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De simple cueva a Patrimonio de la Humanidad: El monasterio de Suso

¿Quién hubiera podido haberle insinuado, rondando el 560, a San Millán, aquel ermitaño que había buscado cobijo en unas cuevecitas de la Sierra de la Demanda para continuar dedicando su vida a Dios, que su morada se constituiría en germen de un importante convento, tanto que muchos siglos después se le honraría con el distintivo de Patrimonio de la Humanidad?

Con seguridad que él no lo hubiese creído, pero así ha ocurrido.

Según cuenta su biógrafo, San Braulio (1), el eminente obispo cesaraugustano que fuera amigo personal de San Isidoro de Sevilla, Millán o Emiliano era un pastorcito de origen humilde al que se le esclareció su vocación mediante un sueño. Después de algunos años de formación en la vida eremítica junto a San Felices, un afamado anacoreta asentado en los Riscos de Bilibio cerca de Haro, el santo se retiró a un abrigo natural en los Montes Distercios (hoy Sierra de la Demanda) para ejercitar lo que había aprendido con Felices.

Al cabo de cuarenta años, fue nombrado presbítero de Berceo por Dídimo, obispo de Tarazona. Poco después, tras unas desavenencias con Dídimo, retoma hasta el final de su vida el aislamiento ermitaño en unas cuevas de la Sierra de la Demanda, próximas al actual pueblo riojano de San Millán de la Cogolla.

La propagación de una bien ganada fama debió de atraer a no pocas personas a su cueva para visitarlo. Probablemente, algunas de ellas se sintieron atraídas por su forma de vida y se instalaron en cuevas cercanas a la suya, llegando a convertirse en discípulos. Sin ir más lejos, Citonato, Sofronio, Geroncio y Potamia, de cuyo testimonio se vale Braulio para escribir su vida entre el 635 y el 640, o el presbítero Aselo, que lo asiste en el momento de la muerte, pudieron figurar entre ellos. Lo mismo podría pensarse del grupo de religiosos que, según Braulio, acudieron a sus exequias. Por lo tanto, es bastante seguro que existiera una especie de comunidad ermitaña entorno a Millán.

Tanto la introducción escrita por Braulio a la Vida de Millán, como una carta posterior enviada por el obispo de Zaragoza a su hermano Fronimiano (2), a quien ya antes hubiera encomendado el texto de la Vida para corregirlo, y que en el momento de redacción de la carta parecía haber sucedido a Citonato en el cargo de abad de Suso, avalan la idea de la fundación de un cenobio junto al sepulcro de Millán tras su muerte acaecida en el 574. Un hecho que la arqueología confirma cada vez con mayor seguridad: Caballero Zoreda (3), en un estudio arqueológico e historiográfico sobre la iglesia de San Millán de Suso, pone de relevancia la existencia de una primera edificación premozárabe de la misma, que podría ser visigoda, como extensión a las cuevas. De otra parte, las excavaciones que iniciara Arcadio del Castillo Álvarez (4) durante los años setenta en la ladera derecha de la montaña, en la que se incrusta el monasterio, ponen de manifiesto la existencia de unos enterramientos en covachas artificiales, que él fecha en el siglo XI, y otras inhumaciones de cronología anterior.

Imagen superior: cenotafio de San Millán (Autor: Rafael Nieto, CC).

Aunque desde Braulio no se vuelva a disponer de documentación escrita sobre el cenobio de Suso hasta el siglo X, el contexto arqueológico del monasterio con sus diferentes niveles de cuevas, con sus necrópolis y, además, esa primera fase arquitectónica de la iglesia, anterior al templo mozárabe, anexa a la cueva donde estuvo enterrado el santo hasta que en 1030 se trasladaran sus restos mortales al nuevo monasterio de Yuso, refrendan la muy posible pervivencia del cenobio durante la época de dominación musulmana.

Además, como ha señalado Francisco Javier García Turza (5), el estudio de la toponimia de esta zona deja entrever que el grado de arabización cultural y lingüístico no debió ser muy alto y que, por el contrario, abundan los nombres de origen latino. Este hecho implica que, aunque hubiese emigraciones cristianas a las montañas del Norte, que las hubo, se mantuvo en La Rioja un núcleo de población cristiana suficientemente amplio que pudo haber incluido también a cenobios como el Emilianense. No de otra forma podría explicarse que tan solo diez o veinte años después de la reconquista de La Rioja, entre el 933 y el 946, el Scriptorium del monasterio, a manos del monje Jimeno, produjese copias de la calidad de las contenidas en el códice 1007B (Archivo histórico de Madrid) o en el RAH 25 (ejemplar de las Etimologías de San Isidoro de Sevilla).

Una tarea de esta envergadura, con todas las labores accesorias que conlleva la puesta en marcha de un Scriptorium, es casi imposible suscribírsela a una comunidad monacal recién instalada en Suso, en el caso de que se pretendiera sostener la no continuidad de la vida del cenobio durante esta etapa y el advenimiento de nuevos monjes al edificio abandonado de Suso. ¡No cabe duda de que, en este caso, los recién llegados hubieran tenido que ocuparse primero de restaurar la iglesia y otras instalaciones antes de darse a la tarea de copiar!

Con la conquista de Nájera y Viguera en el 923 por el rey Sancho Garcés I de Pamplona, quedaron sometidas al reino pamplonés dichas plazas, además de sus tierras y el resto de núcleos menores próximos a ellas. Desde ese momento, se hizo sentir de forma clara la presencia cristiana en La Rioja Alta. Una presencia que, sin lugar a dudas, se vería acompañada de la necesidad de repoblar y controlar los nuevos territorios. Para tal empresa los reyes navarros no dudaron en echar mano de los monasterios (6). Así, abadías como las de San Millán de la Cogolla o la de San Martín de Albelda se convirtieron en puntos de primera referencia. Ni que decir tiene que la nueva política favoreció positivamente al convento emilianense, pues a partir de entonces la prodigalidad de las donaciones de reyes navarros, primero, y castellanos, más tarde, contribuirían a ampliar notablemente sus dominios. El trabajo en la abadía, de otra parte, fue impulsando un movimiento de repoblación en las inmediaciones del monasterio que paulatinamente daría origen al pueblo riojano de San Millán de la Cogolla.

De la importancia que llegó a tener el convento de Suso fue testimonio su magnífico Scriptorium que, como se ha indicado anteriormente, ya hacia el 933 contaba con copistas de la categoría del monje Jimeno. Sin embargo, su impronta en la historia de nuestra lengua no solo ha quedado marcada por la rareza de los manuscritos que nos ha legado, sino también por ser fuente de procedencia de las famosas Glosas Emilianenses que, fechadas a principios del siglo XI, constituyen el antiquísimo vestigio del castellano como lengua con estructura gramatical. Y, por si fuera poco, fue en este monasterio donde a principios del siglo XIII Gonzalo de Berceo escribiera sus poemas en castellano, el “román paladino” de Gonzalo, convirtiéndose en el primer poeta no anónimo de la lengua castellana.

Cuando se habla de las razones que avalaron la decisión de conceder la designación de Patrimonio de la Humanidad a los conventos de San Millán de Suso y de Yuso, es, por tanto, necesario insistir en esa reflexión sobre la trayectoria histórica del complejo conventual que, sin lugar a dudas, se halla también íntimamente unida al significado que tuvo el santo en La Rioja y fuera de ella.

En efecto, la comunidad de Suso, como ya se ha dicho, se originó junto al sepulcro de san Millán a expensas de la fama que llegó a alcanzar el ermitaño antes y después de su muerte. Una popularidad que atrajo no solo a discípulos, sino también a la cristiandad peregrina que buscaba la influencia positiva del santo en sus vidas. La visita a los despojos-reliquia del santo se convirtió en una obligación para gran parte de los peregrinos, incluso para aquellos que seguían la ruta jacobea y hacían un pequeño inciso, desviándose de su camino con objeto de venerar las reliquias del ermitaño, cuando ya se las había trasladado al nuevo convento de Yuso construido en el valle.

Por su historia, por la importancia de su Scriptorium y de las personalidades que trabajaron en él, por el valor histórico y artístico de sus monumentos, por el alcance, en fin, que tuvo la figura del santo que llegó incluso a detentar el título de copatrono de España junto al apóstol Santiago, convirtiéndose su sepulcro en un importantísimo centro de peregrinación en época medieval, se honró, en 1997, a los monasterios de Suso y Yuso con el distintivo de Patrimonio de la Humanidad.

Notas

(1) Toribio Miguella, traducción de la Vida y milagros del gloriosísimo San Millán, presbítero y confesor de Cristo, según el texto de San Braulio de Zaragoza, 1883

(2) Epístola XIII ejusdem Braulionis ad Frunimianum, presbyterum et abbatem, ed. Jacques Paul Migne, Patrologia Latina, 80, pág. 659.

(3) Luis Caballero Zoreda, “La iglesia de San Millán de la Cogolla de Suso. Lectura de apramentos 2002”. Instituto de Historia. CSIC, Madrid.

(4) Arcadio del Castillo Álvarez, “La necrópolis de covachas del monasterio de Suso, pervivencia del sistema de enterramiento eremítico”. En XIII Congreso Nacional de Arqueología (Huelva, 1973). Zaragoza, 1975. Pp. 967-978.

(5) Francisco Javier García Turza, “El monasterio de San Millán de la Cogolla en la Alta E. Media”. Biblioteca Gonzalo de Berceo, 133, 9-25, Logroño.

(6) José Ángel García de Cortázar, Estudios de Historia Medieval de La Rioja. La Rioja, 2013, p. 57.

Lectura recomendada: ¡Apártate, Satanás!

Inés, una joven del pueblo riojano de San Millán de la Cogolla, se ve atrapada en una serie de vivencias paranormales. Estas experiencias la llevan a entrar en contacto con los orígenes de la fundación del convento de Suso, en el siglo VI, y, en definitiva, progresivamente también con los de su propio pueblo. El entorno natural de San Millán, sus fastuosos monumentos se convierten en piezas clave de la novela. Constituyen el soporte físico que une ese pasado legendario con el futuro, representado en Inés.

Sin embargo, la historia que no solo cuenta, sino que también vive la muchacha es poco real y no resulta fácil de entender para quienes la rodean. ¿Estaría enferma? ¿A qué se podrían deber esos trastornos de personalidad? O, ¡quizás no hubiera que ver en su comportamiento más que el producto de su propia imaginación! Estos y otros interrogantes llevan casi al desconcierto a padres y amigos.

La autora define su novela como un diálogo entre la historia, la ficción y la teología, tres piezas de base que se engastan en el hilo del suspense. Y es que la intriga es un elemento primordial de la novela que acompaña al lector hasta el mismísimo final de la narración.

Biografía de la autora

María Gloria Guillén Pérez es doctora en Historia. Fue becada por el Servicio Alemán de Intercambio Académico (DAAD) para realizar los trabajos previos a su tesis doctoral en Alemania. Entre otras publicaciones es autora de la monografía Hombres de fe, hombres políticos. En enero de 2021 se ha publicado su novela ¡Apártate, Satanás!

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Imagen de la cabecera: Monasterio de Suso (Autor: Aherrero, CC).

Copyright del artículo © María Gloria Guillén Pérez. Reservados todos los derechos.

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