Bernd Alois Zimmermann fue un compositor alemán cuyo centenario de nacimiento (Bliesheim, cerca de Colonia, 26 de abril de 1918) se celebra este año. Es autor de una sola ópera, Die Soldaten, estrenada en Colonia en 1965. Tras una complicada elaboración, la ha elegido el Teatro Real de Madrid para su presente temporada, ocasión que supone su estreno español.
Se trata de una obra que, singularmente y pese a sus problemas de puesta en pie, ha merecido entrar tímidamente en el repertorio, cosa rara en un título contemporáneo que suele ser “flor de un día”. Últimamente se ha cantado, fuera de Alemania, en Amsterdam, Zúrich, la Scala milanesa y Buenos Aires. No es despreciable tal recorrido.
El argumento deriva de una pieza teatral del mismo título de Jakob Lenz, asimismo protagonista de una ópera de Wolfgang Rihm (Hamburgo, 1979). En 1930 el berlinés Manfred Gurlitt (1890-1972) compuso sus propios Soldaten, orillados (puede que de momento, en este mundo nunca se sabe del todo) por los de Zimmermann en otro al golpe de aciaga suerte: Gurlitt fue también autor de un Wozzeck igualmente oculto tras el éxito continuo de la homónima partitura de Alban Berg. Para interesados, las dos obras de Gurlitt están grabadas por Gerd Albrecht: Wozzeck en 1993 y Soldaten en 1998.
Ópera moderna en el sentido más exacto de la palabra, con un lenguaje atonal rabiosamente agresivo, involucrando a un efectivo orquestal inmenso, en el que predomina ostentosamente la percusión, estos Soldaten supusieron, en 2018, el ruidoso regreso al escenario madrileño del director de escena Calixto Bieito, quien anteriormente había estado allá presente con un Wozzeck (2007). Una producción tan alabada como, para quien escribe, confusa y gratuitamente provocadora, de cuyo montaje parece un poco heredera la producción bieitiana. Sobre todo, por aquella misma escasa concreción escénica.
Bieito instala en 2018 un enorme tinglado en el escenario (Rebecca Ringst), donde coloca al director y a la nutrida orquesta, obligando a una batuta accesoria a instalarse frente al escenario para así poder dirigir a los cantantes. Estos hacen su juego paralelos al proscenio, bien diferenciados ‒menos mal‒ (especialmente en el vestuario: Ingo Krügler) en su particular psicología. El montaje, sin decorados que precisen el momento exacto de la acción, tiene por momentos cierto aire de función semi-representada.
Amparado por la monumentalidad sonora de la obra, Bieito monta uno de sus espectáculos típicos, donde el afán por asombrar, aguijonear o asustar al público parece erigirse sobre cualquier otra consideración artística. Consigue un excelente trabajo actoral de todos los cantantes, en particular de la protagonista Marie, una impactante Susanne Elmark que no en vano ha hecho de esta parte un pilar importantísimo de su actividad.
A su lado, todos merecen la cita y el elogio: la veterana Hanna Schwarz (madre de Wesener, el padre de Marie), el bajo Pavel Daniluk (el propio Wesener), Leigh Melrose (el sufrido Stolzius por capricho del regista sodomizado en escena), Iris Vermillion (dominante madre del anterior), Martin Koch (el impresentable Desportes) y el larguísimo etcétera, sin olvidar a Nadine Nadelmann, que apechugó con la escritura vocal más inoportuna y exigida, mucho mayor que la del resto del equipo, por lo demás asimismo terriblemente comprometido en términos instrumentales.
La extraordinaria labor de Pablo Heras-Casado (y la de su alter ego Vladimir Junyent) fue premiada justificadamente por el entusiasmo final de público, puede que también aliviado en parte por la conclusión de tan aparatosa y onerosa partitura. Un éxito, por la reacción de la crítica oficial, igualmente para Bieito aunque su trabajo (repuesto por Barbora Horakova) no alcance la intensa profundidad del de Harry Kupfer en Stuttgart ni el de Alvis Hermanis en Salzburgo, más conformes con el original y de superior variedad visiva.
Zimmermann se suicidó en 1970.
Imagen superior: Susanne Elmark y Uwe Stickert en «Die Soldaten» © Teatro Real / Javier del Real
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