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Crítica: «Mandy» (Panos Cosmatos, 2018)

En la escalera psicodélica que ha construido Panos Cosmatos no es fácil elegir un rellano. Si he de escoger, me quedo con la impresión que emerge en los títulos de crédito, animados por una canción de King Crimson. Esos planos iniciales me convencen de que esta película es un larguísimo videoclip de rock progresivo, con todos los tics y excesos de ese estilo musical.

Los aficionados al prog ya saben a qué me refiero. Puedo equivocarme, pero me imagino perfectamente a Panos Cosmatos diseñando este proyecto mientras disfrutaba de viejos discos de Yes o Gentle Giant, y traduciendo al lenguaje del cine sus ingredientes musicales: larguísimas suites que oscilan entre el genio y la locura, poesía oscura, referencias más o menos cultas, y por supuesto, vanguardismo en el sonido y en esas portadas dignas del mejor cómic del momento.

Cualquiera que vea Mandy con esas referencias en la memoria se encontrará con planos ‒incluido alguno resuelto por medio de dibujos animados‒ que serían la visualización perfecta de un álbum de prog-rock.

Pero no nos detengamos ahí, porque, como verán, esta es una auténtica cápsula del tiempo. La película, no por casualidad, se ambienta en 1983, y de hecho, podría haberse estrenado en esa fecha sin demasiados reparos. Al fin y al cabo, aunque uno también pueda relacionarlo con David Lynch, el guión oscila entre cuatro géneros de moda por aquellos días: el slasher ‒en este caso, con reminiscencias de origen italiano‒, la fantasía heroica, la ficción postapocalítica y las películas de venganza, generalmente protagonizadas por un antihéroe nihilista.

Nicolas Cage ‒en la piel de Red Miller, el protagonista‒ desbarra a sus anchas en esta odisea de sangre, furor, heavy metal, satanismo y LSD. Pero si lo de Cage les parece extremo, ya verán que tiene competencia. Aunque el actor despliegue toda su pirotecnia gestual, no es el único perturbado de la función.

Atentos a su némesis: Jeremiah Sand (Linus Roache), el desquiciado líder de una secta hippie. Para dejar clara su conexión con Charles Manson, se presenta como un antiguo músico. Es más, en un momento determinado, Sand recuerda a su víctima que llegó a grabar un álbum de folk psicodélico (he aquí otra referencia al prog rock).

Para que no falten detalles excéntricos, incluso la pareja de Cage, Mandy Bloom (Andrea Riseborough), es definida como una ilustradora extravagante y con algún cable suelto. Mandy, por cierto, cultiva un estilo que la aproxima a otro artista, Frank Frazetta, a quien Panos Cosmatos homenajea en el último tramo de la cinta.

Reforzando el poderío de este extrañísimo artefacto cinematográfico, el músico Jóhann Jóhannsson compuso, poco antes de morir por sobredosis, una banda sonora que emplea las guitarras y los sintetizadores como si ésta fuera una película italiana de los setenta. Y así, con un tono entre trágico y solemne, Jóhanssonn contribuye a que el espectador descienda al infierno de Cage y realza su furia volcánica.

Pero no se ilusionen más de la cuenta. Esta no es una película fácil. Más bien todo lo contrario. Pese a la fuerza icónica de sus referencias ‒de la serie B al heavy‒ y a pesar de su respeto a la vieja escuela ‒esto es Panavision en formato anamórfico‒, Mandy se desliza aquí y allá hacia la neurosis y el experimentalismo. Lo cual, créanme, dice mucho en su favor, pero limita bastante sus posibilidades comerciales.

Quizá por esta valentía kamikaze, no se trata de una película que admita más de un visionado. Su naturaleza alucinógena puede resultar demasiado turbadora e indigesta. Por otro lado, describir lo que es (o lo que pretende ser) Mandy puede alentar falsas expectativas en el espectador menos curtido, que quizá no aplauda su fetichismo o su nostalgia con el mismo entusiasmo que los críticos.

Por cierto, el realizador lleva el cine popular en su ADN: Panos Cosmatos es el hijo de George Pan Cosmatos, el director de Rambo (1985), Cobra (1986) y Tombstone (1993).

Sinopsis

Red (Nicolas Cage) es un leñador que vive alejado del mundo junto al amor de su vida, Mandy (Andrea Riseborough). Un día, mientras da un paseo abstraída en una de las novelas de fantasía que suele leer a diario, Mandy se cruza sin saberlo con el líder de una secta que desarrolla una obsesión por ella.

Decidido a poseerla a cualquier precio, él y su grupo de secuaces invocan a una banda de motoristas venidos del infierno que la raptan y, en el proceso, hacen añicos la vida de Red. En busca de venganza y equipado con toda clase de artilugios, se en marcha para cobrar la pérdida de Mandy.

Notas del director

«Me gusta pensar que Mandy puede considerarse una obra de arte naive. Es como una alusión a los recuerdos que tengo sobre arte, música y películas de cuando era niño. La idea de Mandy se me ocurrió a la vez que la de mi primera película, Beyond the Black Rainbow, justo después de la muerte de mi padre. En ese momento, el mundo que conocía desapareció por completo. Tras haber superado la pena provocada por la muerte de mi madre una década antes, esta vez el dolor era aún más intenso. Beyond the Black Rainbow trata sobre mis sentimientos de culpabilidad y arrepentimiento, y sobre cómo no debemos aferrarnos a las cosas que no se pueden cambiar. Mandy gira en torno a la ira y la impotencia que se siente a continuación. En Beyond the Black Rainbow intenté contenerme a mí mismo en casi todas las decisiones para crear un universo totalmente definido y controlado. En Mandy me he dejado llevar y he incorporado mis fetiches artísticos, mis pasiones y mi personalidad para hacerla aflorar de una manera más vistosa dentro de su propio contexto. Beyond the Black Rainbow era como una inhalación, y Mandy sería su exhalación. Mi madre fomentó mi creatividad, mientras que mi padre me enseñó conceptos cinematográficos más pragmáticos. De esta manera, ambos están presentes en esta película. De hecho, hay muchísimo de mi madre y de mi padre en ambas películas. Son las dos mitades de un todo».

Panos Cosmatos nació en Roma a mediados de los setenta. Su padre era un director de cine griego y su madre una artista experimental sueca. Cosmatos pasó los primeros años de su etapa formativa viajando por todo el mundo hasta que se asentó en el oeste de Canadá. En 1980, su familia vivió durante un año en México, donde las extrañas interpretaciones locales de la cultura popular americana le influyeron profundamente en todos sus procesos creativos.

Se crió en los aislados suburbios de la isla de Vancouver durante la década de los ochenta, una época en la que se obsesionó con todo lo relacionado con el heavy metal, el arte fantástico, la ciencia ficción y las películas de miedo, una fijación que aún no se le ha ido de la cabeza. Tras la muerte de su madre a finales de los noventa, se vio inmerso en una espiral de locura y autodestrucción de la que tardó una década en salir. Cuando por fin lo logró, decidió que haría una película o moriría en el intento. Un año más tarde, nació Beyond the Black Rainbow.

Entrevista con el director

P: «Mandy» es esencialmente la suma de dos películas. La primera mitad es una historia de amor; la segunda es una de venganza. ¿Cómo hiciste para crear esa atmósfera tanto desde el montaje como desde las interpretaciones? Es una atmósfera delicada y subyugante, como una versión del Edén.

R: Simplemente se fue formando en las primeras fases de la concepción. Lentamente construyes de forma narrativa estas cosas, y siempre quise que la película tuviera una parte importante donde pasáramos tiempo con Red y Mandy, como si estuviéramos allí con ellos y los conociéramos, como si viviéramos en el cielo junto a ellos. En el transcurso de la edición, la película se dividió en dos mitades y terminó funcionando bien.

P: ¿Trabajaste mucho tiempo la química entre Nicolas Cage y Andrea Riseborough, buscando capturar ese instante en el que sientes que están destinados a estar juntos?

R: Pienso que el modo de abordar los personajes permitió que eso ocurriera. Decidimos plantear el papel de él como un ser dañado, un hombre normal que se ha permitido ser frágil por primera vez en su vida únicamente en presencia de ella. El papel de Andrea, queríamos que fuera un personaje, cómo decirlo… cuyas decisiones que toma guían sutilmente al público a conectar con ella, de modo que se sienta como una pérdida real cuando ella ya no está en la película.

P: Como espectador, uno entra en la película buscando una propuesta de género, pero entonces descubres en su comienzo que es genuinamente sensible. Me preguntaba ¿cómo de importante era para ti que la primera parte de la película tuviera esta naturaleza?

R: Fue muy importante para mí. No quería mostrar un hombre guiado únicamente por la testosterona. Quería hacer una película con la que todo el mundo pudiera conectar a nivel personal. Desde ahí, dibuje mi propia relación con mi mujer, donde existen esos momentos en los que estamos felices, juntos y solos.

Me gusta mucho la parte en la que están viendo la televisión, porque se siente como algo que todos hacemos con nuestros seres queridos. Nadie va a montar a caballo, que yo sepa (risas). En la comida o viendo la televisión es donde me siento mas cercano a mi mujer.

P: Es interesante que digas que no querías hacer una película varonil, ya que «Mandy» parece jugar con el estereotipo machista, ya sea con los diferentes tamaños de armas, o con el derecho de posesión de Jeremiah hacia Mandy. ¿Hablaste mucho sobre esto con los actores, o con el coguionista Aaron Stewart-Ahn, cuando estabais escribiendo el libreto? 

R: Sí, bueno, estábamos interesados en el ego masculino y cómo éste, en su versión más extrema, se asemeja al trauma de consumir una seta venenosa, creando una realidad cercana a una pesadilla. Lo último que deseaba era hacer una película que estuviera dirigida directamente al chico de fraternidad, ¿entiendes? Creo que si hay personas que quieren disfrutar de la película tienen que ganarse el modo de hacerlo; pasar tiempo con Red y Mandy, conectar con ellos a todos los niveles que puedan.

No me malinterpretes, se puede disfrutar con muchos elementos existentes en el metraje, simplemente no quería que ese fuera el único publico potencial de la película.

P: ¿Cómo equilibras eso? Quieres poder disfrutar del espectáculo de alguien que le clava una espada en la boca de otro, pero… 

R: No se cómo equilibrar eso, todo lo que hay en una película es el resultado de seguir tu instinto creativo sobre la marcha. En cuanto a las armas, quería que el arma que se forja a sí mismo cristalizara como una manifestación de la pérdida y la locura, no como un objeto real, más bien como un artefacto mítico que en cierto modo saca de su alma (risas).

P: Tengo curiosidad: ¿alguna vez debatisteis sobre un destino diferente para Mandy? Me pregunto si alguna vez estuvo la idea de que ella no encontrase el destino que finalmente halló. 

R: No, desde mi perspectiva siempre quise que ella tuviera esa naturaleza operística, trágica y un poco mitológica. Y creo que, para que eso suceda, su destino debe ser el que fue.

P: Hay algo muy específico… tú explicas más que otros realizadores el contexto de esos villanos, por decirlo de una manera, extraños. ¿Hubo muchas conversaciones sobre cuánto protagonismo se les daba a los miembros de la secta? Has hecho creíble de una forma muy extraña que esas personas puedan existir, que sean humanas, pero a la vez estén lejos de serlo.

R: Me gusta la idea de haber creado un entorno mitológico y luego poblarlo con personas neuróticas. Mi objetivo siempre es evocar lo que estos personajes son con unas cuantas pinceladas. Persistentes, sí, pero pequeños detalles. Por ejemplo, creo que Mandy, en el núcleo de su personaje, acude a los recuerdos para intentar encontrar alivio a su dolor. Intento suscitar estas cosas brevemente en vez de alargarlas en el trascurso de muchas escenas. En lo que respecta a Red, es un poco mas misterioso, pero pienso que realmente no hay tanto desarrollo. Él es un individuo simple. En cierto modo, está muy definido por su relación con ella.

P: Después de todo lo terrible que ocurre con Mandy, Red protagoniza una escena increíble en la que está llorando y bebiéndose una botella entera de vodka en el baño, narrada en una sola toma. ¿Eso fue muy indicativo de la sinergia en el set? ¿Era la evidencia del compromiso de Nicolas contigo? ¿De dónde coño salió esa escena?

R: Decidí muy rápido que esa escena debería ser como una obra absurda de un solo acto, ¿sabes? Es un derrumbamiento muy estereotipado, él está desbordado por su dolor y por la situación. Sólo pensé que sería interesante ver a un actor tan valiente y capaz como él aprovecharse de eso e ir con todo. Hicimos dos tomas, una fue de ensayo y solo le di unas anotaciones sobre el fotograma clave; dónde y cuándo dar el golpe. Lo hicimos una vez mas y eso fue todo.

P: ¿Es el actor perfecto cuando se trata de retratar momentos desquiciados? 

R: Creo que es extremadamente preciso. Creo que los espectadores tienen esta percepción de que él solo está exagerando, o que simplemente se está volviendo loco o algo por el estilo. Pero él es extremadamente reflexivo sobre cómo se expresa su personaje. Nuestra primera conversación fue sobre crear una especie de camino para que el personaje, ese hombre mundano, poseyera, con la situación adecuada, el nervio de un animal herido. Transformándose en un divertido Jason Voorhees («Viernes 13»).

P: En la segunda mitad de «Mandy» hay menos diálogo, y las secuencias de acción verdaderamente despegan. ¿Pasaste mucho tiempo soñando con las peleas, los disfraces?

R: En cuanto a los disfraces, todo surgió en la fase de concepción, que para mí es muy importante visual y musicalmente. Intento reformular artefactos de la cultura pop y no solo pensar directamente en la historia y querer contarla de una manera efectiva. La historia se desarrolla de manera simple. Y me gusta la idea de que una historia muy simple pueda construir un universo tan rico alrededor de ella.

En cuanto a las escenas de lucha, tuvimos la suerte de contar con un sorprendente coreógrafo, Ben Cooke, que había trabajado en las sagas de James Bond y Jason Bourne. Conversamos largo y tendido con él sobre el estilo de la pelea.

P: La música de Jóhann Jóhannsson es increíble, es un gran trabajo que forma ya parte de su legado. ¿Lo tenías en mente cuando estabas escribiendo? ¿Cuándo comenzó a influirte en el proceso? ¿Cómo encontraste ese lugar donde sus sensibilidades coincidían con las tuyas? Él, desde la música, es un narrador sensible también.

R: No lo tenía en mente, no pensé inmediatamente en él como una opción. Pero resultó que había visto «Beyond the Black Rainbow» y quería trabajar conmigo, lo que fue una sorpresa. Poco después de hablar con él, fui consciente de su sensibilidad y del tipo de persona y artista que era. Su trabajo tiene todo para emocionarme, y vaya si lo consigue.

P: «Mandy» tiene lugar concretamente en 1983, pero ¿estabas buscando la manera de que no pareciera algo retro? ¿Tenías cuidado con eso? ¿Cómo encuentras ese término medio?

R: Para mí, el 1983 de la película es la forma en la que pienso, no tiene ningún componente real o histórico. 1983 es el nombre que le doy al paisaje de mis recuerdos y emociones surgido en la infancia. Este tipo de historia, ese ambiente mitológico, está inspirado en eso. No es realmente 1983 per se.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

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Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.