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Crítica: «Dumbo» (Tim Burton, 2019)

Hay que advertir que aunque este nuevo Dumbo presente algunas de las cualidades de la película de 1941 ‒la emoción sin mesura, el sentido de la maravilla y los toques de cuento de hadas‒, lo que cuenta aquí son las saludables anomalías del cine de Tim Burton.

Es más, curiosamente, el director ha logrado llevar a su terreno la aventura del elefante volador, amplificando y concentrando la esencia de su estilo, con esos matices góticos que llevan su firma desde la década de los ochenta. Y ahí está la clave: la idea original del film de dibujos animados sirve aquí de soporte a un melodrama fantástico, con una exuberante escenografía steampunk, definido por unos protagonistas humanos muy bien descritos.

En contra de lo esperable, Burton trabaja aquí a pleno rendimiento, y consigue fabricar un producto industrial en el que todas las piezas encajan. Esa comercialidad es compatible con una buena narración, y en definitiva, con un relato fluido, en el que se exige de los actores naturalidad y también autenticidad.

Puede leerse en filigrana, a lo largo de todo el metraje, un elogio del freak shows y de los viejos circos ambulantes, cuya estética ha caracterizado buena parte del cine de Burton. Cualquiera que aprecie estos detalles, admirará el diseño de producción de Rick Heinrichs y el vestuario de Colleen Atwood, totalmente irreprochables.

Otro elemento habitual en la cinematografía de Burton ‒los personajes inadaptados, abandonados por la suerte‒ aparece en este film desde distintos enfoques. Como en un juego de espejos, los problemas de Dumbo, expuestos aquí sin calentamiento previo, subrayan las dificultades por las que pasan los verdaderos protagonistas de la película, los Farrier: dos niños, Milly (Nico Parker) y Joe (Finley Hobbins), y su padre, Holt (Colin Farrell), viudo y veterano de la Primera Guerra Mundial.

En torno a ellos, advertimos esa complicidad que sólo podría darse con viejos colaboradores de Burton, como Danny DeVito (excepcional como el dueño del circo, Max Medici), Michael Keaton (en la piel del villano V. A. Vandevere) y Eva Green, convertida aquí en una trapecista con ciertas cualidades ocultas. Para reafirmar la nostalgia burtonesca, la banda sonora es obra del indispensable Danny Elfman.

Dentro de las convenciones que exige una cinta de estas características ‒muy vistas pero de difícil ejecución‒ la película funciona muy bien. A Burton no le falta experiencia para conseguirlo, y en esta ocasión, ha logrado una de esas cintas familiares de las que vale la pena disfrutar.

Uno es consciente del paso del tiempo y de sus estragos en la filmografía de este cineasta, y sin embargo, parece que aquí ha logrado reverdecer algunos de sus méritos. Gracias a él, Dumbo es una película entrañable, sencilla y con buenas dosis de encanto.

Sinopsis

El dueño del circo Max Medici (Danny DeVito) contrata a la antigua estrella Holt Farrier (Colin Farrell) y a sus hijos Milly (Nico Parker) y Joe (Finley Hobbins) para cuidar a un elefante recién nacido cuyas enormes orejas lo convierten en el hazmerreír de un circo que atraviesa dificultades. Pero cuando descubren que Dumbo puede volar, el circo vuelve a tener un enorme éxito y atrae al persuasivo emprendedor V.A. Vandevere (Michael Keaton), que contrata a este peculiar paquidermo para Dreamland, su nuevo y desmesurado parque de atracciones. Dumbo alcanza nuevas alturas junto a Colette Marchant (Eva Green), una encantadora y espectacular trapecista, hasta que Holt descubre que debajo de su deslumbrante fachada, Dreamland esconde oscuros secretos.

La historia surgió hace más de siete décadas y llamó la atención de Walt Disney, que acabó convirtiéndola en el cuarto largometraje de Walt Disney Studios. La versión animada original de Dumbo llegó a los cines el 23 de octubre de 1941; fue una de las primeras películas que se realizaron después de que Disney inaugurara su nuevo estudio en Burbank. La película logró el favor del público y de la crítica, ganando un Premio de la Academia® a la mejor música, a la banda sonora de una película musical (Frank ChurchillOliver Wallace). La tierna e inolvidable canción «Baby Mine» también fue nominada a un Oscar®. La entrañable relación madre-hijo, que tan bien ilustra «Baby Mine» es una de las muchas razones por las que el público lleva generaciones identificándose con esta historia. «La imagen de Dumbo es icónica en todo el mundo», dice el productor Derek Frey. «La gente reconoce al instante al bebé elefante con orejas grandes. Es posible que no recuerden todos los momentos de la historia, pero recuerdan los momentos más tiernos, así como ciertas realidades del mundo que no esperaban ver en una película animada. Es el tipo de historia que forma parte de tu alma de niño».

Frey, que dirige Tim Burton Productions desde 2001, pensó en convertir Dumbo en una película de acción real hace casi cinco años cuando un guión escrito por Ehren Kruger aterrizó en la mesa de su despacho. «Cuando lo leí, algo me conmovió instantáneamente», dice. «Me pareció que era algo nuevo y fresco, pero mantenía lo que nos gusta de la cinta original».

Kruger, que también es uno de los productores, afirma: «Nos identificamos con Dumbo porque todos tenemos algún tipo de defecto, pero Dumbo nos demuestra que a veces esos defectos son lo que nos hace especiales».

Aunque Kruger estaba decidido a mantener el alma de la película original, sabía que para hacer una película de acción real, tendría que ampliar la historia. «Me pregunté si Dumbo hubiera sido un elefante volador de verdad en un circo real en la edad de oro del circo, ¿cómo habría afectado a las personas que componen ese mundo?, dice Kruger. «Quería averiguar cómo se identificaría la gente del mundo del circo con la aventura de Dumbo».

El productor Justin Springer añade: «Queríamos explorar el lado humano de su historia y darle un contexto histórico. En la cinta animada, Dumbo vuela por el mundo al final de la película. Queríamos descubrir cómo reacciona el mundo cuando las personas se percatan de que este elefante puede volar».

La historia que se narra en Dumbo se remonta a 1939 en un lanzamiento totalmente novedoso llamado «Roll-A-Book». Consistía en una caja dotada de unas pequeñas ruedas que los lectores giraban para leer la historia a través de una ventana. Los autores Helen Aberson y Harold Pearl escribieron la historia «Dumbo, el elefante volador». No se sabe si el «Roll-A-Book» vio alguna vez la luz porque no se ha encontrado ningún ejemplar. Pero cuando Walt Disney compró los derechos de la historia, publicó unos 1.430 ejemplares con el formato habitual de un libro.

En un principio, la historia iba a convertirse en un cortometraje. Pero los realizadores, encabezados por el propio Walt Disney, continuaron ampliando la película hasta que terminaron haciendo una cinta de 64 minutos protagonizada por un encantador elefantito llamado Dumbo.

La película animada se cuenta a través de los ojos de Dumbo; los humanos de la historia eran personajes en segundo plano, villanos de muchos estilos. La versión de acción real de Tim Burton no sólo amplía la trama, sino que sus personajes humanos se convierten en piezas fundamentales de la narración: sirven para interpretar la aventura del bebé elefante de forma que todos nos podemos identificar con ella.

«Es una historia preciosa», dice Burton. «La idea de un elefante volador es una historia muy sencilla. Creo que por eso es tan popular y ha llegado al corazón de tantas personas, porque es básica y primitiva».

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © Walt Disney Pictures, Tim Burton Productions, Infinite Detective Productions, Secret Machine Entertainment, Walt Disney Studios Motion Pictures. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.