A los que experimentaron en su infancia el sueño de Las Mil y Una Noches y devoraron las aventuras exóticas de El ladrón de Bagdad, sin duda les atraerá el encantador universo de Prince of Persia: Las arenas del tiempo.
«Sin duda hay diferencias. Creo que con el presupuesto de catering de Harry Potter se hubiera podido hacer Cuatro bodas y un funeral«. Es lo que dice el director Mike Newell cuando se aborda su tránsito desde el cine de autor a las superproducciones. Los realizadores necesitan respuestas ocurrentes para algunas preguntas obvias, y aunque esté bromeando, Newell sabe que Prince of Persia: Las arenas del tiempo será catalogada por muchos en el cajón de sastre de los estrenos más comerciales.
Supongo que hay en esto una imposición de etiquetas. No importa que Newell prefiera la máquina de escribir al talonario, o que mencione como referencias de Prince of Persia dos obras maestras de Stevenson, La isla del Tesoro y Secuestrado.
Todavía existen prejuicios que es necesario desmontar. Por ejemplo, el que afecta al cine inspirado en videojuegos, ventilado en unos cuantos tópicos por quienes olvidan que sus analogías también pasan por fórmulas tan enérgicas y respetables como el folletín.
Pero aun así, persiste el cliché que identifica las consolas con la falta absoluta de refinamiento. Lo sabe Jordan Mechner, creador del juego en el que se inspira esta película. Cuando lo ideó hace veinte años, combinó elementos de tres narraciones muy notables en la cultura popular: el remake de El ladrón de Bagdad rodado en 1940, la saga de Indiana Jones y Las mil y una noches tal y como las entendió Richard Burton (The Arabian Nights,1885).
A pesar de estar centrado en las acrobacias y en la resolución de problemas de ingenio, el pasatiempo de Mechner ha ido enriqueciéndose en sucesivas ediciones, y ello explica el ingreso de claves más sofisticadas. Dispuesto a aprovechar esa ductilidad de los viejos cuentos, Mechner ha recreado una Persia de opereta a partir de El Libro de los Reyes, escrito por el poeta Firdusi hace mil años.
A Mike Newell y a su círculo íntimo de guionistas no les ha costado entender que su película debe nutrirse a partir de las mismas fuentes.
Con todo ello, el largometraje que nos ocupa responde al modelo tradicional del relato de aventuras. Además de pruebas de coraje y mágicos desafíos, el héroe, razonablemente encarnado por Jake Gyllenhaal, debe culminar una hazaña definitiva, ganarse el amor de una princesa encantada (Gemma Arterton).
Sin perder su aire retro, Prince of Persia también se distingue por los rasgos de estilo que han hecho famoso a su productor, Jerry Bruckheimer: una espectacular y aparatosa puesta en escena, ritmo sin tregua, estética publicitaria y un empuje efectista, logrado a base de tensión y trepidantes persecuciones.
Dejo para el final otro de los sellos de la casa: un reparto sin fisuras. Y es que, a diferencia de otros creadores de blockbusters, Bruckheimer –un negociante que se reinventó a sí mismo con el termómetro del gusto masivo– entiende que el esplendor de Hollywood sólo se justifica con estrellas y admirables secundarios.
En este caso, además de Gyllenhaal y Arterton, la película cuenta con dos artistas de raza, dispuestos a adueñarse de cualquier plano, Ben Kingsley y Alfred Molina.
Está claro que al estilo de Mike Newell no le falta la ligereza que corresponde a una fábula de estas características. La suntuosa ambientación obtenida en Marruecos y en los míticos Estudios Pinewood permite al cineasta moverse a sus anchas en una Persia luminosa y kitsch, digna de un cuento de hadas, a la altura de un narrador nada reticente a instalarse de lleno en lo prodigioso.
No en vano, el entorno –palacios de ensueño, magníficos oasis, dunas que avanzan sobre las agrietadas rocas del desierto…– alcanza en la película un rango legendario, y precisamente por ello, es fácil emparentar Prince of Persia con la primera versión de El ladrón de Bagdad, aquella que protagonizó Douglas Fairbanks, y sobre todo con los caprichos orientales de la reina del Technicolor, María Móntez (Las mil y una noches, 1942; Ali Baba y los cuarenta ladrones, 1944; La reina de Cobra, 1944).
Como ven, las citas y las alusiones gotean de forma persistente. Acoplando ese repertorio encantador y liviano, Newell hace lo que debe, y así, en su propuesta priman los artificios, un gran dominio técnico y por supuesto, el aguijón romántico de la aventura, imbuido de espíritu juvenil.
Sinopsis
Walt Disney y Jerry Bruckheimer, el equipo que llevó Piratas del Caribe a la pantalla grande, nos trae ahora Prince of Persia: Las arenas del tiempo (Prince of Persia: The Sands of Time), una aventura que tiene lugar en la mítica tierra de Persia.
Jake Gyllenhaal interpreta a un Príncipe que se ve forzado a unirse a una misteriosa princesa (Gemma Arterton) para enfrentarse a fuerzas oscuras con el fin de salvaguardar una antigua daga capaz de liberar las Arenas del Tiempo: un regalo de los dioses que puede volver atrás el tiempo y otorga a su dueño el poder sobre el mundo.
Dirigida por Mike Newell (Harry Potter y el Cáliz de Fuego, Cuatro bodas y un funeral) cuenta también como protagonistas con Sir Ben Kingsley y Alfred Molina.
Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Publiqué la primera versión de este artículo en el diario ABC
Copyright de sinopsis e imágenes de Prince of Persia: Las arenas del tiempo (Fotografía de Andrew Cooper) © Disney Enterprises, Inc. and Jerry Bruckheimer, Inc. Cortesía de Walt Disney Studios Motion Pictures Spain. Reservados todos los derechos.