El cierre de la trilogía Spy Kids ha sido diana de todo tipo de desprecios por parte de los críticos más seniles y despistados, esos que todavía señalan, descubriendo América, que Robert Rodríguez es incapaz de dar coherencia narrativa o aplicar la lógica tradicional a sus películas. Ojos de lince, los abuelos.
Rodríguez no es un gran cineasta, al menos a la manera tradicional. Es, básicamente, un tipo que se divierte con lo que hace y al que le gusta experimentar con todos los resortes necesarios a la hora de hacer una película. El Hombre Orquesta no es un virtuoso con ninguno de los instrumentos, pero los sabe tocar todos y sus melodías, aunque atropelladas, son más refrescantes que las de algunos anquilosados solistas.
Spy Kids 3D es la más floja de la trilogía, debido a que la mayor parte de la película está protagonizada exclusivamente por el personaje de Juni, privándonos durante mucho tiempo de la divertida química entre él y su hermana Carmen (al fin y al cabo la película es Spy Kids y no Spy Kid). Tampoco vemos aparecer hasta la apoteósica (es un decir) escena final a los progenitores Gugino y Banderas, quienes aparecen acompañados de casi todos los personajes de las anteriores entregas, en lo que casi supone un festivo punto final a la saga (hay que admitir que oír a Bill Paxton repetir su más famosa frase de Aliens es un gozo de intenso friquismo).
La falta de habituales de la saga durante la mayor parte del metraje se intenta paliar con la tontorrona aparición de Salma Hayek (con bata de científica, no se me embalen, muchachos), un hilarante cameo de Frodo y una mayor presencia del Abuelo encarnado por el venerable Ricardo Montalbán, quien, por arte de birlibirloque digital, pasa de estar postrado en silla de ruedas a convertirse en un superhéroe biomecánico, en lo que supone una de las más brillantes ideas visuales de las numerosas que constituyen la película.
Sí, el argumento es flojito, e incluso la tradicional moralina de la saga (tan cercana a los principios morales de Vito Corleone) está metida con calzador y sorna, pero el desfile de imágenes imposibles y alucinadas es la base misma de la “trama”, superando con imaginación todo tipo de carencias, incluidas las técnicas.
El film es, más que nada, una película de animación. Una revisión cachonda y modernizada de Tron en la que Rodríguez vuelve a lucirse como ilusionista capaz de sacar el máximo provecho a un presupuesto ajustadito. A veces, los efectos digitales no son demasiado buenos, e incluso la “tercera dimensión” se pone en su contra para dar esa impresión de “persona pegada sobre fondo digital”, pero la aparición de comecocos metálicos saltarines, los viajes de un salto hacia la Luna, la lava que no quema, el alter ego hippie de Stallone (demencial) o la aparición triunfal de Buscemi cabalgando un cerdo alado son ejemplos de las miles de ocurrencias de Rodríguez, ese Roger Corman del siglo XXI, capaz de mezclar con habilidad la parida y la genialidad sin que se sepa cuando comienza una y termina la otra.
En cuanto a las tres dimensiones, no se trata de una de esas nítidas experiencias de alta tecnología con las que experimenta en los últimos años James Cameron, sino la tradicional atracción de feria en la que hay que ponerse las gafas de cartón y celofán azul y rojo. Este entrañable sistema sigue conllevando los clásicos errores visuales (ligera doble visión, cromatismo básico) y los consabidos efectos secundarios de bizqueo y cansancio de los que incluso se hace broma en la película. Por lo general, el efecto 3D funciona, aunque no impresiona, siendo destacable en pocos momentos como el de la alocada carrera de ¿motos?
Por otro lado, todo el asunto del videojuego Game Over (nada que ver con el clásico de Dinamic) denota un conocimiento del medio por parte de Rodríguez, incluyendo ítems de vidas extras, momentos plataformeros o alusiones directas a éxitos de las consolas como Halo o Metroid Prime, cosas que a algunos adultos no les dirá nada pero que demuestra una implicación directa del autor con su público objetivo.
Después del enorme desencanto que supuso El mexicano, nos llega con indignante retraso esta nueva rallada de Robert Rodríguez, no tan brillante como los anteriores Spy Kids, pero tranquilizadora por demostrar que la tercera parte de El mariachi no fue más que una película casera de fin de semana que salió mal, y no el anuncio de una muerte artística.
Sinopsis
Juni Cortez (Daryl Sabara) ha decidido dejar la OSS y trabajar por su cuenta como detective privado. Pero sus antiguos jefes reclaman sus servicios para que rescate a su hermana Carmen (Alexa Vega), atrapada en un videojuego online de realidad virtual diseñado por el pérfido Juguetero (Sylvester Stallone).
Copyright del artículo © Vicente Díaz. Reservados todos los derechos.