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«Cyrano de Bergerac»: el romanticismo de una nariz

Fue en junio de 2006 cuando Denis Podalydès, en su primera puesta en escena para la Comédie-Française, eligió una de las obras más conocidas y apasionantes del teatro francés. Su Cyrano, ya consagrado por la crítica y por el público, quedó inmortalizado en un registro audiovisual que no ha perdido ni un ápice de magia y romanticismo.

Viendo el suntuoso montaje de Podalydès, uno puede imaginar lo que sintieron los espectadores el 28 de diciembre de 1897, cuando este prodigioso narigudo ‒un poeta condenado por la fealdad‒ se asomó al escenario del Théâtre de la Porte-Saint-Martin, en un estreno que inmortalizó al personaje y a su creador, Jean Rostand (1868- 1918).

Hemos de perdonar a Rostand que se apropiase de una figura histórica ‒el espadachín y escritor Savinien de Cyrano de Bergerac (1619-1655), autor de un libro fascinante, El otro mundo (1657)‒ para convertirlo en  un tipo pintoresco y extravagante, tan luminoso en su inteligencia como diestro con la espada. Un héroe, en fin, a medio camino entre Don Quijote y el Capitaine Fracasse.

«Miradle y veréis si es cierto ‒escribe Rostand‒: Sombrero con triple pluma, jubón que a guisa de fleco trae en torno seis faldones; capa que el rígido acero por detrás mantiene alzada con continente soberbio como la insolente cola de un gallo. Más altanero que los Artabanes todos, a quienes en todo tiempo Gascuña, fecunda madre, crió y criará a sus pechos. Descuella sobre el atril de su golilla, remedo de la de Polichinela, una nariz… Caballeros, ¡qué nariz! Es imposible ver semejante adefesio sin exclamar: «¡Es atroz! ¡Qué exageración!…» Y luego, sonriéndose, añadir: «Se la quita…» Y nada de eso: el señor de Bergerac jamás tuvo tal intento».

El dramaturgo no tenía claro que fuera a triunfar con esta comedia heroica, y lo cierto es que ésta es la única de sus piezas que ha pasado a la posteridad. Ya nadie recuerda hoy La princesse lointaine, que estrenó Sarah Bernhardt, o La samaritaine, y por el contrario, el bravo Cyrano se ha instalado cómodamente en el panteón de los personajes eternos.

Esto último, por lo demás, también hay que agradecérselo al actor Benoît Constant Coquelin, que se hizo con el papel con la complicidad de Rostand, en 1897. Cuentan que Coquelin era un robaescenas, o como dijo algún comentarista, un bulímico del teatro, deseoso de tener papeles cada vez más largos, más exaltados y más potentes.

Imagino que el publico de su estreno, excitado en su nacionalismo por la pérdida de Alsacia y Lorena ‒recuperadas por Alemania gracias al Acta de delimitación de fronteras de 1871‒ encontró en la obra de Rostand una oportunidad de recobrar ese lirismo idealista que forma parte de los estereotipos del país. Esta reivindicación nacional, en parte, explica también el descomunal éxito del montaje de Podalydès, sin que ello suponga demérito alguno para el director de escena y para el maravilloso equipo artístico que logró reunir.

Asistir de nuevo a una representación de Cyrano ‒sobre todo a una tan magnífica‒ equivale a sentir esa nostalgia de un mundo ya irrecuperable, hecho de amor y de valentía, de humor y de tragedia. Gracias a esta intensidad emocional, la versión que plantea Podalydès de este drama romántico, con ecos puntuales de farsa y de ópera bufa, mereció seis premios Molière en 2007.

Una representación tan redonda hubiera sido imposible sin un equipo de primera división, en el que nos encontramos a profesionales tan brillantes como el adaptador Emmanuel Bourdieu, el decorador Éric Ruf ‒responsable poco después de un imponente montaje de Romeo y Julieta‒, el diseñador de vestuario Christian Lacroix, el maestro de armas François Rostain o la coreógrafa Cécile Bon. Al fin y al cabo, no espera uno otra cosa de una institución como la Comédie-Française, que aquí puso en marcha toda su impecable maquinaria.

La experiencia de ver (o de recuperar) este Cyrano en una pantalla de cine o de vídeo es mágica. Y no sólo por la bravura física y el apabullante dominio verbal del actor protagonista, Michel Vuillermoz, sino por el elevadísimo nivel del resto del reparto, comenzando por esa Roxane sabia, valiente y tierna que compone la actriz belga Francoise Gillard. Pero es en la vibrante puesta en escena de Podalydès donde la obra logra su mayor alcance. El suyo es un montaje con un solo intermedio, en el que las escenas se sobreponen sin ocultar la carpintería teatral, creando un juego de espejos entre la obra y sus propios artificios que me parece fascinante.

Esto hace que la obra se multiplique ante el espectador, dirigiéndose a sus emociones y a su intelecto. Por otro lado, no es un abordaje experimental. Muy al contrario. De ahí que sea enormemente recomendable para públicos de todas las edades. En este sentido, no me resulta difícil imaginar a un espectador adolescente enamorándose del teatro gracias a esta maravillosa propuesta escénica.

Sinopsis

Cyrano fue castigado al nacer con una prominente nariz, pero dotado de un don para las palabras que utiliza para ayudar al apuesto Christian a conquistar a Roxane. Cyrano, que también está enamorado de ella, elige no revelarle que todas las palabras que pronuncia Christian proceden de su propio corazón.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © Comédie-Française. Cortesía de Way to Blue. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.

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