¿Quién es David Cronenberg? ¿Un director que lee? ¿O más bien un escritor que filma? Oriol Alonso Cano (Martorell, 1984), doctor en Filosofía, profesor universitario, poeta y ensayista, responde con inteligencia a estas dos preguntas y, de paso, examina en su libro David Cronenberg: Infecciones y mutaciones narrativas (Ediciones del Subsuelo, 2024) la sensacional metamorfosis creativa del director canadiense.
Acuérdense, la obra de Cronenberg ya ha entrado en la historia del cine, aunque, por razones obvias, no lo haya hecho por la puerta principal. De Scanners (1981) a Videodrome (1983), pasando por La zona muerta (1983), La mosca (1986), Inseparables (1988), Crash (1996), eXistenZ (1999), Una historia de violencia (2005), Promesas del Este (2007), Un método peligroso (2011), Cosmópolis (2012) y Crímenes del futuro (2022), su cine ha sido un viaje constante entre la Nueva Carne, los instintos primarios, el subsuelo de la consciencia y la expresión de la identidad.
A todo este legado audiovisual hay que añadir una novela igualmente significativa, Consumidos, traducida por Antonio-Prometeo Moya Valle para Anagrama en 2016 y estudiada de forma pormenorizada por el autor.
Una fantasía libre y poderosa
Como deja de manifiesto este espléndido ensayo, el cineasta no solo ha sido un lector ocasional, sino un devorador compulsivo de libros: alguien que encontró en la palabra escrita el primer mapa de su propia fantasía mutante. Con ese mismo afán, acabó estudiando la carrera de Lengua y Literatura Inglesas.
Esa relación suya con la literatura no es la de un director de cine que busca inspiración en las novelas, sino la de alguien cuya forma de ver el mundo ha sido moldeada por el acto mismo de leer.
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El propio Cronenberg suele recordar su infancia no como el descubrimiento de la imagen en movimiento, sino como un festín de palabras. Creció en una casa donde oír las teclas de una máquina de escribir o sacar un libro de la estantería eran algo cotidiano. Su padre, Milton Cronenberg, periodista, editor y novelista, le transmitió no solo ese amor por la lectura, sino la certeza de que escribir era un oficio, y lo más importante, un modo legítimo de interpretar la realidad.
Desde niño, su dieta literaria fue vasta y heterogénea. La ciencia ficción fue su primer territorio de exploración. pero luego, con el paso de los años, llegarían a su vida Kafka, T.S. Eliot, Beckett o Henry Miller, entre otros muchos.
«Cronenberg -leemos en el ensayo que nos ocupa- creció en un ambiente idílico donde sus padres lo animaban en todo momento a lanzarse, con la máxima libertad e información posibles, a por lo que se erigía en su objeto de deseo (fuese tocar la guitarra o estudiar química orgánica, fuese lo que fuese). No solo lo animaban a ser libre, sino que le proporcionaron esa libertad con sus acciones y decisiones. Por todo ello, ser libre será irrenunciable para el artista canadiense».
La transgresión y el cálculo
Esto es también aplicable a otro autor clave en su imaginario: William Burroughs. No es difícil entender por qué. Burroughs le mostró a Cronenberg que la literatura puede ser una herramienta de transgresión, un campo donde el lenguaje puede descomponerse y reconfigurarse, como lo hace la carne en las películas del canadiense.
Ello explica que su adaptación de El almuerzo desnudo no sea solo una libérrima traslación de la novela al cine, sino un diálogo con la obra, una absorción y recreación de sus imágenes y obsesiones.
En todo caso, si hay un escritor que Cronenberg menciona con una devoción especial, ese es Vladimir Nabokov. Lo admira por la precisión de su lenguaje, la inteligencia escondida en cada frase y la meticulosidad con la que construye sus mundos. En el cine de Cronenberg hay algo de esa misma actitud: sus películas están diseñadas con la frialdad quirúrgica de una prosa que no deja lugar a la arbitrariedad. Así se advierte en la estructura de Crash o en la disección psicológica de Inseparables, donde cada encuadre es una palabra medida; cada plano, un matiz calculado.
Mutaciones bajo el microscopio
¿Un cine soñado en un laboratorio? Algo de ello hay. «Si Cronenberg hubiera continuado su andadura en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Toronto -escribe Oriol Alonso Cano– se habría especializado en bioquímica. Esta era una de sus inquietudes más persistentes de entonces, que se dilataría a lo largo de los años: el cuerpo (no solamente el humano). Además, como a su idolatrado Nabokov, le fascinaba la botánica, ya que podía estudiar el flujo y reflujo de sustancias en las plantas, su composición y mutaciones, su química, en definitiva. Es decir, su interés por la corporalidad superaba lo estrictamente humano y se encaminaba hacia cualquier unidad biológicamente viva».
Más adelante, llegaron a su vida lectora otras inspiraciones. Por ejemplo, ya es casi un lugar común relacionarle con Marshall McLuhan. No es un detalle menor. McLuhan, también canadiense, convirtió la comunicación y la tecnología en un campo de batalla intelectual. Su idea de que «el medio es el mensaje» resuena en toda la obra de Cronenberg, desde Videodrome hasta eXistenZ.
Leer a McLuhan le hizo comprender el cuerpo humano como un medio más, como una extensión biomecánica en perpetua transformación. Esa idea es el núcleo de su cine: el cuerpo como territorio cambiante, como el espacio donde se inscriben las perturbaciones de la modernidad.
Un adaptador infiel
Cuando Cronenberg adapta literatura (por ejemplo, en Crash, El almuerzo desnudo o Cosmópolis), no le preocupa en exceso la fidelidad. Al contrario. Actúa con la libertad del novelista que reescribe una historia con otras reglas y desde otros ángulos. De nuevo, nos ofrece una versión mutante del original. De ahí que su Crash no sea una copia de la distopía de Ballard, sino una exploración sensual y mórbida del propio tecnoerotismo cronenbergiano.
Con su salto a la novela, hizo el viaje inverso y, no obstante, su literatura sigue siendo profundamente cinematográfica. Las constantes de su cine perviven en el papel: la precisión de sus descripciones, su obsesión por el detalle físico, su mirada clínica sobre los personajes.
El cineasta-literato
Repitámoslo: la mirada clínica. Eso es lo que Oriol Alonso Cano aplica, esta vez como analista, a la hora de conectar los distintos estratos de la imaginación de Cronenberg. Cada vibración filosófica y cada alusión literaria del director le permiten adentrarse (y adentrarnos) más y más en un territorio movedizo y sorprendente.
¿Cómo se mide la importancia de un creador tan peculiar? La lectura de David Cronenberg. Infecciones y mutaciones narrativas nos invita a verlo como uno de los máximos exponentes de una figura peculiar: el cineasta-literato. Y es que, como muy acertadamente señala Oriol Alonso Cano, «más allá de impactar con su imaginería y de buscar una puesta en escena ajustada a esta, su trabajo audiovisual se sostiene mayormente en el arte de narrar, sea a través de la letra (de sus guiones y de su, por el momento, única novela), sea a partir de la finura y fuerza visual de sus imágenes».
Imagen superior: fotografía promocional de ‘Crash’.
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