Se habla mucho de las fórmulas dentro de géneros populares como el wéstern, el terror o la acción. Sin embargo, las plantillas y los lugares comunes también abundan dentro de los dramas, de las películas de prestigio destinadas a público serio y adulto. Una de las recetas más frecuentes y eficaces es la historia del profesional de ciudad que se ve obligado a ejercer su trabajo en alguna pequeña población rural. El personaje llegará a su destino molesto con su suerte y arrogante en sus formas, para acabar integrándose en ese entorno social. Así descubrirá lo equivocado que estaba al ningunear a los lugareños.
En Lunana: A Yak in the Classroom tenemos de protagonista a un joven profesor. La gran novedad, que condiciona toda la película y aporta interés al espectador, es que la película es una producción de Bután (coproducción junto a China, en realidad).
Bután es un distante, pequeño y casi legendario país del Himalaya, un Shangri-La en la mente de los occidentales, con la peculiaridad de que se rige de acuerdo a un «índice de Felicidad Nacional Bruta”.
El personaje principal, Ugyen (Sherab Dorji), es un funcionario que trabaja al servicio de esa suerte de ministerio de la felicidad dando clases en Timbu, la capital de Bután, lo más parecido a una metrópolis que existe por aquellos lares. Apenas una capital de comarca según nuestros estándares. Pero ni siquiera en el paraíso todo el mundo está contento, y Ugyen quiere abandonar Bután para irse a Australia a hacerse estrella de pop.
Lo que tenemos aquí es un film que promociona Bután como bello destino turístico (los paisajes mostrados quitan la respiración). También resalta el hecho de que es un lugar de interesantísima cultura aunque no aislado en el tiempo, que cuenta con oficinas modernas (aparecen en pantalla) y con la capacidad de presentar una película tan profesional y bien hecha como Lunana. Pero la cinta también funciona como panfleto nacionalista que viene a decir al espectador butanés: «Para qué te vas a ir del país más feliz del mundo, pardillo».
Sin sorpresas argumentales a la vista, la película se disfruta como un viaje hacia las alturas del planeta. En especial, el periplo a pie y cuesta arriba que el sufrido profesor ha de realizar para llegar a la elevada y minúscula población de Lunana. Esa parte de la película se acerca al cine de aventuras (al menos para el espectador urbanita).
Sin apenas electricidad ni material, Ugyen deberá apañárselas para acondicionar la escuela local y dar clases adecuadamente, algo que logra con fuerza de voluntad y la ayuda de los lugareños, sencillos pero habilidosos pastores de yaks y agricultores del cereal.
La parte más artística y curiosa de Lunana se refiere a la suma importancia de la música, de las canciones, como elemento no solo cultural, sino espiritual y de pura comunicación dentro de un país cuyo orgullo nacional no se refiere al poderío bélico o económico, sino a la solidaridad, la generosidad y la bondad.
El cínico que todos los occidentales llevamos dentro nos hace pensar si todo esto no será más que teatro de cara a la galería. Pero imaginemos que así fuera en realidad. Todavía quedaría esperanza para el mundo, si bien no total: los pastores de la película indican que cada vez hay menos nieve en sus montañas, pese a no haber oído nunca eso del «cambio climático».
Sinopsis
Lunana: A Yak in the Classroom sigue la historia de un joven maestro que sueña con emigrar a Australia para convertirse en cantante. En cambio, es asignado a una escuela en el pueblo más remoto del norte de Bután, donde inesperadamente forma un fuerte vinculo con los niños locales y encuentra la felicidad.
La película se filmó en uno de los asentamientos humanos más remotos del mundo y la producción tuvo que depender completamente de baterías solares. La mayoría de los actores son pastores locales que nunca han visto el mundo más allá de su aldea.
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