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«Pesadillas» (1980), de Katsuhiro Otomo

El nombre de Katsuhiro Otomo es hoy conocido en Occidente sobre todo por su postapocalíptica Akira. Ciertamente, no es su única obra, pero tal es su calibre en términos de extensión, ambición e influencia que no puede extrañar que siempre que se mencione su nombre sea para relacionarlo con ella.

Su bibliografía, sin embargo, es más extensa aunque permanece oculta –al menos a los que no son fans rendidos del manga‒ tras la sombra de Akira. No es una cuestión relacionada con la calidad intrínseca de sus otros cómics, sino porque parece que el esfuerzo prolongado y sostenido que se vertió en Akira ha de colocarla en un lugar destacado sobre todas las demás. Pero también es verdad que recomendarla a alguien ajeno a la obra de Otomo no es fácil. Dada su extensión (más de dos mil páginas) se trata de un cómic en el que hay que invertir un considerable tiempo de lectura y mucho dinero para adquirirla. Si alguien quiere, digamos, “probar el agua” antes de lanzarse a la piscina con Otomo, existe una alternativa que le servirá para decidir si puede estar interesado en Akira antes de comprometerse con tan importante desembolso. Esa alternativa es Pesadillas (Domu en su título original).

Pesadillas empezó a serializarse en 1980, tardando dos años en completarse. En ese momento, se recopiló y editó en formato de álbum convirtiéndose en un verdadero éxito, sobre todo entre los estudiantes japoneses de enseñanza media y universitaria. Fue el primer trabajo de Otomo en recibir un reconocimiento general, ganando incluso el Gran Premio de Ciencia-ficción de Japón en 1983.

Durante tres años vienen produciéndose extraños accidentes y suicidios en un masivo complejo de edificios de apartamentos, una cadena de sucesos que acaba por llamar la atención de la policía. El lector no tarda en descubrir –al mismo tiempo que el desafortunado detective Yamagawa‒ que el responsable es Cho-San, un anciano aparentemente inofensivo, pero que tiene unos enormes poderes psicoquinéticos y telepáticos. Está aburrido, se siente solo y, sobre todo, tiene un problema mental de regresión a un comportamiento infantil que le convierte en una especie de niño grande y malcriado que ve el mundo a través de unos ojos crueles. Considera a sus vecinos simples marionetas a las que matar por simple diversión, haciéndolo parecer accidentes y acumulando en su apartamento una montaña de objetos robados a sus víctimas y conservados como recuerdo.

Pero entonces, se mudan al complejo un matrimonio y su pequeña hija, Etsuko. Ésta también tiene poderes mentales y no tarda en darse cuenta de quién es el responsable de las muertes. Su mente, naturalmente, es también infantil pero a diferencia del anciano, le disgusta profundamente la forma en que éste utiliza sus capacidades. Así se lo hace saber de forma muy clara, regañándole y evitando que asesine a un bebé. Ese será el primer enfrentamiento de un antagonismo que irá aumentando en dimensiones hasta convertirse en una lucha apocalíptica que causará muchas muertes y una destrucción masiva.

Lo primero que uno destaca del cómic tras haber finalizado su lectura es su impresionante factura gráfica, particularmente en lo que se refiere a los fondos. Otomo le da al entorno físico en el que transcurre la acción tanta importancia –o incluso más‒ que a los propios personajes. En esta ocasión casi toda la historia transcurre en y alrededor de uno de esos monstruosos complejos de edificios monolíticos preparados para albergar, como si de hormigas se tratara, a miles de personas. Producto de la superpoblación que aqueja a las islas niponas, son espacios alienantes en los que las personas parecen reducidas a meros insectos sin personalidad ni importancia.

El propio Otomo afirmó que parte de su inspiración para Pesadillas proviene de la noticia que leyó en un periódico sobre las depresiones que afectaban a los residentes de este tipo de estructuras urbanas. Viendo cómo lo retrata Otomo, resulta fácil imaginar el por qué tantos japoneses sufren de esa enfermedad.

Las enormes masas de hormigón de fachadas monótonamente iguales ocultan el horizonte y dan una sensación de claustrofobia ‒¿o quizá es agorafobia‒ y de amenaza inminente pero difusa. A su lado, o mejor a sus pies, los seres humanos han quedado reducidos a la insignificancia por sus propias creaciones.

Igualmente siniestros son sus interiores: vestíbulos desangelados y fríamente funcionales, corredores angustiosos de paredes desnudas… dibujados a menudo vacíos a excepción de uno o dos personajes y en contraste con el enjambre humano que supuestamente habita el lugar. Son espacios que suscitan ansiedad y aumentan el suspense.

El sentido del diseño que muestra Otomo es impecable. Sus líneas precisas y limpias, dignas de un arquitecto o un urbanista, trasladan a las viñetas tanto el desasosiego que emana del estatismo de las grandes colmenas de cemento y cristal como el horror mezclado con fascinación que se siente al contemplar su destrucción. Sus panorámicas y elección de ángulos y planos empequeñecen e incluso eclipsan a los propios personajes y, al mismo tiempo, ofrecen la mejor y más dinámica narrativa.

En contraste, el dibujo de figuras es meramente funcional, algo por lo demás muy común en el manga. Al realismo con que se retrata el entorno físico se contrapone el estilo casi caricaturesco con el que se construyen los personajes. En esta escuela artística suele ser habitual situar la capacidad expresiva por encima de la representación naturalista.

Hay que decir, no obstante, que dentro de las fórmulas habituales del manga a la hora de dibujar personas, Otomo siempre ha estado por encima de la media y las suyas siempre tienen un grado extra de verosimilitud. Además, en momentos puntuales y para realzar el dramatismo, demuestra que es muy capaz de dibujar retratos de corte realista. Por otra parte, sabe situar muy bien a los personajes en su entorno, acentuando por ejemplo la pequeñez de Etsuko al colocarla en entornos vacíos y amplios, o utilizando picados y contrapicados que dejan bien clara su corta estatura y, por tanto, indefensión –sólo aparente, como ella se encarga de demostrar.

También muy destacable es la capacidad narrativa de Otomo; absolutamente dinámica, con un montaje cinematográfico que arrastra al lector de viñeta a viñeta sin darse cuenta, como si estuviera viendo una película de acción trepidante cuyo director no permitiera al espectador desviar la vista: los cambios de plano y ángulo, las líneas cinéticas, la utilización de los silencios… Otomo utiliza con acierto todos los recursos para construir secuencias tan impactantes como la de la lucha de Etsuko y Cho-San por los tejados de los edificios o la “posesión” y suicidio de Tsutomé Sasaki.

Otomo se ha hecho famoso por sus escenas de destrucción: edificios de hormigón que se vienen abajo, cristales que se rompen en millones de fragmentos, hormigón que se agrieta, explosiones de gas… todo narrado sin apenas texto, lo cual molesta a algunos lectores que consideran que han pagado para leer algo, pero que en realidad otorga todo el protagonismo a lo visual, sin dejar que monólogos altisonantes o explicaciones innecesarias interfieran o diluyan el impacto que causan esas imágenes en quien las contempla.

El argumento en sí de Pesadillas es bastante sencillo: se plantea un misterio, se presentan varios personajes de manera rápida y sencilla, se introducen los protagonistas principales y su relación de antagonismo que no tarda en empeorar en sucesivos episodios cada vez más violentos hasta que todo el suspense explota para desembocar en una climática batalla. Concluye con un largo epílogo y un magistral y contenido enfrentamiento final a muerte, violento y despiadado que, paradójicamente transcurre en un entorno sereno y cuyo desenlace asegura que nadie, nunca, será capaz de desvelar el misterio de lo sucedido en ese complejo de edificios.

Como decía, se trata de una historia muy sencilla de seguir y en la que se da rienda suelta a la fascinación de Otomo con los poderes mentales desarrollados por individuos inestables que terminan causando el caos, un tema que constituiría una de las columnas vertebrales de su posterior Akira. Introduce también algunos mensajes bastante obvios pero efectivos, como el simbolismo de la lucha entre Cho-San y Etsuko, que remite no sólo al enfrentamiento entre el Bien y el Mal, el Caos y el Orden, sino al choque intergeneracional.

Pesadillas es una historia sobre niños. Todos sus personajes principales, excepto los detectives de la policía, o bien son niños o sus mentes corresponden a alguien de esa edad. Éste es el caso del retrasado Yo-Chan; de Tsutomu, un adolescente con problemas para madurar y aprobar el examen de la universidad; el padre de Hiroshi es un borracho incapaz de ejercer de adulto para su hijo… Pero es Cho-San el caso más evidente y peligroso.

Se nos cuenta poco de su pasado. Tan solo que vivía con la familia de su hija hasta que lo rechazaron. Desde entonces, vive solo y su mente, quizá debido a la demencia, ha involucionado a un estadio inmaduro en el que no distingue el bien del mal. Su existencia es una pura ironía: es anciano, pero se comporta como un niño, debería estar indefenso a causa de los achaques de la edad, pero su poder es inmenso. La suya es la clase de maldad primitiva que uno podría asociar a un niño libre de principios morales y cortafuegos sociales. Comete sus asesinatos y atrocidades por mera diversión, tal y como refleja su rostro, resplandeciente de maravilla infantil e inocencia justo antes de que perpetre alguna de las suyas. Como los niños, Cho está obsesionado con sus objetos favoritos, ya sea una gorra de béisbol con alas o una simple pelota de goma. De hecho, la codicia de esas cosas es lo que parece funcionar como criterio a la hora de elegir a sus víctimas.

Etsuko, por el contrario, representa los valores infantiles contrarios a los encarnados por Cho: la generosidad y la justicia. A través de ella, Otomo nos dice que los niños pueden ser tan inocentes como mundanos. Aquellas personas que por su edad deberían ser más inteligentes y experimentadas, también son víctimas del cinismo y el egoísmo con que el tiempo los ha lastrado. Son los niños los que son capaces de encontrar lo que de bueno anida en las personas. Así, porque Etsuko puede ver lo mejor de quienes le rodean, hace amistad con otro niño al que el resto de vecinos encuentra desagradable, y con el retrasado Yo-Chan, un gigantón que asusta a casi todos.

A pesar de su corta edad, Etsuko es mucho más madura emocionalmente que Cho. A pesar de que todos parecen ignorar a éste, la niña se da cuenta rápidamente de la maldad que anida en su interior y decide que será ella quien lo detenga. En cierta forma, Etsuko es el padre que Cho necesita desesperadamente, alguien que lo castigue por sus horribles actos. Y eso es lo que hace: lo vigila y le “quita sus juguetes”, una privación que despierta el odio del anciano, pero también su deseo de llamar la atención de quien piensa que está a su altura, alguien con quien “jugar”.

Por otra parte, Etsuko sigue siendo una niña después de todo y como tal, también está sujeta a sus propias explosiones irracionales cuando se altera, asusta o irrita. Durante su lucha síquica contra Cho-San a lo largo del complejo de apartamentos, Etsuko desata sus poderes provocando muertes tan terribles como las que causa su enemigo. Resulta inquietante ver a la niña actuar de forma tan despiadada, sobre todo porque nos recuerda que ese inmenso potencial destructor recae en quien no es sino un niño.

El resto de personajes, sobre todo los vecinos del edificio de apartamentos, sirven para dar a la historia un lado humano que la aleja de ser una mera sucesión de incidentes protagonizados por un “bueno” y un malo” peleando y destrozando cosas. La batalla entre Cho-San y Etsuko, la forma brutal en que utilizan sus poderes telequinéticos y de control mental, afecta a los que les rodean y si éstos no tienen cara y voz es imposible que el lector pueda sentir nada si mueren o sobreviven.

Ahora bien, aunque Otomo se preocupe por perfilar sus personajes, no significa que les otorgue ningún tipo de control sobre sus vidas. Y es que Pesadillas es un cómic tremendamente pesimista. No se trata sólo de que todas las muertes queden sin explicación, sino que tiene que ver con la futilidad, la extrema impotencia de sus personajes.

De todos los individuos que componen el reparto del cómic, sólo dos, Etsuko y Cho-San, son verdaderos dueños de sus destinos. El resto son meros peones indefensos, maniquíes a la espera de su aniquilación o figurantes que reaccionan a los acontecimientos orquestados por la niña y el anciano. La mujer trastornada por la pérdida de su bebe, el adolescente marginado, el grandullón retrasado mental, el hijo maltratado por su padre… todos ellos son incapaces de influir en sus propias vidas o las de los demás. Ni siquiera la policía puede hacer nada.

El cómic emplea muchas páginas detallando las deliberaciones e investigaciones que llevan a cabo tanto el policía veterano como el joven detective, pero en realidad todas ellas podrían haberse eliminado sin afectar al desarrollo y desenlace de la trama. ¿Es un fallo de Otomo? ¿O es quizá su manera de decirnos que en esa lucha secreta entre Etsuko y Cho-San, ni la policía ni ningún otro puede hacer absolutamente nada?

Pesadillas constituye una excelente puerta de entrada al mundo del manga y a la obra de Katsuhiro Otomo en particular, una obra que puede gustar incluso a los que no sientan demasiado aprecio por el cómic japonés. Es un thriller perfectamente medido con un desenlace poco convencional y una espectacularidad y detallismo gráficos excepcionales. No es tan épico como Akira, pero sí más accesible. Ambas comparten una morbosa fascinación con los niños psíquicos, la guerra con poderes mentales, la destrucción masiva y los problemas del Japón moderno. Mientras que Akira es una aventura muy extensa y con multitud de personajes, Pesadillas es más compacta, menos ambiciosa y mucho más personal.

Para OtomoPesadillas fue la oportunidad de asentar los cimientos de su obra maestra, incluso aunque en el momento no lo supiera. No es frecuente que el borrador sea tan bueno como la obra final, pero Pesadillas es una de esas excepciones.

Imagen superior: Katsuhiro Otomo recibe el galardón Winsor McCay en los Annie Awards (2014).

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".

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