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Crítica: «Yo, Frankenstein» (Stuart Beattie, 2014)

Una gárgola voladora, un monstruo semihumano, diablos encarnados… En Yo, Frankenstein encontramos de todo, surtido variado, dentro de un relato que –ay– reúne tantos tópicos que a uno le cuesta encontrar ambiciones creativas por parte de Stuart Beattie o del resto del equipo.

Detrás de este producto está Kevin Grevioux, ese voluminoso actor afroamericano que, además de con el levantamiento de pesas, disfruta de lo lindo con los monstruos clásicos y las tramas de videojuego. Grevioux es el creador de la saga Underworld, con la que Yo, Frankenstein tiene todo en común. En principio, el proyecto quedó plasmado en un cómic, cuya edición correspondió a los Darkstorm Studios. Como en el caso de UnderworldGrevioux vendió su criatura a la productora independiente Lakeshore Entertainment, que en este caso ha colaborado en su financiación y desarrollo con una firma australiana, Hopscotch Features.

La trama es fácil de resumir. En 1795, el Dr. Victor Frankenstein (Aden Young) da vida a su criatura (Aaron Eckhart), que mata a la esposa del científico (Virginie Le Brun) y es perseguida por éste hasta el corazón del Ártico. A la muerte de Frankenstein, el monstruo, llamado Adam, lo entierra.

Lo que ocurre a partir de ahí es digno del tren de la bruja. Adam es atacado por unos demonios, pero acuden en su rescate dos gárgolas, Ophir (Mahesh Jadu) y Keziah (Caitlin Stasey), que llevan al protagonista en presencia de su reina, Lenore (Miranda Otto), bajo la mirada suspicaz del jefe de sus legiones aladas Gideon (Jai Courtney).

Resulta que las gárgolas son una creación del arcángel San Miguel. Habitan en una catedral y su misión consiste en combatir a los demonios que viven en la Tierra, comandados por el príncipe Naberius (Bill Nighy). Bajo la falsa apariencia de un millonario hombre de negocios, Naberius patrocina un experimento para revivir a los muertos. La científica a cargo de este empeño es la bella Terra Wade (Yvonne Strahovski), que obviamente no se imagina el lío sobrenatural en el que se ha metido.

Pese a que Aaron Eckhart y Bill Nighy son dos excelentes actores, la película queda muy por debajo de su talento. A diferencia de lo que sucedía en Underworld, la trama se embarulla sin coherencia, de suerte que uno acaba asistiendo a una sucesión de combates digitales, carentes de alma y de vigor. Esta sensación de caos narrativo es particularmente grave en el último tercio de la cinta.

Ni que decir tiene que Yo, Frankenstein no llega a las pantallas para satisfacer a los críticos, y disfraza su prosaico argumento con los fuegos artificiales que suelen ser habituales en estos casos. Ya saben: se trata de ofrecer una alternativa olvidable y ruidosa para pasar el rato en una multisala.

Carente de la simpatía que debe inspirar una buena serie B, y sin el carisma del buen cine fantástico, la cinta se convierte en un anodino repertorio de postales que ya hemos visto en cientos de ocasiones, y que produce una emoción fácilmente descriptible.

Sinopsis

200 años después de su creación, la criatura del Dr. Frankenstein, Adam, sigue vivo. Cuando se encuentra en el centro de una guerra por el destino de la humanidad, Adam descubre que tiene la clave que puede destruir a la raza humana.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © Studio Lakeshore Entertainment, Hopscotch Features, Sidney Kimmel Entertainment, Lionsgate. Cortesía de TriPictures. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.