El éxito de las películas de Marvel-Disney ha provocado que muchos quieran subirse al carro creando sus propios “universos cinematográficos” (franquicias de películas protagonizadas por distintos personajes, pero conectados entre sí).
Algunos de estos proyectos de “universo” se han abortado tras el fracaso de su primera entrega (el Dark Universe de Universal y el basado en los videojuegos de Squeare Enix). Otros siguen adelante de forma titubeante, sin encontrar su propio camino (el Worlds of DC de Warner). Y el resto… todavía está por ver en qué acaban quedando (el MonsterVerse de Warner y Legendary Entertainment, o el que está construyendo Shyamalan con sus propios personajes).
La astuta mente de James Wan se las ha arreglado para fabricar un mini-universo, algo improvisado, basado en su película de terror Expediente Warren (2013), logrando excelentes resultados económicos. Además de dirigir la obligada secuela, Expediente Warren: El caso Enfield (2016), Wan ha ejercido de productor en tres películas centradas en personajes secundarios de Expediente Warren: Annabelle (John R. Leonetti, 2014), Annabelle Creation (David Sandberg, 2017) y, ahora, La monja.
El director británico Corin Hardy es el encargado de esta nueva aportación, y ofrece justo lo que se espera de estas películas: una sencilla historia de terror con cuidada ambientación, escaso gore, nada de sexo y muchos, muchos sustos.
Me suelen frustrar un poco los films de James Wan y sus compinches, ya que todo el potencial terrorífico (que es mucho) se disipa al sustituir el suspense por la avalancha de ruidosos sobresaltos. Hay que tener en cuenta que estos productos van destinados principalmente al público joven: ese que, si no escucha un estruendo en menos de tres minutos, pierde la atención de la pantalla de cine y procede a mirar Instagram Stories en su teléfono móvil.
Teniendo en cuenta ese defecto (que muchos consideran virtud) y aceptándolo con resignación, hay que reconocer que las películas de esta franquicia entretienen pese a su narrativa apresurada y tosca, y lo hacen tanto por su naturaleza de “tren de la bruja” como por lo vistoso de su puesta en escena. En esta ocasión, La monja sorprenderá a los aficionados al cine de terror con solera por remitir directamente a las películas de miedo de los años 60-70.
La historia transcurre en 1952, en una Rumanía directamente sacada de las películas de la Hammer: cementerios cubiertos de bruma baja, un oscuro convento-castillo, pueblerinos supersticiosos atrincherados en tabernas… una auténtica delicia. Como protagonistas, un sacerdote-investigador con el obligado trauma causado por un exorcismo fallido (interpretado con intensidad por Demián Bichir) y una voluntariosa novicia (la siempre impecable Taissa Farmiga, hermana de Vera Farmiga, protagonista de Expediente Warren). Ambos afrontan una misión del Vaticano para investigar una extraña muerte sucedida en el convento.
Lo que sucede a continuación se puede considerar un homenaje a la denominada nunsploitation (algo así como “monjaxplotación”), subgénero nacido en los libertinos años 70 que ofrecía todo lo que el público morboso esperaba ver en ese momento: satanismo, violencia, sexo y escándalos varios.
Estamos en 2018 y encima hablamos de una película estadounidense, así que en La monja no hay ni la más mínima sugerencia erótica (que nadie se espere delirios iconoclastas como los de Ken Russell o Juan López Moctezuma), pero a cambio hay imágenes siniestras y demoníacas para dar y tomar.
Más que en otras películas de este universo-franquicia, en La monja se suceden los homenajes directos (por no decir plagios descarados) a la mencionada Hammer, pero también a Roger Corman y el terror italiano de Mario Bava y sus sucesores. Los ¿robos? resultan especialmente evidentes en los momentos extraídos de cintas de Lucio Fulci como Miedo en la ciudad de los muertos vivientes (1980) o Demonia (1990), a los que se unen los “préstamos” tomados de cintas quizá menos populares, pero realmente interesantes, como la británico-rusa Dark Waters (Mariano Baino, 1994) o la estadounidense Historias de la cripta: caballero del diablo (Ernest Dickerson, 1995).
Más allá de este pequeño festín de “cromos” para el aficionado de pro, La monja va directa al grano, y no se pone muy exquisita ni su guión o ni en sus ambiciones artísticas. No hay ánimo de indagar en elementos psicológicos o religiosos más allá de meramente lo estético, y todo el ambiente gótico sirve exclusivamente como telón de fondo para una cadena de sustos, más o menos efectivos, destinados a una muchachada con ganas de chillar.
Resumiendo: una simple atracción de feria, pero muy bien decorada.
Sinopsis
Una joven monja de clausura de una abadía de Rumanía se quita la vida. Para investigar lo sucedido, el Vaticano envía a un sacerdote con un pasado tormentoso y a una novicia a punto de tomar los hábitos. Juntos van a descubrir el profano secreto de la orden. Arriesgan no solo sus vidas sino también su fe y sus almas al enfrentarse a una fuerza maléfica que se encarna en esa misma monja endemoniada, mientras la abadía se convierte así en un aterrador campo de batalla entre vivos y condenados.
El demonio impío disfrazado de santidad reaparece en el thriller de terror La monja, el último capítulo del universo de Expediente Warren de James Wan, con una película totalmente dedicada al origen de su horripilante rostro.
El público tembló de miedo por primera vez con aparición de la endemoniada Monja Valak, que inundaba las visiones de Lorraine Warren y la aterrorizó hasta el más absoluto horror en el taquillazo Expediente Warren: El caso Enfield. En La monja, la batalla épica del bien contra el mal enfrenta a un sacerdote a una historia oscura y a una novicia cuyo pasado no es lo único que la atormenta contra la blasfemia que es la Monja Endemoniada.
El director Colin Hardy es un auténtico fan de estas películas y en particular del personaje de la Monja, y afirma: «Lo que me gustó de la Monja cuando la vi por primera vez fue el misterio. No había ninguna explicación racional, pero su aspecto y comportamiento eran absolutamente espeluznantes. Encarna con total fidelidad lo que es el terror: su hábito le cubre la cara y envuelve el cuerpo y las extremidades para no parecer humana. Es como si se deslizara sin que sus pies tocasen el suelo».
James Wan, productor de la película, declara: «La idea de que algo considerado tan sagrado y puro como una monja pudiera convertirse en una monja tan malvada y sobrenatural perturba de forma muy primaria».
De hecho, desde el momento en que este ente apareció en la pantalla, Wan y su colega, el productor Peter Safran, supieron que la Monja había tocado una fibra muy profunda de la psicología del público. Safran recuerda: «Tenía un papel relativamente pequeño, aunque fundamental, así que fue increíble lo mucho que impactó en el público. Supimos al instante que la Monja merecía una historia de origen; la gente quería saber de dónde venía… y por qué».
Wan y Safran se decantaron por Hardy como director después de ver su película The Hallow. Hardy dice: «Recibir esa llamada fue un sueño hecho realidad. Sabía que era algo en lo que podía entregarme en cuerpo y alma y me entusiasmaba la idea de elaborar un nuevo segmento del universo de Expediente Warren«.
La monja se rodó en su totalidad en Rumania, en escenarios físicos de Bucarest, Transilvania y sus alrededores, especialmente en dos castillos del siglo XIV y en una fortaleza medieval abandonada, que aportaron la clásica estética del cine de terror clásico. También se construyeron algunos escenarios interiores en los platós de los Estudios Castel Film de Bucarest.
Para lograr el aspecto gótico de la película, Hardy recurrió al director de fotografía Maxime Alexandre y a la diseñadora de producción Jennifer Spence, que ya había colaborado en Annabelle: Creation. Formaron un equipo con profesionales de Estados Unidos, Rumanía y otros países de Europa.
En Rumanía está prohibido rodar dentro de las iglesias, así que Spence y su equipo construyeron la iglesia de la Abadía de Santa Carta en el mayor plató de los Estudios Castel Film en Izvorani, Rumania, a las afueras de Bucarest. El set de la iglesia se basó en la Iglesia Parroquial de Chiddingly en el pueblo donde Hardy creció en East Sussex, Inglaterra.
Eleanor Sabaduquia es la directora del departamento de maquillaje que diseñó el estilismo de la Monja, y que ya lo había creado en Expediente Warren: El caso Enfield de James Wan. Cada vez que aplicaba maquillaje a la Monja, lo cambiaba ligeramente porque está pintado a mano, con prótesis mínimas y sin digitalización.
Amalgamated Dynamics, Inc. (ADI) creó los efectos de personajes/criaturas. Hardy afirma: «Fue maravilloso trabajar con ellos. Han sido mis héroes desde que hacía películas en Super 8 de niño con mis amigos. Hacíamos criaturas y monstruos animatrónicos en el garaje de mis padres».
Hardy eligió al compositor Abel Korzeniowski para potenciar el suspense de la película a través de la banda sonora de la Korzeniowski dice que «juega en los dos extremos del género de terror religioso: la violencia despiadada y la espiritualidad desinteresada. El primero lo personifica Valak, la Monja Endemoniada, y el segundo la Hermana Irene. Cada género tiene su propio tema melódico. Ambos se remontan a los cánticos medievales de los monasterios de clausura y a rituales paganos prohibidos, velados en texturas oscuras y turbulentas y tonos siniestros e inquietantes.
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