Poco se puede escribir que no se haya escrito ya sobre el clásico de 1974 dirigido por Tobe Hooper y remotamente inspirado en los crímenes de Ed Gein. Se la suele considerar como un clásico del gore, cuando lo cierto es que este es prácticamente inexistente, ya que si La matanza de Texas es recordada como un hito dentro del cine de impacto, se debe a una puesta en escena realista (casi amateur), donde abundan los detalles desagradables como cadáveres de animales resecos, artesanía malsana donde se mezclan los restos humanos y de ganado, acumulación de plumas o rincones llenos de arañas patilargas, todo retratado con luz natural que transmite una sensación de incómoda y desagradable de veracidad cercana a una snuff movie.
Así, se puede decir que, en gran parte, La matanza de Texas debía su fuerza a su carencia de medios.
Después de la oleada de neo-slasher paródico y para todos los públicos que inundó las pantallas durante los últimos años, la nueva tendencia es retomar el terror “familiar” de la década de los setenta, aquellas películas brutales y son concesiones que golpeaban directas al estómago.
Junto a Km. 666 y La Casa de los 1000 cadáveres, este remake pretende dejarse de chistes referenciales y cuchilladas de Pin y Pon para hacer sudar a las nuevas generaciones, ignorantes de lo que dan de sí los paletos psicóticos.
Que el infame Michael Bay haya auspiciado el remake de todo un tótem del género es una idea indignante de la que sólo se puede esperar una blasfemia punible con un tratamiento intensivo de motosierra en el rubio cráneo del nefasto cineasta. Mas, por fortuna, esta nueva Matanza no resulta del todo mala, e incluso resulta ocasionalmente interesante.
Un ambiente asfixiante y una progresión dramática bastante inquietantes llenan la primera mitad de la película, que se sigue intensamente hasta que aparece el bueno de Leatherface. A partir de ahí, el film se convierte en el típico “corre-corre que te pillo”, donde el protagonismo absoluto recae en la impresionante anatomía de Jessica Biel y en su camiseta mojada, prenda que se transforma en un personaje más, merecedor de reposar en un improbable museo camisetil al lado de la de John McClane y la de Marlon Brando.
Esta nueva versión, como ha hecho con mucha más fortuna Amanecer de los muertos, opta por la sana idea de, usando un mismo cimiento argumental, contar una historia distinta y con otro enfoque. Se busca el desagrado y el incomodo con otros medios distintos a la del anterior film, algunos efectivos (la disfunción familiar extrema representada por el asunto del niño “adoptado”) y otros no tanto, estos referentes a la puesta en escena.
El horror soleado y rural del clásico de Hooper es aquí reemplazado por una atmósfera opresiva y húmeda cercana al David Fincher de Seven, con profusión de cadáveres pútridos y fangos de dudoso origen que, en su calculado tenebrismo, terminan por resultar estéticos. Los líquidos varios que cubren los cuerpos de los lozanos protagonistas, más que buscar el sentimiento de agobio, responden a la obsesión por la belleza videoclipera del productor Bay quien, por fortuna, no contagia su incapacidad narrativa al debutante Marcus Nispel.
Este director alemán, aun procediendo del mundo de los videos musicales, demuestra bastante más dominio en la creación cinematográfica que su absurdo mecenas, permitiéndose el lujo de construir escenas positivamente desagradables como aquella del viejo y el aseo o las protagonizadas por el Sheriff Hoyt, personaje interpretado por R. Lee Hermey, siempre genial en su exceso.
No esperen, pues, la famosa escena del abuelo “zombi”, ni al autoestopista de la Polaroid. Es una película distinta que trata de alejarse del original (que el público potencial ni conocerá de oídas) vendiendo la simpática moto de que está inspirada en hechos reales. Eso sí, esta Matanza, a falta de originalidad, ofrece más sangre y gore, elementos que por fin han retornado al cine comercial yanqui.
PD: Lo cierto es que, a la hora de perturbar al espectador, Rob Zombie ha ganado por goleada a Marcus Nispel con su La casa de los 1000 cadáveres, ya convertida en un clásico de culto del cine de terror más innovador y degenerado, que sabe fabricar algo nuevo sobre las bases del cine de asesinos garrulos. Si no la han visto, descúbranla.
Sinopsis
A comienzos de la década de los 70, un grupo de universitarios viaja en furgoneta por una carretera de Texas, donde recogen a una autopista traumatizada que termina suicidándose dentro del vehículo. Los jóvenes van en busca de ayuda, topándose con una casa de campo habitada por gente tan extraña como peligrosa.
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