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Diego Armario: » La incultura y la falta de formación son clamorosos en el periodismo actual»

A medida que pasa el tiempo y nuestra profesión pierde méritos, creo más en los periodistas de la vieja escuela. Dirán ustedes que últimamente la tengo tomada con la decadencia de nuestro oficio. No les falta razón. Por eso mismo, uno sale reconfortado después de charlar con un profesional como Diego Armario, inteligente, cordial, con una extraordinaria lucidez sobre la condición humana.

En cuanto a su experiencia, para qué les voy a contar. Ha sido director de Radio Nacional, miembro del grupo de Comunicación de la Unesco en España y de la ejecutiva del Club Internacional de Prensa, director de Proyectos Nuevas Tecnologías de la Información de RTVE y director adjunto a la presidencia del ICO.

Como escritor, ha cultivado la novela –La muerte de un Señor de Quinta (finalista del Fernando Lara 2003), La Hora Cero, Universo Alzheimer, El honor de los muertos, Hawa– y el ensayo –La España de los 50 a través de Bardem y Berlanga, El Triángulo: el PSOE durante la transición, Los tontos con poder, La segunda virginidad, El PSOE en llamas–. En fin, saquen conclusiones, y verán que nadie tuvo que explicarle a nuestro entrevistado lo que es ganarse la vida frente a un micrófono o una máquina de escribir.

Las noticias en torno a las empresas periodísticas son desesperanzadoras. La única novedad es que el drama de nuestro sector no sólo tiene motivos económicos.

En este sentido, soy muy pesimista, pero no tanto por un tema coyuntural como la crisis económica, pese a que, lamentablemente, está dejando a muchos por el camino. En realidad, la crisis del periodismo tiene una raíz distinta. Es un crisis más profunda y más difícilmente superable. Hubo una época en que el periodismo lo hacía gente que creía en esto, incluidos los empresarios del sector.

El periodista era consciente del calado social de su trabajo. Era un observador crítico de la realidad y solo dependía de su propia opción social e ideológica. Por desgracia, el periodismo hace años que ha dejado de ser un elemento crítico para ser un negocio. Y al final, cuando también ha dejado de ser un negocio, lo están cerrando.

Los modernos empresarios periodísticos no creen en este oficio. Creen en la influencia, el poder y el beneficio económico. Cuando han visto que ya no ganan dinero y que el poder al que quieren hacer cómplice no les sirve, están tirando el periodismo por la borda.

Hace bastante tiempo que los propios profesionales hemos dejado de hacer un periodismo como el que yo recuerdo en mis inicios. Ahora de lo que se trata es de seguir determinadas consignas y banderas políticas.

La alineación con unas ideas políticas es muy lícita, pero últimamente parece que cualquier información distribuida por los medios está redactada desde una trinchera. La independencia brilla por su ausencia.

Si ahora ves una tertulia televisiva, el presentador tiene a su derecha a los periodistas conservadores y a la izquierda a los izquierdistas. No hay disimulo. Además, para desempeñar ese papel buscan a los más radicales, a los menos reflexivos, a los más agresivos… Y ese es el periodismo de opinión actual. Es un periodismo que ha perdido casi todo el crédito, porque está al servicio de unos intereses y cobra por ello.

El periodismo informativo también está en decadencia, y no solo en televisión. Apenas se contrastan las fuentes y se ha ido confundiendo información con espectáculo.

Suelo hacer referencia a la Primera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos: «El Congreso no hará ley alguna que coarte la libertad de expresión o de la prensa, o el derecho del pueblo para reunirse pacíficamente, y para solicitar al gobierno la reparación de agravios». No se puede limitar, controlar o modular el derecho a la libertad expresión de los ciudadanos, y tampoco el derecho a la información.

Un ciudadano que esté informado podrá luego elegir o rechazar el candidato que se presente. Aquí ese derecho se ha ido perdiendo. Por eso soy muy pesimista.

Creo que solamente hay dos factores que permiten la independencia del periodista: tener resueltos los problemas, o tener solamente problemas. En otras palabras: solamente el que no necesita nada o el que no tiene nada para perder son capaces de hacer una información independiente.

Uno de tus libros, Los tontos con poder, me hace pensar que debemos empezar a diagnosticar adecuadamente los problemas del sector. Se echa la culpa a los políticos y a su influencia, se culpa asimismo a un público cada vez menos comprometido con la información relevante… Sin embargo, yo creo que, por injusta que suene esta generalización, la responsabilidad de esta decadencia recae en los propios periodistas, cada vez más obedientes y también menos autoexigentes.

Evidentemente, no se le puede echar la culpa a terceros… Hace muchos años, se decía que los periodistas taurinos cobraban de los toreros. Posteriormente, han dicho eso mismo de algún otro sector de nuestra profesión. En la actualidad, cualquier periodista tiene un precio. Y a veces, es un precio barato.

De hecho, he llegado a ver cómo algunos compañeros recibían un SMS de un determinado partido político, indicándoles la tesis que debían defender.

Los periodistas de opinión son completamente previsibles, y por eso mismo, han perdido su credibilidad. Lo que realmente le da valor a un profesional en este campo es que sea capaz de sorprender. Ahora sucede lo contrario: ya sabes lo que va a decir cada uno. Siempre va a defender la opción que esta representando, y si le plantean algo en contra de su partido, va a acusar de lo mismo a los de enfrente.

Hemos devaluado esta profesión. Hasta hace relativamente poco, el periodista ha sido un profesional dignamente pobre. Ya conoces esa anécdota de la duquesa de Alba: cuando la informaron de que unos reporteros la esperaban para hacerle una entrevista, ella dijo: «Uy, pobrecillos, que pasen y les den de comer».

El periodista era una persona con pocos recursos, pero con mucha dignidad. Y ahora, se ha ido perdiendo esa dignidad.

Hace treinta años también existía la rivalidad entre periodistas. Pero no recuerdo algo parecido a esta situación en la que los informadores y columnistas de distintas tendencias parecen adversarios políticos e incluso enemigos personales.

Es cierto. Tras la muerte de Franco, durante la primera etapa de la Transición, no recuerdo que los compañeros estuvieran identificados por ser más de derechas o más de izquierdas. Sí que distinguíamos a los franquistas que trabajaban en periódicos como El Alcázar, pero el resto estábamos unidos por el objetivo común de recuperar la democracia y luchar por las libertades.

Sin embargo, la etapa de la transición política fue un paréntesis. En el ADN de los españoles anida el guerracivilismo ideológico.

¿Crees que es una tensión fomentada artificialmente? ¿Realmente la audiencia es tan sectaria como ciertos tertulianos?

Históricamente, ha habido dos Españas y las sigue habiendo. Lo puedes comprobar en esos seguidores de los medios que envían mensajes o comentarios agresivos. Son más radicales que el más radical de los periodistas. Como se trata de hacer espectáculo, estos tertulianos son conscientes de que su bienestar se cotiza más si son aún más intolerantes. Este tipo de espacios, como sucede en ciertos programas del corazón, busca a gente muy peculiar, muy radical, que provoque filias y fobias. En realidad, el periodismo basura no solo existe en la prensa rosa. También se da en los espacios de contenido político.

¿Cómo hemos llegado a esta situación?

Yo pertenezco a un grupo de información confidencial, el Grupo Crónica, que lleva treinta años reuniéndose. Durante la etapa del pregolpismo, éramos nosotros los que invitábamos a un político a comer. La conversación era off the record, pero obteníamos mucha información. El grupo sigue existiendo, y es muy plural, pero empezó a notarse la incapacidad para convivir a mediados de los noventa, durante la llamada guerra digital por los derechos para la retransmisión de los partidos de fútbol, entre Canal Satélite Digital, la plataforma del Grupo PRISA, y su plataforma rival, Vía Digital, creada con el impulso del Gobierno y de Telefónica.

Hay que recordar que con la ayuda del Gobierno socialista, PRISA había podido crear Canal Plus pese a que la Ley de Televisión Privada de 1988 no incluía la televisión de pago. Jesús de Polanco llegó a decir: «No hay huevos para no darme la televisión».

Sintiéndose más poderoso que el Gobierno, el grupo PRISA cerró filas. Disciplinadamente, sus periodistas formaron una especie de muralla infranqueable. A partir de ahí, ya se advierte una falta de convivencia entre unos y otros. Más que de una diferencia ideológica, hablamos de una diferencia de intereses. No obstante, desde PRISA se dedican a decir que el patrimonio de la libertad, de la democracia y de la honorabilidad la tienen ellos. Quien piensa de forma distinta, es acusado de ser incapaz para la convivencia o de no creer en la democracia. Obviamente, ésta es una aberración que no se sostiene.

Cuando me nombraron director de Informativos y luego director de Radio Nacional de España conté con el equipo que había. No por generosidad, sino por hacer eficaz el trabajo. No son más listos los periodistas de derechas o los de izquierdas. Había gente con responsabilidades en la etapa socialista: profesionales muy competentes. No tuve ningún problema en trabajar con ellos.

En realidad, la manipulación puede ser bastante sutil. Umberto Eco dice que, a la hora de fijarnos en estas cosas, solemos atender a criterios de importancia y proporción de las noticias. Sin embargo, el montaje y la planificación también son decisivos, porque tienen un significado ideológico. Según dice Eco, si el testimonio de un determinado político aparece al final de una información, ese testimonio viene a ser un editorial: revela la tendencia del medio y subraya a los espectadores lo que deben pensar sobre el asunto.

Claro que sí. Incluso puedes diluir la importancia de un escándalo político del Gobierno de turno situando la información entre un suceso llamativo y la información meteorológica, de forma que el impacto pierda fuerza ante el interés que la audiencia tiene por las otras dos cuestiones.

Da la sensación de que hace mucho frío si uno no está resguardado por el paraguas de un partido político.

Desde que me prejubilaron en Radio Nacional, escribo libros y artículos, doy conferencias y voy a tertulias. Cuando me preguntan: «¿Y tú dónde vas?», siempre respondo: «Donde me llaman y me pagan por ir». No me condiciona si estoy en Intereconomía o en Cuatro: mi forma de expresarme va a ser la misma. Si a la edad que yo tengo me preocupara por esas cosas, sería un estúpido. La independencia es una cuestión personal. No está condicionada por lo que te paguen, sino por el respeto que te tengas a ti mismo.

¿Realmente son imprescindibles los medios de comunicación públicos?

A mi modo de ver, una radio y una televisión públicas son imprescindibles para todo el territorio nacional. Lo mismo digo a propósito de aquellas autonomías con idioma propio.

Una sola cadena por autonomía con lengua propia.

Sí, una.

Lo digo porque, por ejemplo, en Cataluña existen bastantes más cadenas públicas: TV3, Canal 33, Super 3, 3XL, 3/24, TVC HD y Esport 3. En el Canal 9 valenciano han llegado a trabajar 1.800 personas, sumando los mismos empleados que Telecinco, Antena 3 y la Sexta juntos. Todas las autonómicas han tenido o tienen plantillas ciclópeas. Eso por no hablar de las televisiones municipales: lo que llaman televisión de proximidad de titularidad pública. ¿No es todo esto un lujo insostenible para el ciudadano?

Es que el hecho de que cada cacique autonómico tenga su televisión me parece un despilfarro inaceptable incluso en época de bonanza económica. A eso hemos de añadirle que estas televisiones públicas compiten entre sí: por ejemplo, cada una ha cubierto las Copas de Europa con un enviado especial y con su infraestructura correspondiente.

Sobran televisiones públicas. Lo que ocurre es que en este momento no hay quien quiera comprarlas, porque no hay dinero.

En todo caso, lo público es fundamental, y debe cubrir aquellos espacios donde no llega lo privado. Hay sectores donde eso es evidente, como el transporte o la sanidad. En el caso de la comunicación, los medios públicos deben garantizar la pluralidad informativa y dar otros servicios fundamentales, que los medios privados no abordan porque no son rentables.

¿Y qué función cumplen los medios públicos que no puedan o no quieran desempeñar los privados?

A la hora abordar estas cuestiones, siempre se ha puesto el ejemplo de La 2. La cultura que se ofrece en esa cadena es un servicio público, que satisface a un sector del público que, por poner dos ejemplos, en Telecinco se encuentra con un programa como Sálvame, que es bazofia, y que en el resto de las cadenas se encuentra con una sucesión de teleseries.

Es verdad que la cultura también está presente en algunos canales temáticos privados, pero generalmente, éstos son de pago.

Otra cuestión que debe estar presente en la televisión estatal es el discurso unitario de lo que es España. Un discurso unitario constitucional, que se contraponga a los discursos rupturistas que llegan desde determinadas autonomías. No hay que olvidar que otra de las aberraciones que se producen en este país es que decir que eres español equivale a ser de derechas.

Evidentemente, también los catalanes tienen perfecto derecho a defender posiciones nacionalistas o independentistas desde su televisión autonómica. Para eso tienen su parlamento y sus instituciones. Las ideas siempre son libres. Nunca hay que perseguirlas, siempre que sean democráticas.

En esta línea, cuando hablo de un discurso unitario español, no me refiero a lanzar soflamas radicales contra los separatistas, sino a informar al espectador sobre las consecuencias de la independencia catalana, en términos de pobreza, de desvinculación de las instituciones europeas o de deterioro de la marca Cataluña. Es necesario aportarles a los ciudadanos elementos de juicio.

Los defensores de la televisión pública en España justifican que exista una gran partida económica para financiarla a pesar de su déficit. Pero hay alternativas. Pese a la diferencia de población entre España y Estados Unidos, la asignación que el gobierno federal asigna a su cadena pública, PBS, es parecida a la que recibe RTVE. Eso supone el quince por ciento del presupuesto de la PBS, que se financia a través de sus cadenas afiliadas, por medio de las donaciones de los espectadores y los patrocinios privados. ¿No podríamos hacer algo así en España?

Sería deseable un modelo de financiación mixta, que incluiría la aportación individual de los ciudadanos. Una aportación que no siempre es voluntaria, sino obligatoria en muchos países. Ahí tienes el ejemplo de la televisión pública portuguesa. Ahora se está hablando de privatización de su gestión, pero de momento, los portugueses siguen pagando la RTP a través de la factura de la electricidad. Aquí tendríamos que hacer lo mismo.

¿Por qué no puede ser voluntaria la aportación, como en Estados Unidos?

Porque aquí no tenemos esa cultura. Creemos que el dinero que pagamos en los impuestos se emplea para cosas inadecuadas, o para costear privilegios de las castas políticas. No pagaríamos voluntariamente un servicio de ese tipo.

Si se hiciera una nueva auditoría, nos encontraríamos con casos de despilfarro en TVE: series cuyos costes de producción se disparan en comparación con los de la competencia, estrellas de sueldo excesivo e infrautilización de sus medios, como sucede con el escaso rendimiento de los Estudios Buñuel. Pero lo más llamativo es el hecho de que haya estado subcontratando programas y servicios a productoras amigas. Por ejemplo, en su momento, Mediapro, la productora de Jaume Roures, no sólo se ocupó de programas. También facilitó al Ente público unidades móviles con parabólica, mientras TVE dejaba las suyas en el garaje. Es lógico que al ciudadano le indigne ese déficit monumental de la corporación.

Un día, durante una comida, Paolo Vasile, el consejero delegado de Telecinco, nos dijo que RTVE sería autosuficiente si se dejase de pagar esa corrupción que supone subcontratar la producción a amiguetes. Bastaría con la aportación estatal.

Pero muchas producciones se han externalizado, y muchos contratos han acabado en manos de productoras afines, como el caso de Roures que mencionas.

La externalización de los servicios televisivos ha servido para enriquecer a los amigos del poder en las comunidades gobernadas por PP y PSOE. No obstante, cuando TVE ha hecho producción propia, también ha salido muy caro, porque se hecho muchas veces con el convenio colectivo en la mano. ¿Qué significaba eso? «Mi condición laboral no me permite coger un cable. Yo soy el cámara y me limito a eso, así que tienen que venir dos tíos más conmigo para coger el cable». «A mitad de rodaje, tengo derecho a hora y media libre para un comer bocadillo»…  Eso no es competitivo. En todo caso, es verdad que esa corrupción de los favores a los amiguetes ha sido uno de los cánceres de la televisión pública.

El periodismo, ¿va a ser sólo un negocio o debería ser un servicio público?

El periodismo tiene que volver a ser un servicio público.

¿Y crees que eso es posible?

Tendrá que volver a ser alguna vez servicio público. De lo contrario, eso significaría que esta sociedad está renunciando a ser informada con objetividad.

Quizá a parte de la sociedad le importe poco. A veces, parece que triunfa eso que Revel llamó la voluntad de no saber. Me refiero al sector de público que prefiere moverse dentro del prejuicio, sin atender a razones que no provengan de su tribu.

Exactamente. Es culpa nuestra, pero también existe un prejuicio por parte de la audiencia. Hay espectadores que critican o dicen que les repugna un programa sin haberlo visto nunca. Quizá esa sospecha sea merecida, pero alguna vez tendrían que comprobar por sí mismo si el cliché es cierto, en lugar de dejarse llevar por una opinión ajena.

¿Por qué la programación de todas las cadenas de radio y televisión se parece tanto? Coinciden incluso los horarios de unos formatos que son casi idénticos.

Somos animales de costumbres. La gente quiere saber que el deporte llega al final de los informativos, y que las noticias se emiten cada hora en punto. No veo que el problema esté en que todas las cadenas sigan una misma metodología.

A mi modo de ver, el problema reside en lo que antes te comentaba: la previsibilidad de los profesionales.

Un periodista que es previsible está renunciando a resultar interesante y atractivo para los oyentes. Cuando llegué a la dirección de Informativos de RNE, quité a los políticos de las tertulias. Eso me ocasionó más de un disgusto, porque los políticos cobran por ir a esos debates. Pero era algo que no tenía sentido: un político siempre va a mantener la línea oficial de su partido. Tiene sentido que lo entrevistemos, pero carece de interés como tertuliano.

Por desgracia, tenemos periodistas que son como esos políticos. Dependiendo de su tendencia, van a ser incapaces de meterse con unos o con otros, pase lo que pase.

Seguramente soy injusto al generalizar, pero si uno compara los programas de radio y televisión de hace más de treinta años con los que se emiten ahora, da la impresión de que todo se ha devaluado bastante. Por ejemplo, la corrección y el rigor van cediendo paso a un estilo juvenil, improvisado, light, como si el reportero de turno estuviera en una fiesta de Paso del Ecuador. En realidad, da la impresión de que el periodista quiere parecerse cada vez más a su público potencial. Y por eso mismo, recurre al habla de la calle y a un cierto colegueo.

Lo importante es que cada medio de comunicación tenga su propia identidad. Y dentro esa identidad, está lo que lo que llamamos libro de estilo. Yo siempre dije que la radio que mejor suena era la cadena SER. En su momento, RNE era la emisora con mayor credibilidad, porque se atenía a un libro de estilo, a unas normas de respeto a la audiencia.

¿Qué es lo que ha cambiado? Al ir quedándose huérfana de profesionales con una formación y con un sentido ético, la radio se ha ido devaluando, al igual que sus gestores.

Siendo director de Informativos de RNE cesé a un periodista porque se le había ido el programa de las manos. Moderaba un debate y los invitados pudieron más que el. Llevaron el programa hacia donde les dio la gana y plantearon temas ofensivos. Le di otro trabajo a ese periodista, pero le cesé. No es una postura autoritaria: tienes que mantener un respeto por la profesión.

La nueva generación que ahora se incorpora a los medios tiene una idea más relajada de todo esto.

Eso de que «tenemos la mejor juventud del mundo» seguramente se dijo cuando yo era joven, y también cuando mi padre y mi abuelo lo eran. Pero es mentira. Tenemos gente joven que es estupenda y gente joven que es inútil. Hay gente joven responsable y, obviamente, también la hay irresponsable.

Tú has sido profesor. ¿Aprobarías a los alumnos de periodismo que escriben con faltas de ortografía?

No, evidentemente no.

Pues me temo que esa es parte de problema. Hubo un tiempo en el que abundaban los periodistas cultos o leídos. Incluso había figuras como Joaquín Soler Serrano, capaz de releerse todos los libros de Borges para hacerle una entrevista en A fondo.

Es parte del problema, pero yo destacaría en mayor medida algo a lo que tú hacías referencia. Me refiero a esa falta de criterio que lleva a algunos periodistas jóvenes a dirigirse a un premio Nobel como si fuera su colega. Pongo otro ejemplo: un chaval de veinte años no debería tutear a un presidente de un club deportivo que ya pasa de los sesenta.  Por desgracia, este exceso de familiaridad se da con demasiada frecuencia. He visto cómo se tutea a políticos, a científicos… Se ha perdido la conciencia de la diferencia de formación o de categoría intelectual que hay entre unas personas y otras.

De hecho, para entrevistar al autor de un libro, muchos se conforman con echar un vistazo a la solapa. Y eso acaba notándose.

Te voy a dar un ejemplo de lo que dices. Cuando se editó mi libro Los tontos con poder, me entrevistó en la SER Toni Garrido. Como no se lo había leído, y ni siquiera había visto el índice, toda su obsesión era hablar de los personajes que odiaba, identificándolos con el título. Me dijo: «En este libro hablas fundamentalmente de Aznar, que es un tonto con poder». Yo respondí: «Fundamentalmente, no. Es un libro que analiza el poder sociológica y políticamente. Hablo de Aznar pero también habló de Zapatero«. Sin embargo, él insistía: «Pero el más tonto de todos los que hay en el libro es Bush, ¿no?» Ese era su planteamiento de entrevista. Para él, solamente existían tontos entre la gente a la que le tenía fobia.

Hay periodistas que no leen libros. Ninguno. Otros a lo mejor no leen el libro del autor al que van a entrevistar, pero tienen colaboradores que sí lo hacen y que preparan un cuestionario.

La incultura, la falta de formación y el desinterés son clamorosos en el periodismo actual. Me encuentro con periodistas que no tienen ni puñetera idea de casi nada. Hay periodistas de radio y televisión que jamás escriben, porque no saben cómo contar lo poco que conocen, y porque no tienen referencias para contextualizar ese conocimiento. Ahora, con el buscador de Google, es muy sencillo consultar una referencia. Pero es que ni siquiera hacen eso.

¿Por qué los periodistas veteranos o los mejor formados se están viendo sustituidos por becarios? ¿No es dramático que un profesional competente acabe en el paro mientras se emplea a quienes no dan el nivel? El becario debería estar aprendiendo para adquirir experiencia, pero no en la primera fila.

Creo que ha sido por lo que comentábamos al inicio en esta conversación. Cualquier empresario serio, que quiere que funcione su empresa, contrata a trabajadores competentes, los forma o los contrata ya formados. Incluso tiene candidatos en lista de espera. En las empresas periodísticas, eso ya no sucede. Lo que interesa es pagar poco y tener a un chaval –hombre o mujer– que coja una grabadora y la ponga delante de la boca de otro, sin criterio, con el único fin de plantear una pregunta lo más abierta posible.

Estamos hablando de periodistas, pero no somos un segmento aislado de la sociedad. Esta falta de profesionalidad afecta a otros colectivos. O la sociedad toma conciencia de lo que está pasando, o no tendrá solución. De no ser así, se va a perder más de una generación. Es una sociedad engolfada. En esta coyuntura, el periodismo es un colectivo que tiene su importancia –o debería tenerla si recuperase su autoestima, su dignidad y su capacidad autocrítica–, pero lo cierto es que el resto de la sociedad es un calco de lo que somos nosotros.

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Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.