“La vida no es más que una sombra en marcha; un mal actor que se pavonea y se agita una hora en el escenario y después no vuelve a saberse de él: es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada».
Después de esa reflexión de Macbeth, los filósofos deberían haber tirado la toalla. Todo lo que se pudiera decir en el futuro sobre la existencia humana sería torpe, redundante o innecesario.
Los clásicos lo son por una razón determinante: siempre están vigentes, siempre dan en el clavo, y por eso nunca dejarán de representarse o de adaptarse. En este caso, el director Justin Kurzel se centra en los aspectos primitivos, folclóricos y piscológicos de esta obra de Shakespeare, situando su película en las agrestes Tierras Altas escocesas, siempre azotadas por el viento y la lluvia.
Las lomas peladas de árboles pierden su peculiar color verde por arte de una cuidada y desoladora fotografía, y los personajes están totalmente forjados por el entorno. Macbeth y compañía se nos muestran como duros bárbaros, con sus vidas marcadas por las tradiciones mágicas, que se funden en un todo con sus torturadas mentes.
La brujería, el destino y los fantasmas de Macbeth, en el mundo actual, serían vistos como el producto de la superstición y de los delirios de una mente febril, pero en el tiempo y lugar en el que transcurre la acción, la distinción entre la locura y la maldición mágica es irrelevante. En el fondo, ambas son una misma cosa.
Hemos visto diversas películas basadas en esta obra teatral. A mi modo de ver, las más memorables adaptaciones son la de Orson Welles (Macbeth, 1948) y Akira Kurosawa (Trono de sangre, 1957). El director de esta nueva versión parece tener el ojo en el cine nórdico: pongamos a Dreyer y a Bergman como referentes. En su Macbeth no se vocifera, como suele ser costumbre ‒la obra de presta a ello‒, y se podría decir que la película está dominada por los susurros más que por las explosiones de furia.
Michael Fassbender interpreta a un convincente Macbeth, que pasa de ser un tipo valiente y fiel a un cobarde traidor, para posteriormente sufrir todo tipo de remordimientos y acabar siendo un tirano psicótico. En todas estas fases, el actor británico parece un ser humano, no un actor interpretando Macbeth.
Por su parte, Lady Macbeth también tiene su parte de humanidad, echándole valor a la traición cuando le falta a su esposo, todo gracias al buen trabajo de Marion Cotillard.
No vamos, a estas alturas, a analizar todo lo que contiene algo tan inmenso como Macbeth. Todo lo interesante que se puede decir sobre política, poder, psiquiatría o manipulación está presente en la obra.
¿No la conoce todavía? ¿Le da cierta pereza? ¿Quiere que su chaval la vea? Bueno, para amenizar la función hay alguna que otra pelea a espadas realmente sangrienta, a medio camino entre las de Braveheart y las de 300.
Por lo demás, este Macbeth es una versión fiel y respetuosa: una película donde el frío y la humedad se meten en los huesos del espectador. En suma, esta es una historia que sigue siendo tan brutal como fascinante, y tiene efecto tanto en las tripas como en el cerebro.
Sinopsis
Macbeth sin duda es una de las obras más célebres de Shakespeare. Desde el mismo instante de su aparición, hace cuatro siglos, la pieza ha visto frecuentes adaptaciones o modernizaciones para los proscenios, el cine, o la televisión. El trágico relato de este general escocés devorado por la ambición y por su destino real, fascina desde hace mucho a actores, directores y espectadores. En cine, ha dado lugar a muchas adaptaciones. Las más notorias las de Orson Welles o Roman Polanski.
Los productores Iain Canning y Emile Sherman, de See-Saw Films, a la vista de una nueva y emergente generación de grandes actores ingleses de teatro, cine y televisión, han considerado que había llegado el momento de proponer una nueva lectura de la pieza. «Actores como Tom Hiddleston y Jude Law han tenido primeros papeles en piezas de Shakespeare —remarca Canning—. Me parece interesante ver a esa nueva generación apropiándose del repertorio shakespeariano y redescubriendo significaciones».
El momento era igualmente oportuno por cuanto atañe a los temas abordados en la pieza: efectivamente, nunca tanto como ahora habían sido actuales la codicia y sus estragos. Jack Reynor, quien encarna a Malcolm, destaca: «La codicia es una azote que puede corromper a millones de personas y destruir sus vidas. Es tanto como decir que la historia de Macbeth se hace particularmente estremecedora si pensamos en el clima económico de estos últimos años».
Para los productores, la mundialización actual también permitía acentuar la envergadura de la intriga y dar al film una dimensión moderna. «Lo que me ha parecido muy importante en esta adaptación es la importancia de lo colectivo y la existencia del vasto mundo en el que evolucionan nuestros personajes —precisa Canning—. Hemos hecho más evidente que Macbeth y Lady Macbeth habitan un mundo del que son el producto, y cuyas decisiones pueden transformarlo. Por tanto, hemos adoptado un punto de vista mucho más moderno y cinematográfico».
Por contra, la producción ha querido preservar la lengua de Shakespeare. «Nos hubiéramos ido a un resultado del todo distinto si no se hubiera respetado el uso del verso —prosigue Canning—. Nuestro desafío ha consistido en practicar algunos cortes en la pieza en los lugares más apropiados, además de bastir un equipo capaz de hacer olvidar al espectador que está ante una obra clásica de lenguaje arcaico».
«No hemos abordado la pieza con espíritu simple —subraya Michael Fassbender, quien encarna al protagonista—. Jamás hemos intentado cambiar el texto en verso, o ceñirlo, aunque hemos priorizado la sobriedad y la proximidad. Desde el principio, Justin quería establecer una relación mucho más íntima con el texto que en las adaptaciones previas, al tiempo que sostener la fidelidad a la obra. Igual que con cualquier guión, no se ha querido sabotear este texto magnífico sino utilizarlo para el proceso y hacerlo propio».
Justin Kurzel destaca: «Hemos rodado en verso, y no es lo mismo que dar la réplica a un compañero que esté frente a uno, y actuar en el proscenio ante un público. Creo que ocurre algo cuando un actor se halla frente a sí mismo con la cámara que se acerca casi a tocar. Aquí no se actúa para un público numeroso, sino en un marco mucho más íntimo».
«Se ha tenido que verter gran esfuerzo, pues Shakespeare puede ser difícil de comprender, incluso para los ingleses —enfatiza Marion Cotillard, caracterizada como Lady Macbeth —Pero ello ha suscitado una energía que nos ha enardecido los ánimos a lo largo de todo el rodaje».
Kurzel ha desplegado este universo gracias a sus pesquisas, y se ha centrado principalmente en la verdadera historia del monarca. «¿Cómo fueron aquellos tiempos? ¿Devinieron particularmente violentos? —se interroga—. Ello me ha hecho pensar mucho en un western, y la atmósfera me ha parecido sobremanera mucho más aterradora que en las adaptaciones anteriores de la pieza».
La película se ha rodado en siete semanas (36 días para ser exactos), en escenarios íntegramente exteriores, con excepción de seis días. «La autenticidad era un objetivo prioritario para el realizador —precisa Laura Hastings-Smith—. Justin ha procurado crear un mundo del todo creíble y coherente que, por otro lado; y por otro lado, hablaba como de un universo parejo al western. La aridez del mundo de Macbeth hacía del paisaje plenamente un personaje y, en consecuencia, se hizo esencial rodar en pleno corazón de ese paisaje».
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