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Crítica: «Lovelace» (Rob Epstein y Jeffrey Friedman, 2013)

Por antepenúltima vez, Hollywood nos vende el biopic de una figura pública que merece pasar por el diván del psicoanalista. En este caso, se trata de Linda Lovelace, estrella del porno a su pesar, convertida en icono de los primeros setenta gracias a su lúbrica intervención en Garganta profunda.

Dirigida por Rob Epstein y Jeffrey Friedman, el film cuenta la ascensión y caída de Lovelace desde dos perspectivas. Primero, como una aventura amorosa (y sexual) que se ilumina bajo el resplandor de los focos, y luego, como una pesadilla atroz, que parece extraída de una novela barata.

No hay contradicción, sino equilibrio entre ambas tramas.

La historia no es apta para menores, pero su guionista, Andy Bellin, saca la pornografía fuera del plano, y opta por aguantar mecha en el aspecto puramente dramático. Logra así que la cinta se acomode a la moralidad mainstream –pecado, penitencia, redención– que lleva en el núcleo primordial de Hollywood desde los tiempos de Griffith.

Amanda Seyfried se despoja de su apariencia de damisela inocente y encarna –ese es el verbo– a Lovelace como si fuera una heroína descarriada, tirando a ingenua y sin demasiada inteligencia emocional.

Más allá de la eficacia de Seyfried y del buen hacer de los secundarios (Sharon Stone y Robert Patrick como los padres de la protagonista, Hank Azaria como el realizador porno Gerard DamianoJames Franco en la piel de un joven Hugh Hefner…), quien se adueña de la película es Peter Sarsgaard.

El actor interpreta a Chuck Traynor, el encantador de serpientes que, en la vida real, conquistó a Linda, vació su autoestima y se fue convirtiendo en un Pigmalión perverso.

Sarsgaard aporta a su papel todo lo que la película necesita. Apoya a la protagonista en sus escenas, y cuando el argumento lo requiere, saca a relucir varias capas de maldad.

Por lo demás, los realizadores dan por buena la perspectiva adoptada por la propia Lovelace en dos de sus cinco (¡!) libros autobiográficos: Ordeal (1980) y Out of Bondage (1986).

El arrepentimiento recicla, en este caso, cualquier asomo de perversión o de lascivia en el personaje. Añadan el disolvente de la piedad. No discutiré ese punto de vista, dado que aquí hablamos de un caso típico de corrupción, con tremendas secuelas psicológicas.

Por lo demás, que los espectadores de realities y de talk shows como el de Oprah Winfrey se lo premien, por que es a ellos a quien se dirige este melodrama, tan correcto como olvidable.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © 2012 Animus Films, Eclectic Pictures, Millennium Films y Untitled Entertainment. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.