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Crítica: «Pacific Rim» (Guillermo del Toro, 2013)

Guillermo del Toro le encanta la subcultura japonesa de monstruos y robots gigantes. O como dicen por allí, los mecha y los kaiju. Se trata de un catálogo de ficciones realmente descomunal, que abarca cómics, películas y teleseries, y que comenzó a consolidarse en los años cincuenta, gracias a la saga Godzilla. Ahora, con un presupuesto ciclópeo, el realizador mexicano traduce ese género a su manera, en una cinta que conviene analizar con tacto.

La sinopsis de Pacific Rim no engaña al espectador. Una brecha se abre en el Pacífico, liberando a criaturas tan enormes como destructivas. Los gobiernos del mundo se unen ante la amenaza, y patrocinan la construcción de mega-robots para combatirlos. Cada uno de estos artefactos está pilotado por una pareja de humanos, que maneja los movimientos del autómata por medio de una conexión neuronal.

Robots y monstruos encajan y esquivan golpes, castigan al contrario con uppercuts, reaccionan, buscan resuello… Y el décimo asalto de ese largo combate nos conduce al desenlace de la película.

En las escenas de lucha, los decibelios y el despliegue de efectos CGI satisfacen al tipo de público aficionado a las explosiones y a la chatarra. Por suerte, Guillermo del Toro sabe manejar la cámara sin aspavientos, e incluso en esas secuencias, demuestra que es un primera clase.

Desde un punto de vista industrial, Pacific Dream es el ejemplo perfecto de lo que Fredéric Martel llama cultura mainstream: un producto inocuo, compresible a escala universal, con un reparto multirracial y destinado a conquistar los mercados internacionales. En casos como éste, la crítica tiene un valor relativo y se impone la globalización del gusto.

Hablamos de sociología y economía, claro. Pero si han llegado hasta este párrafo, supongo que también les interesa conocer qué opino sobre la película.

Para empezar, salvo en la eficacia demostrada en la realización, cuesta distinguir en este film los rasgos distintivos de Guillermo del Toro. Sólo de forma aislada, en determinados diálogos de Idris Elba y en la magnífica intervención de Ron Perlman, reconocemos el estilo del mexicano.

Los héroes de la cinta, encarnados por Charlie Hunnam y Rinko Kikuchi, están descritos con absolutamente todos y cada uno de los estereotipos que uno espera encontrar en una cinta de este subgénero. El alivio cómico, centrado en los científicos a quienes dan vida Charlie Day y Burn Gorman, tiende a la histeria y no funciona en casi ningún momento.

Dada la ambición que se advierte en el proyecto, uno hubiera deseado un guión a la altura de las dos entregas de Hellboy. Teniendo en cuenta que el acabado es impecable a nivel técnico y espectacular en lo que se refiere a la puesta en escena, es una pena que el tono sea tan impersonal, a excepción de todo el tramo de la cinta que se desarrolla en el submundo de un Hong Kong futurista.

Casi todos los seguidores de Guillermo del Toro sabíamos que Pacific Rim iba a ser una cinta predecible: si uno ha visto las suficientes películas en su vida, seguramente adivinará absolutamente todo lo que va a pasar antes de que ocurra. ¿Profundidad psicológica? Que nadie se llame a engaño. Aquí nos movemos en un mundo de clichés, así que hay poco que objetar. Si un personaje tiene un trauma, sabemos cuándo lo superará. Si discute con un compañero, sabemos cuándo se reconciliarán. Y si la cámara lo señala como prescindible, sabemos cuando se irá de este mundo diciendo adiós con la mano.

Por suerte, el realizador cuenta con actores capaces de elevar cualquier escena por encima de la media. Idris Elba se toma muy en serio su papel del recio comandante Stacker Pentecost; Hunnam Kikuchi presumen de su buena química; y Ron Perlman, con una presencia en pantalla tirando a escasa, muestra su carisma dando vida al traficante Hannibal Chau.

Pacific Rim se gana la indulgencia del espectador con su homenaje a Ray Harryhausen e Ishirō Honda, enriquecido con elementos de anime –Mazinger ZNeon Genesis Evangelion…–, así que comprenderán que no me exceda a la hora de señalar lo negativo, y prefiera centrarme en los aspectos más favorables de este divertimento veraniego y juvenil.

A los amantes del cine mexicano les interesará saber que dos amigos del director participaron en el montaje: Alejandro González Iñárritu y Alfonso Cuarón.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

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Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.