The Room (2003) es una película realmente mala. Su director, productor, guionista y protagonista, Tommy Wiseau, intentó hacer un drama indie, profundo y sentido, pero su falta de experiencia propició que el film acabase siendo una comedia involuntaria. Muchos han colocado a The Room la etiqueta de “Peor película de la historia”, pero sin duda esos detractores no han visto demasiado cine en su vida.
Cuando uno se sumerge en las turbias aguas del “cine malo”, termina dándose cuenta de que siempre hay una cinta aún peor que ésa que consideraba la peor producción jamás creada. Pensemos, por ejemplo, en International Gorillay (Jan Mohammed, 1990), en la que un trío de yihadistas pakistaníes disfrazados de Batman combaten contra Salman Rushdie. El escritor quiere pervertir el país abriendo casinos y discotecas, pero (spoiler) es vencido por unos coranes voladores que disparan rayos. Después de ver algo así, el aturdido buscador de rarezas piensa que ya no puede haber nada peor, pero se topa con algún subproducto africano o turco todavía más abismal. Por no hablar de tantas superproducciones de Hollywood que invierten millones y millones de dólares en fabricar auténtica basura, claro.
The Disaster Artist trata sobre la concepción y rodaje de The Room, y es imposible no acordarse de un título de similares intenciones. Evidentemente, nos referimos a la que, quizá, sea la mejor película de Tim Burton, Ed Wood (1994), donde se ensalzaba la figura de aquel voluntarioso y romántico creador de films famosos por su escasa calidad artística (algo también discutible).
The Disaster Artist carece del poderío cinematográfico y de la profundidad de Ed Wood, entre otras cosas porque Burton siente verdadera admiración por el personaje y la obra del autor de Plan 9 from Outer Space, y los responsables de The Disaster Artist parten del mini-fenómeno que es The Room, consistente en el cachondeo festivo y algo hipster del film de Wiseau.
En todo caso, James Franco (director y protagonista) exhibe, si no admiración, sí fascinación por el enigmático y extravagante Wiseau, a quien imita concienzudamente y trata con ternura. The Disaster Artist podría ser un film de transición entre las comedias “Generación X” de Franco y Seth Rogen (aquí en el cargo de productor y actor secundario) y un cine algo más serio o, al menos, ambicioso artísticamente.
Sinopsis
Con The Disaster Artist, el director James Franco (El último deseo, Child of God) transforma la tragicómica historia verídica del aspirante a cineasta e infame intruso de Hollywood Tommy Wiseau, un artista cuya pasión era tan sincera como cuestionables sus métodos, en una celebración de la amistad, la expresión artística y los sueños perseguidos a despecho de toda suerte de adversidades insuperables. Basado en el libro de intimidades de Greg Sestero, que fue todo un éxito de ventas, y en el que se desvelaban todos los detalles de la producción y el rodaje del desastremetraje, convertido en clásico de culto, de Tommy, The Room («La mejor película mala jamás producida»), The Disaster Artist es un hilarante y bienvenido recordatorio de que hay más de una manera de convertirse en leyenda, y de que no hay límite a lo que se puede conseguir cuando no se tiene ni remota idea de lo que se está haciendo.
En 2003, un realizador independiente se lanzó de lleno al negocio del cine con una de las peores películas jamás realizada: The Room, un tórrido melodrama romántico acerca del fatal desenlace de un triángulo amoroso, escrita, dirigida y producida por Tommy Wiseau. Esta enigmática figura de pelo teñido oscuro y poseedor de un acento imposible de descifrar saltó, para mal, a la fama en Hollywood tras montar un cartel publicitario en Highland Avenue en el que promocionaba su estrafalaria e indulgente obra, estimada en 6 millones de dólares. En el cartel figuraba un primer plano de Wiseau con gesto adusto y un párpado caído y un eslogan que, con faltas de ortografía, prometía un «espectáculo digno de Tennessee Williams«.
Presentada en dos cines del sur de California y retirada de manera abrupta tras recaudar unos escasos 1800 dólares en dos semanas, The Room recuperó el interés del público a lo largo de los años a través del boca a boca y de las sesiones golfas. Con el paso del tiempo, Wiseau aceptó el papel de misterioso hombre desconocido que, tropiezo tras tropiezo, se hizo en famoso en Hollywood, persiguiendo su gran sueño, sin importar el coste.
Pasemos ahora a 2013, año en el que Greg Sestero, una de las estrellas de The Room, publica The Disaster Artist, el relato de su traslado a Los Ángeles, su participación en The Room tras conocer a Wiseau durante una clase de interpretación en San Francisco, creando un vínculo cimentado en el amor que ambos profesaban por James Dean. Antes de que Simon & Schuster publicara el libro, unas galeras del mismo (escritas junto a Tom Bissell) cayeron en manos de James Franco, guionista, director y productor, que por aquel entonces se encontraba en Vancouver rodando The Interview junto a Seth Rogen, con quien ya había trabajado en Instituto McKinley. Franco no había visto The Room, pero el divertido y predominantemente encantador relato de cine por accidente y amistad entre las ruinas del desastre que traza Sestero cautivó a Franco.
«Tommy dirigió esa película con la intención de que fuera un drama y la gente se partió de risa al verla», dice Franco. «El libro de Greg iba acerca de Hollywood, pero era también la historia de los descastados que participaron en la producción de The Room. Concebí The Disaster Artist como una historia sobre las entrañas de la industria narrada a través de unas personas que estaban al margen, como ocurría en Ed Wood, película que me gusta mucho». A Franco también le atraía la idea de la amistad surgida entre las bambalinas de desventurada película amateur que, contra todo pronóstico, causó las delicias de todo el mundo. Se adueñó de los derechos del libro y, a modo de tributo a Wiseau, decidió dirigir, producir y protagonizar una adaptación a la gran pantalla del libro. Interpretando a Wiseau y dando la réplica a su hermano Dave, quien interpreta a Sestero, Franco ofrece una divertida reflexión acerca del sueño americano, mostrando a una extraña pareja de amigos en busca de la gloria artística y haciéndolo de un modo tan inusual como exitoso.
En su transición de película de serie B a fenómeno cultural, The Room se convirtió en una historia de éxito como Hollywood no había visto antes, pese a lo irónico de su fama. La película es un éxito sin parangón, atrayendo por igual a estudiantes universitarios y cómicos como a guionistas en ciernes. La gente acudía en masa a las sesiones golfas que se celebraban a lo largo y ancho del país portando objetos de atrezzo, desde cucharas de plástico a pelotas de fútbol americano, que lanzaban de un lado a otro de la sala mientras hacían comentarios sobre sus descacharrantes diálogos, actuaciones y giros argumentales. Entertainment Weekly respondió en 2008 con un reportaje en profundidad en el que documentaba el absurdo seguimiento de que gozaba la película, que había evolucionado de cartel misterioso a sensación mundial.
Volvamos a 2003, año en el que el guionista Scott Neustadter, recién llegado a Los Ángeles con la esperanza de labrar una carrera en Hollywood, se topa, mientras conducía por la ciudad, con el famoso cartel de Wiseau en el que promociona The Room. Este acontecimiento le dejó perplejo. «Aparecía el rostro de un tipo mirando hacia abajo, y un número de teléfono», dice Neustadter. «Pensé que se trataba de un restaurante o una discoteca, pero era imposible saber a qué se refería. No tenía ni idea, hasta que algunas personas me dijeron que era una película que alguien proyectaba de vez en cuando. Después me enteré de que la película era infumable, pero que estaba en boca de todos. Así que ¿cómo de mala podía ser?».
Los turbios orígenes y pasado de Wiseau dieron pie a muchas especulaciones, aunque la popularidad de su catastrófica obra no dejaba de crecer. Decía que era de Nueva Orleans, pero parecía probable asumir que provenía de Europa del este; un productor llegó a afirmar que su inclasificable acento era una mezcla de humano y ewok. Financió los 6 millones de dólares que costó The Room por sus propios medios, gracias a su fortuna personal supuestamente conseguida a través de la especulación inmobiliaria. Wiseau mantuvo el famoso cartel expuesto hasta cinco años después del tímido estreno de The Room, pagando 5000 dólares al mes para mantener la película presente en los corazones y mentes de los conductores de Los Ángeles. Tras romper con todas las reglas del juego de Hollywood, Wiseau se convirtió en un personaje relevante dentro de la industria.
Quince años después de su chapucera presentación al público, The Room sigue siendo objeto de debate, sigue siendo aceptada y amada, incluso entre el establishment de Hollywood, que había rechazado a Wiseau durante tantos años. «Financiar tu propia película es algo que va contra las reglas, y eso fue lo que hizo Tommy con The Room: una locura», afirma Evan Goldberg, productor de The Disaster Artist y miembro de Point Grey Pictures, cuyo socio es Seth Rogen. «Compró todo el equipo y escribió el guion, haciendo punto por punto todo lo que no tienes que hacer cuando produces un proyecto original desde cero. ¡Pero funcionó!».
Casi dos décadas después de su pobre presentación en el Laemme Fairfax en Los Ángeles, The Room sigue haciendo las delicias de todos los que acuden a las sesiones golfas a verla, tanto en Norteamérica como en lugares tan distantes como Escandinavia, el Reino Unido y Nueva Zelanda. Gente de toda clase y condición se congrega en masa para vivir la excéntrica idea de Wiseau, incluyendo miembros de Hollywood como Zach Braff, J.J. Abrams, Jonah Hill, Will Arnett y Kristen Bell, quien tuvo la oportunidad de hacerse con una copia de la película en cuanto empezó a ganar notoriedad, organizando fiestas para verla junto a sus amigos.
Ya sea por accidente o por decisión propia, Tommy Wiseau persiguió su sueño y luchó contra viento y marea para rodar una película que quedará para el recuerdo, un largometraje cuya estrepitosa y casi suicida esencia The Disaster Artist recoge con cariño hasta en sus detalles más meticulosos y anárquicos. A pesar de todas las meteduras de pata, The Room ha logrado hermanar a mucha gente: su éxito y popularidad no han menguado. «La gente todavía acude a las sesiones golfas, lanza cucharas a la pantalla y grita durante la proyección», dice Sestero. «Tommy creó una obra de arte imperecedera. Siempre quiso ganarse el respeto de Hollywood: ¿cómo no va a estar emocionado por todo esto?». Franco concluye: «Que esta película se proyecte en ciudades de todo el mundo significa que es algo más que un producto rematadamente malo con el que uno se lo pasa en grande echando unas risas con otra gente. The Room es especial gracias a Tommy Wiseau, quien puso cuerpo y alma en este proyecto. The Room tiene lo que otras películas de mala calidad no tienen: pura pasión».
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