretación quijotesca de la realidad, plasmada en una película inconclusa.

Aún resulta difícil saber por qué sus dos protagonistas permanecieron fieles al proyecto. «Aunque tuvo enemistad con productores y magnates -explicó Franco-, los actores lo amaban. Sólo eso explica que Francisco Reiguera y Akim Tamiroff estuvieran siempre dispuestos a retomar el rodaje, siempre a disposición de Orson

Obsesionado por esta obra abierta, constantemente reelaborada, Welles acabó identificando ese rodaje con su propia personalidad. Es algo que tenía claro Jesús Franco: «La película del Quijote sigue viva. Es más: si el propio Orson estuviera vivo, tampoco la hubiera terminado».

Año: 1992
Dirección: Orson Welles
Guión: Orson Welles, con diálogos adicionales de Jesús Franco
Producción: Patxi Irigoyen y Juan A. Pedrosa
Música: Daniel White
Fotografía: Juan Manuel de la Chica, Jack Draper, José García Galisteo, Manuel Mateos, Ricardo Navarrete, Edmond Richard y Giorgio Tonti
Montaje: Jesús Franco, montador de material previamente ensamblado por Maurizio Lucidi, Renzo Lucidi, Peter Parasheles, Alberto Valenzuela e Irah Wohl
Sonido: Ian Sasplugas y Ángel Serrano
Efectos especiales: Geny Jack y Dolores Olivé
Supervisores de la nueva versión: Jesús Franco y Oja Kodar
Reparto: Francisco Reiguera (don Quijote), Akim Tamiroff (Sancho Panza), Orson Welles, José Mediavilla (voz de don Quijote en la nueva versión), Juan Carlos Ordóñez (voz de Sancho Panza en la nueva versión), Constantino Romero (narrador de la nueva versión), Fernando Rey (narrador de la escena final en la nueva versión), Paola Mori, Beatrice Welles, Oja Kodar y Patricia McCormack
Duración: 111 minutos

Copyright © Guzmán Urrero Peña. Esta es una versión expandida de un artículo que escribí en el Centro Virtual Cervantes (www.cvc.cervantes.es), portal en la red creado y mantenido por el Instituto Cervantes para contribuir a la difusión de la lengua española y las culturas hispánicas.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.