Anna Netrebko (Krasnodar, Rusia, 1971) es hoy sin duda la soprano operística más famosa, sin que apenas discutan su supremacía las búlgaras Krassimira Stoyanova o Sonya Yoncheva, la norteamericana Sondra Radvanovsky o la alemana Diana Damrau. Una lista que podría quizás ser susceptible de ampliación o mejora y donde no aparece ninguna cantante italiana, dejando de lado a la que podría considerarse como la “reina madre” de todas esas sopranos que se halla ya algo cercana ya a la sesentena: Renée Fleming.
Solo la alemana de origen griego, Anja Harteros, se le acerca un tanto a la rusa, repartiéndose astutamente, seguro que de forma involuntaria o accidental, el repertorio: una, la Harteros, dando preferencia al alemán (Wagner y Strauss); la otra, la Netrebko, al ruso y al italiano. Aunque coincidiendo intermitentemente como Donna Anna, Mimì, Violetta Valéry, Leonora de Trovatore, Elsa de Brabante, Maddalena di Coigny y puede que alguna otra entidad más. La Netrebko, por su evolución instrumental (de lírico ligera a spinto) tiene un catálogo más nutrido. Se diferencian, grosso modo y sin que la afirmación se pueda tomar en términos absolutos, en que la Harteros en general se preocupa más por el canto que por la expresión; al contrario que la Netrebko. Dos formas válidas de entender la ópera.
Netrebko, nacionalizada austriaca, reparte sus virtudes entre cuatro grandes escenarios internacionales: Viena, Salzburgo, Londres y Nueva York. Tras el de San Petersburgo, donde comenzó su carrera y con cuyo Kirov (con Valery Gergiev en el foso) comenzó a conocerse en Occidente, he ahí los principales cuatro puntos cardinales de su presente actividad escénica, a los cuales suele dedicar primeras asunciones de personajes, hecho que levanta de inmediato un interés generalizado.
Netrebko regresó en 2017 a Londres como la Lady Macbeth después de ser allá escuchada allá como Natacha (Guerra y paz, de Prokófiev), Servilia, Donna Anna, Gilda, Violetta, Giulietta de Bellini, Manon de Massenet y Mimì, dando un enorme giro músico-dramático con la onerosa protagonista verdiana que debutara cuatro años atrás en el Met neoyorkino junto al mismo barítono acompañante: el serbio Željko Lučić.
En ese montaje de 2017, la Netrebko vuelve al escenario londinense tras haber rechazado a última hora debutar el papel de Norma (que ha dejado para etapas posteriores de su carrera, creando así mayor expectación) en el que la sustituyó, con enorme éxito, la nada timorata Sonya Yoncheva. En su momento, también se disfrutó esta sesión en dicho cine madrileño. La próxima programación londinense nos reserva la sorpresa de escuchar a la Netrebko en un nuevo papel: el de la Leonora de La forza el destino junto a Jonas Kaufmann. Habrá que conectar las alertas.
La Royal Opera no acudió a una producción nueva de Macbeth al contar con una bastante bien recibida en 2002, firmada por Phyllida Lloyd (en revival de Daniel Dooner), repuesta en alguna sucesiva ocasión y viajera a otros teatros como el de Paris-Bastille o el Liceo barcelonés. Un montaje que consigue aunar alardes de modernidad con respeto al original, en una narración sencilla, clara y directa del drama verdiano, utilizando visual y preferentemente tres colores: el rojo, el negro y el dorado. Se vale de los más mínimos elementos escénicos (Anthony Ward) para que los numerosos cuadros “corran” sin retardos, mientras consigue una narración fluyente.
La iluminación es esencial en este concepto oscuro y tétrico, con los consiguientes problemas de captación (bien superados) para las cámaras de Sue Judd. Tal trabajo lumínico, a cargo de Paule Constance, es el propio de una auténtica virtuosa de su oficio. La única licencia que se tomó la Lloyd fue ambientar la muerte de Banquo ante el féretro del rey asesinado y no en un parque tenebroso como señala el libreto de Piave; por otro lado, logra un acierto de enorme profundidad psicológica en la escena que sostiene el coro Ondine e silfidi mientras Macbeth, en la segunda visita a las brujas, ha perdido el sentido e imagina junto a su esposa una vida palaciega rodeada de niños, él que acaba de matar a los descendientes de Macduff. Un montaje que, con algunos retoques, ha ganado con el paso del tiempo. De los mejores a los que hay acceso hoy día, entre los que se cuentan los trabajos, más menos más elogiables, de Emma Dante, Christof Loy, Barry Kosky, Olivier Py, Mario Martone, Peter Mussbach, Graham Vick, Tcherniakov y tantos otros más, prueba evidente que la obra verdiana ya ha adquirido en el repertorio el lugar que justamente merece.
Por supuesto que en Londres se ofreció la versión parisina de 1865, cantada desde luego en italiano y sin el ballet siempre molesto para la mayor parte de los registas actuales. Se incluyó el arioso final de Macbeth (Mal per me), que pertenece a la versión florentina original de 1847 y que últimamente es práctica que se va internacionalizando.
Dominó el equipo la presencia infalible de la Lady agresiva de la Netrebko, que no encontró la más mínima dificultad para una parte sopranil de terribles exigencias. La voz ha ganado en graves, muy necesarios para el personaje definir o colorear el personaje, sin perder ninguna insolencia y seguridad en los agudos y siempre con su centro pastoso y ancho. El temperamento se ha duplicado sin caer en excesos impropios de la protagonista verdiana. Fue una Lady Macbeth de extraordinaria calidad y de una presencia a la par de imponente. En las funciones se turna con otra importante traductora del personaje auqneu si su infalible carisma: Anna Pirozzi.
Željko Lučić fue un Macbeth más profundizado con respecto a sus lecturas neoyorkinas de 2008 y 2014: ¡cómo se ha notado el trabajo de Pappano! Sus matices se multiplicaron aunque la voz no le respondió de igual manera en el canto piano (con tendencia a desentonar) como en los forte (la voz expandida en toda rica sonoridad). Actuó con entrega y consiguió un reconocible perfil del personaje.
Yusif Eyvazov (Macduff) es algo más que el consorte de la Netrebko. Cantó muy bien las intensas frases del acto I y el aria Ah la paterna mano, combinando fortaleza con sensibilidad, tal como pide la hermosísima página. Ildebrando d’Arcangelo, como era de esperar, dio toda la nobleza y el buen canto que precisa Banquo y Konu Kim destacó en las algo exigidas frases de Malcolm. El resto del equipo dejó a buena altura al teatro londinense, mereciendo obligada cita la Lady de Francesca Chiejina y el Doctor de Simon Shibambu. Hasta con ellos trabajó al detalle Antonio Pappano quien realizó una lectura magistral en el concepto y formidable de pasión y teatralidad en los resultados. Un Macbeth que combinaba la energía de un Muti con la trasparencia de un Abbado, seguido al dedillo por una orquesta de excepción y un coro a equiparable altura en su variadísima y constante participación. El Covent Garden, por fin, se resarció de los últimos espectáculos transmitidos vía Palacio de la Prensa: una mediocre Tosca y un modestillo Rigoletto.
Tan elegante como siempre y tan oportuna en los comentarios como de costumbre, volvió a presentar el evento Clemency Burton-Hill, más guapa que nunca.
Imagen superior: Anna Netrebko como Lady Macbeth en «Macbeth» © ROH 2017. Fotografía de Bill Cooper. Reservados todos los derechos.
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