No fue un bombazo como, digamos, 8 apellidos vascos, pero Perdiendo el Norte (Nacho G. Velilla, 2015) tuvo el suficiente público como para que el imperio Atresmedia exprimiera el producto con una serie televisiva de efímera vida, y vuelva a hacerlo ahora con esta poco inspirada secuela, dirigida por el debutante Paco Caballero.
La primera entrega era una especie de actualización de Vente a Alemania, Pepe (Pedro Lazaga, 1971), pero en los tiempos de esta crisis actual que, dado lo interminable que parece, quizá podríamos considerar como un derrumbe. La comedia poseía cierto interés, tanto por mostrar el nuevo éxodo de los jóvenes españoles como por la presencia de José Sacristán, Blanca Suárez, Javier Cámara, Malena Alterio y Carmen Machi en papeles secundarios, que se comían con kartoffel a los protagonistas, Yon González y Julián López.
En Perdiendo el Este hay “bajas”, incluyendo la de Yon González, así que tenemos como protagonista principal a Julián López, hilarante en su época de cómico chanante y no tan gracioso en los últimos tiempos. En su defensa, hay que señalar que el guión escrito por ¡5 guionistas! de Perdiendo el Este es tan abismal que ni siquiera una actriz “a pruieba de balas” como Carmen Machi consigue provocar la mínima sonrisa, ni hacer creíbles unos diálogos artificiales, forzados y con un humor rancio al nivel de la telecomedia más arrastrada, al estilo de Gym Tony (2014).
El protagonista, como tantos jóvenes en la vida real (quizá el mejor chiste de la película es que Julián López interprete a un tipo de 30 años), se lanza a la aventura asiática, dejando atrás el declive europeo. Allí se verá inmerso en una comedia romántica escrita con plantilla: una de esas en las que una relación comienza con un engaño y luego el amor se hace real.
El interés romántico es una preciosa hongkonesa interpretada por Chacha Huang, quizá la única actriz de la película que parece creerse su papel. El resto de los actores intenta sobrevivir a unas líneas de diálogo que son imposibles de decir en voz alta de manera creíble.
Si bien Perdiendo el Norte (un poco en la onda de 8 apellidos vascos) intentaba hacer bromas sobre los tópicos nacionales, en Perdiendo el Este ‒queremos pensar que más por pereza creativa que por xenofobia‒, la mayor parte del humor se basa en los peores chistes racistas, propios de preescolar. Que si todos los chinos son iguales, que si comen cosas asquerosas, que si hablan gracioso (¡“Bollycao”, qué risa!), que si siempre están citando a Confucio… Por no hablar del uso de jocosas expresiones con como “Nos han engañado como a chinos”, “Fumarse una china”, “Una china en el zapato”… En fin, que los cinco guionistas lo han dado todo.
Curiosamente, no se usa la expresión “tortura china”, que le vendría al pelo a esta infracomedia, cuya guinda es la aparición “sorpresa” de uno de los cantantes más enervantes de nuestro país.
Sinopsis
Con mil trescientos millones de habitantes, y a punto de convertirse en la primera potencia económica mundial, China ha traspasado el tópico de país exótico de cultura milenaria, donde se come arroz con palillos y las erres se pronuncian eles, para convertirse en un país moderno y pujante, una nueva tierra de oportunidades en la que todo es posible.
Por eso miles de jóvenes, hijos de una vieja Europa cada vez más vieja, cargan sus ambiciones en sus maletas y cruzan nueve mil kilómetros de distancia dispuestos, como los pioneros, a conquistar el Lejano Este. Pero no es nada fácil triunfar en una tierra que tiene un idioma, una cultura y unas costumbres que están a un mundo de distancia. Y no sólo geográficamente.
Tras Perdiendo el Norte llegan las nuevas aventuras de la generación perdida, que en su búsqueda de fortuna por el Lejano Oriente se va a encontrar más perdida que nunca.
“Necesitamos añadir una secuencia al guion para acabar la película con un buen sabor de boca”. “Ya, pero la película acaba con el beso de Hugo y Carla, nuestra pareja romántica”. “Sí, pero hay que acabar con una situación divertida, que vaya durante los títulos de crédito, y que haga que la gente no se levante de las butacas y salga de los cines con una sonrisa”. “En Que se mueran los feos lo hicimos y funcionó”.“Pues hagámoslo”.
De esta conversación entre el equipo creativo de Perdiendo el Norte y su director, Nacho G. Velilla, nace la idea de añadir al guion una secuencia en la que se contaba cómo a Braulio (Julián López) que, a lo largo de la película, había pasado por un montón de vicisitudes idiomáticas con el alemán, le salía una beca de investigación en China y se veía obligado a apuntarse a clases de chino para afrontar ese reto. De los apuros del personaje de Braulio para hacerse con las primeras nociones de un idioma tan complicado, surge la propuesta de contar las aventuras y desventuras de este científico, superado por las circunstancias, en Perdiendo el Este, aprovechando que el fenómeno de la inmigración, lamentablemente, sigue estando de actualidad. Si el choque cultural, idiomático y gastronómico había funcionado, desde el punto de vista cómico, en Alemania, creíamos que, en un país, con más de mil trescientos millones de habitantes, que tiene cincuenta y seis dialectos diferentes y más de tres mil quinientos caracteres en su lengua principal, podía ser una mina a la hora de contar las andanzas de nuestros personajes en una parte del mundo que destaca por su “inmensidad” cada vez que se habla de cantidades.
Nos gustaría seguir Perdiendo el Sur y el Oeste…. Pero eso dependerá de la acogida que el público dé a las nuevas vicisitudes de nuestros protagonistas viajeros. Para esta nueva entrega Nacho G. Velilla, el anterior director, ha pasado a realizar la labor de productor para dar ejemplo y brindar la oportunidad a un joven realizador de poder dar el salto a la dirección de largometrajes: Paco Caballero. Hay que dar paso a los jóvenes tal como piden los personajes de nuestras películas y hay que predicar con el ejemplo.
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