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Crítica: ‘Sound of Freedom’ (2023)

Vayan a verla, por favor, no puedo empezar diciendo otra cosa. Hablar de esta película en términos artísticos y técnicos se hace ocioso, porque es algo más, mucho más que mero cine, y este es el motivo de mi recomendación.

Basada en hechos y personas reales, siendo una obra solvente, bien estructurada, sin alardes ni defectos de bulto, es sobre todo una alarma que suena para despertar nuestras conciencias adormiladas, una denuncia inmaculada contra la esclavitud y la prostitución infantil. Y va dirigida a ese público genérico que un día se zampa un cubo de palomitas con una de la Marvel, y otro día (acaso creyendo que se trata de un thriller más), aterriza ante un drama social y humano como este, cuya hondura temática no ha de dejar indiferente, y que empapa la sensibilidad como la lluvia sobre la tierra fértil.

Tim Ballard (Jim Caviezel), policía de Los Ángeles, se dedica a investigar delitos relativos a la pederastia. Frustrado ante los grandes esfuerzos y los escasos resultados, cuestiona una noche a su compañero de pesquisas: «¿Cuántos pedófilos has detenido?». «288», responde este, a lo que Tim replica «¿Y a cuántos niños has encontrado?», pregunta cuya desoladora respuesta, «A ninguno», se columpia muda en el aire.

La historia nos presenta a dos hermanitos hondureños, Rocío y Miguel (Cristal Aparicio y Lucas Ávila), que son raptados y vendidos como mercancía humana. Una atractiva modelo que se presenta como «Giselle» (Yessica Borroto) se «gana la vida» reclutando niños ‒como el Honrado Juan de Pinocho‒, para ofrecerles un pasaje a la «Isla de los Juegos», una ventana abierta al éxito y al abandono de la pobreza. Un viaje sin retorno, en realidad, hacia un nauseabundo parque de atracciones en el que los niños serán la principal y única atracción.

Mediante un astuto plan, Tim Ballard logra rescatar al pequeño Miguel, pero se enfrenta a la terrible angustia que invade al padre cuando este le pregunta: «¿Podría usted dormir sabiendo que la cama de uno de sus hijos está vacía?». Y es que su hija Rocío, un ángel de sonrisa luminosa, sigue ausente, como tantos otros miles de niños. No, nuestro héroe no puede dormir en paz, aunque las camas de su envidiable familia modélica no estén vacías. Los ojos de Tim no se cierran por la noche ni dejan de verter lágrimas de impotencia, pero cargadas de humanidad y valor, a lo largo de todo el metraje.

Ballard sólo tiene una imagen en su mente: la de esos ángeles inocentes tiranizados por depredadores y sátiros que corrompen su pureza, les roban el candor y la infancia, y «matan ruiseñores» a golpe de cobardía.

El hombre del saco existe. La prostitución infantil mueve millones de dólares en el mundo, y se considera ya el negocio criminal más lucrativo por delante del narcotráfico. «Una bolsa de coca se vende sólo una vez, pero un niño se puede vender cinco veces por noche», nos explica uno de los protagonistas con tan gráfica crudeza.

Pero si existe el hombre del saco, también los superhéroes, aunque estos no llevan antifaz ni visten esquijamas de licra en vivos colores, y sus superpoderes sean sólo su inmenso coraje, y su inconmensurable dignidad humana. Y con estas herramientas Timothy Ballard y un grupo de audaces avengers de paisano, se embarcan en la homérica tarea de rescatar a decenas, cientos de niños raptados y esclavizados, y en tratar de convencer a los legisladores de que esta es la principal y más execrable lacra de la sociedad actual en todo el mundo.

La película no cae en lo sórdido en ningún momento, ni hiere la sensibilidad del espectador, y se mueve bien por ese estrecho sendero que separa lo escabroso de lo edulcorado. Pero no elude dejar en la imaginación la tenebrosa sombra de lo que va a acontecer en un cuartucho clandestino entre un alcohólico desaliñado y grasiento y una niña de siete años, a la que no va a leerle ningún cuento.

«Los niños de Dios no se venden», insiste en subrayar la película como un slogan a abrazar, pero de cuestionable éxito, a tenor de la putrefacta realidad imperante, porque ciertamente sí se vende cualquier «mercancía» por la que alguien esté dispuesto a pagar. Y la demanda va en aumento.

Sound of Freedom se desenvuelve con solvencia y sobriedad, esquivando por centímetros la sensiblería, y sin pretender la intensidad de algún drama de denuncia más ambicioso al estilo de los de Oliver Stone o del documentalista Michael Moore, pero manteniendo la textura precisa para tratar un tema tan delicado y tan repugnantemente atroz. Resulta conmovedora, sutil, diáfana y limpia, en absoluto pretenciosa, y sí orgullosa de sus nobles propósitos.

Es un proyecto valiente y necesario, sin artificio ni espectáculo. No busca la lágrima fácil del espectador, pero la arranca de lo más profundo por la ley de la gravedad, no la de Newton, sino la de los terribles crímenes que denuncia. Y es que la esclavitud contemporánea es un holocausto invisible y sordo que se ceba con los más vulnerables y desprotegidos, y que siembra de miseria aquellos rincones del mundo ya de por sí castigados por la precariedad y la impunidad ante el mal.

Disfruten ustedes de Batman ataviado de carnaval pegándose con payasos y pingüinos, se lo regalo. Hoy me quedo con los anónimos «Tim Ballards» que se dejan la piel y la vida combatiendo a los auténticos monstruos, esos que no viven en las cloacas de Gotham, sino en el 3º B de nuestra escalera, o en el suburbio de cualquier ciudad sin ley.

Sinopsis

Basada en hechos reales, Sound of Freedom narra la historia de Tim Ballard, ex agente de Seguridad Nacional de Estados Unidos que, tan solo hace 10 años, lo dejó todo para luchar contra el tráfico de niños. Tras una década combatiendo peligrosas tramas mafiosas que raptan niños con los que comercian en redes sexuales, Ballard ha rescatado y salvado ya cientos de vidas inocentes, logrando sensibilizar a muchos de esta gran lacra de nuestro mundo.

El film se ha convertido en un fenómeno más allá de Estados Unidos. Además de los destacados datos de taquilla en Estados Unidos, casi alcanzando los 200 millones de dólares de recaudación, la película es ya un fenómeno mundial.

En su primer fin de semana se estrenó en 17 países latinoamericanos de habla hispana, y se convirtió en la película número 1 del Box Office en todos ellos. También han sido muy destacables los números en el Reino Unido, que entró en el Top 5 con más de 880.000 euros en su primer fin de semana; en Australia, siendo número 2 en su primer fin de semana, y con más de dos millones de euros recaudados tras diez días en cartelera; en Nueva Zelanda, donde logró la primera posición del Box Office del país en su semana de estreno; o en Sudáfrica (número 2 en los dos primeros fines de semana en cartelera) e Islandia (número 3 de la taquilla durante sus dos primeras semanas).

Sound of Freedom se estrenó en Estados Unidos el 4 de julio y su taquilla ya supera los 185 millones de dólares de recaudación, multiplicando por 8 los datos de la primera semana, y alcanzando el número 1 de la taquilla en varias ocasiones.

Copyright del artículo © Fernando Mircala. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © A Contracorriente Films. Reservados todos los derechos.

Fernando Mircala

Artista, escritor, traductor y fotógrafo. Premio Lazarillo en el año 2000. Entre otros libros, es autor de 'Ciudad Monstrualia' (2001), 'El acertijo de Varpul' (2002), 'Eclipse en Malasaña. Una zarzuela negra' (2010), 'Lóbrego romance, pálido fantasma' (2010), 'Compostela iconográfica' (2012), 'Pentagonía' (2012), 'En un lugar de Malvadia' (2016; ilustrado por Perrilla), 'Pánico en el Bosque de los Corazones Marchitos' (2019), 'Versos para musas y cuatro cuentos de Edgar Allan Poe' (2019) y 'Concéntrico' (2022).