Las letras mayúsculas de la Historia nos relatan cómo cierto fanático invadió media Europa y fue responsable de varios millones de muertes. Las minúsculas, en cambio, nos van dando a conocer poco a poco a los héroes anónimos que no se quedaron de brazos cruzados mientras esto sucedía.
Y esta es la modesta gran historia de Nicholas Winton (Anthony Hopkins / Johnny Flynn), un hombre corriente, corredor de bolsa, que un buen día, poco antes de que Hitler invadiera Checoslovaquia, decide pasar una semana en su capital para colaborar en asuntos burocráticos, facilitando que algunos perseguidos por el nazismo puedan exiliarse a Gran Bretaña.
Poco sabía el bueno de Nicky Winton lo que se iba a encontrar al llegar a Praga en 1939: miles de refugiados judíos, familias, niños, a quienes acechaba el hambre y el frío, y un destino aún más siniestro de no mediar un milagro. Y este milagro comenzó a obrarse cuando Winton, junto a un grupo de colaboradores, se dispuso a evacuar en trenes rumbo a Inglaterra a tantos niños como le permitiese la cuenta atrás de la inminente invasión nazi.
Los niños de Winton es una película emotiva, sin artificios, que no busca la lágrima del espectador, pero la provoca con la veracidad y la crudeza del peso de una historia real bien contada.
La película se inicia con el anónimo Mr. Winton ‒interpretado por un dulce Anthony Hopkins que ya no se come a nadie‒, jubilado, inmerso en recuerdos y sepultado por el cúmulo de enseres, documentos y chismes que van okupando una casa a lo largo de una vida, y que está a dos periódicos atrasados de convertirse en síndrome de Diógenes. Dispuesto a poner orden, redescubre un viejo álbum que atesora en sus páginas el relato de una maravillosa gesta: las fotos de los niños puestos a salvo, sus nombres, los trenes en que viajaron, las familias que les acogieron y que en tantos casos les acabaron adoptando.
Estaciones de tren, despedidas y acogidas, un fin de trayecto que supone el inicio de una vida. Así se plasma en esta cinta la delgada línea que separa la vida de la muerte, una alegoría dibujada sobre raíles, viejas máquinas resoplando humo, llegando fatigadas con sus vagones de madera cargados de esperanza, o viendo frustrada la marcha de un noveno tren que nunca partió.
Dado su carácter humilde, el anciano Winton no desea darse ninguna publicidad con el relato de su proeza, cosa que le aflige más que enorgullece, pues le atormenta no haber podido rescatar a tantos niños como quedaron pendientes de tomar un tren salvador. Pero es consciente del valor de ese documento, y acude a editores y filántropos para ponerlo a su disposición y darle alguna utilidad.
Nicholas Winton estaba lejos de imaginar la repercusión que este hecho tendría cuando una cadena de televisión cobra conocimiento de la historia, y organiza en un programa en directo una emotiva reunión sorpresa entre los “niños” ya adultos, y su salvador.
La cinta, en su modestia, y sin un Spielberg a la dirección, se suma muy dignamente al género que popularizó La lista de Schindler, y al que merecería pertenecer alguna futurible película dedicada a Ángel Sanz Briz, el “ángel de Budapest”, embajador español en Hungría durante la Segunda Guerra Mundial, quien proporcionó pasaporte español a más de 4000 judíos que hubiesen acabado inevitablemente sus días en un campo de concentración.
Los niños de Winton tiene un desarrollo sencillo, y transita con fluidez entre el presente y el pasado de su protagonista. Resulta conmovedora sin ser sensiblera, eficaz en el relato de una gesta Humana con mayúsculas. El espectador no necesita que le añadan azúcar a lo que significa salvar una vida, o 669 vidas de niños que escaparon de una muerte segura. “Quien salva una vida, salva el mundo entero”, reza una máxima que se nos recuerda en los diálogos de esta película.
Una cinta muy recomendable, que nos repinta esa humanidad que se nos desgasta en el apático egocentrismo de lo cotidiano, y que sorprende pese a que el espectador crea saber lo que va a ver. Y es que, aunque uno conozca el argumento en sus líneas esenciales, no puede quedar impasible ante escenas como la de un padre que se despide de dos hijos a los que probablemente no vuelva a ver, quedándose a cargo de un tercero que está condenado, como él mismo, a un final funesto.
Sinopsis
Un joven corredor de bolsa británico, Nicholas «Nicky» Winton (Anthony Hopkins), ayudó a rescatar a cientos de niños de los nazis en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, con la ayuda de su madre (Helena Bonham Carter). Un acto de compasión casi olvidado durante 50 años, y del que Nicky vive atormentado por los fantasmas de los niños a los que no pudo rescatar, culpándose por no haber hecho más.
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