Dexter es mi serie. Lo he reconocido finalmente, después de negármelo durante demasiado tiempo. Dudé muchos meses en verla, porque me resistía a aceptar la cacareada premisa moral de “psicópatabuenoquesolamentematapsicópatasmalos”. La verdad es que el vial de la primera temporada va por otro lado: “Personaquenosientenadaporsus¿semejantes?debedisimularquesientealgo”.
Ahí es donde me agarró.
Lo bueno de Dexter es que la primera temporada es la mejor. Me saca un poco de mis casillas que me digan “Tienes que ver Buffy la cazavampiros” o “Tienes que ver Lost” y, cuando me defiendo: “Vi varios episodios de la primera temporada y me pareció una basura”, me repliquen: “Sí, los primeros son una porquería. Pero tienes que ver a partir de la 4ª temporada. ¡Ésa sí que es alucinante!”.
Tócate los cojones. Porque lo dice David Muñoz y porque lo dice Nacho Vigalondo, y entonces sé que encima es verdad, pero malditas las ganas que uno tiene de endilgarse treinta horas de algo para llegar a la parte buena y descubrir de regreso que la buena de verdad es Aída.
Con Dexter no pasa eso: es una serie como las de antes, la primera temporada es la mejor. ¡Albricias!
También es como las de antes en que su cabecera y su sintonía son de las que marcan época. ¡Cuántos niños crecerán y recordarán en veinte años la música de Dexter con lúgubre alegría… y dirán: qué década!
De hecho los dos o tres primeros capítulos no son muy buenos. Pero enseguida despega y todo el resto de la temporada resulta trepidante y brutal. Y el epílogo, modélico. La trama además es puro género: Dexter aparenta estar rodada antes de Los Soprano y demás series con mirada pretendidamente realista, y se agradece.
La recta final parece extraída de una saga potente de Spiderman. Todos acaban siendo prácticamente de la familia… Supongo que las buenas series de ahora son como los buenos cómics seriados de antes. Y los buenos cómics seriados de ahora… bueno, no sé tanto cómo son. Pero desde el Alias de Abrams no me había enganchado con tanta euforia a una serie yanqui.
Lo realmente maravilloso de Dexter es que plasma la alienación social desde su supuesto más radical. Dexter vive mintiendo… y matando. No sé cuánta gente lo hace (lo de mentir), pero en mi vida adulta, yo me siento Dexter. Y no soy una persona que tenga excesivos problemas en reconocer sus vicios. Pero Dexter soy yo, cagoendiós. Mentir, mentir, mentir. La vida adulta.
Ser adulto es disimular.
La segunda temporada de Dexter empieza muy bien, pero descarrila en sus dos tercios. Y además comienza a edulcorar el personaje, lo traiciona, lo agua y rebaja para hacerlo más digerible: ya no es el individuo que no experimenta empatía por nadie, ahora hasta desarrolla buenos sentimientos hacia su familia postiza. De pronto, se convierte sólo en un señor que mata por pulsión pero a quien, como él quiere a la gente buena, deseas que no le descubran.
La tercera empieza mal, o como mínimo desangelada. La vi solamente porque el coprotagonista es Jimmy Smits. Y, como todo el mundo sabe, Jimmy Smits mola. (Y Desmond Harrington, ni te cuento.)
Es interesante cómo se plantea una amistad en la que Dexter encuentra la horma de su zapato: un tipo que miente tanto como él. Es interesante que la clase de mentira patológica de Smits esté basada en la tipología latina: el hombre que se llena la boca de amor familiar y conyugal y está lleno de mierda, frente al estoicismo anglosajón de Dexter.
La moralina sigue aumentando: para ser una serie adulta, muy adulta de hecho, alguna subtrama resulta lamentable (como el intento de abducción de la hermana de Dexter por Asuntos Internos) y bochornosa (la parrafada de arrepentimiento íntimo del policía Angel Batista ante la colega que le detuvo en una redada antiprostitución).
Hacia el último tercio, de repente, el entretenimiento correcto remonta y vuelve a rozar la panza de una nube de genialidad: se establece un duelo de mentirosos en el que se mide quién la dice más gorda. Incluso podía habérsele sacado más partido a esa situación (ojalá hubiera vertebrado toda la tercera temporada), pero aun así prende cierta chispa magistral.
Dicho esto, también es justo aclarar que la única temporada que recomiendo encarecidamente (a cualquier fan, por remoto que sea, del género negro, del suspense y el pulp) es la primera. Incluso artísticamente la encuentro una chulada: esos rojos y verdes saturados, qué molones.
Yo seguiré viendo Dexter… porque el tío me cae bien y uno se desahoga viéndole matar y pasar apuros.
Y porque, viéndola, agradezco que mi compulsión sea otra.
O sea: el entretenimiento catártico perfecto.
Copyright del artículo © Hernán Migoya. Previamente publicado en Comicsario, un blog para la fenecida editorial Glénat España. Reservados todos los derechos.