Si tuviera que elegir un subgénero de la fantasía, me quedaría, sin dudarlo ni un momento, con el de los mundos perdidos. Ambientados en tierras incógnitas, esos relatos suelen enfrentar a sus protagonistas con saurios prehistóricos y con otras bestias olvidadas por el tiempo.
Aunque tiene precedentes, el primer ejemplo en el que cualquier lector piensa es, precisamente, esa maravillosa novela titulada El mundo perdido (1912), de Arthur Conan Doyle. Y si hablamos de cine, ¿cómo no recordar ese clásico indisputable que es King Kong (1933)? Gracias a ficciones como éstas, nosotros también emprendemos un viaje en busca de lo maravilloso, plagado de peligros que adquieren la forma de depredadores mesozoicos y tribus hostiles.
Kong: La Isla Calavera se ajusta, desde el primer al último fotograma, a ese subgénero de los mundos perdidos. No le falta ni un solo elemento: tenemos aquí al científico excéntrico (una reencarnación del profesor Challenger ideado por Conan Doyle), a los expedicionarios armados que ceden a la tentación equivocada, al héroe de acción que siente el vértigo de la aventura, al robinsón que recupera el contacto con el mundo (una variante de Ayrton, el náufrago inventado por Julio Verne en La isla misteriosa) y a la mujer inteligente que cautiva al monstruo y cohesiona al grupo.
Cualquier seguidor de este modelo narrativo entenderá que Dan Gilroy y Max Borenstein han escrito un guión muy riguroso con ese tipo de emociones. En este sentido, la película es una celebración del pulp y el folletín: una historia de evasión clasificable en el mismo catálogo que las novelas de Edgar Rice Burroughs, las viejas monster movies o las entrañables cintas de Ray Harryhausen (por ejemplo, El Valle de Gwangi).
Dentro del sello Legendary, y más en concreto dentro de su línea MonsterVerse, esta película supera a su predecesora, Godzilla (2014), precisamente por su ligereza y su júbilo continuos. Se nota que los actores están pasando un buen rato en la piel de sus personajes, y si a ello añadimos que son intérpretes con carisma y categoría ‒Tom Hiddleston, Samuel L. Jackson, John Goodman, Brie Larson, John C. Reilly…‒, el resultado a ese nivel inspira pocas dudas.
Los escenarios naturales de Vietnam, Hawai y la Costa de Oro australiana brindan toda la exuberancia vegetal que precisa esta peripecia, ambientada en 1973 tanto en lo histórico ‒parte de los protagonistas son soldados que dejan atrás el conflicto vietnamita‒ como en lo musical ‒la banda sonora contiene temas de la Creedence Clearwater Revival y de otros grupos del momento‒. Con esos mimbres, y con un presupuesto más que importante, el director Jordan Vogt-Roberts abraza el espíritu de la serie B con muy buen ánimo y rindiendo honores al King Kong de 1933.
Aunque su argumento puede parecer manido, la película nos sitúa en el punto más adecuado para disfrutar de ella. Por supuesto, ya sé que los nostálgicos preferirán los antiguos efectos de stop-motion a los alardes digitales que aquí se muestran, pero lo cierto es que este es un film chapado a la antigua, en el mejor sentido posible. Los espectadores de Kong: La Isla Calavera pueden comprobarlo por sí mismos.
Sinopsis
King Kong, cuya primera entrega se proyectó hace más de ocho décadas, ha traspasado la gran pantalla hasta llegar a nuestro mundo con una fuerza que aún reverbera en la conciencia colectiva. Ha llegado el momento de coronar de nuevo al monstruo más legendario de todos los tiempos.
En palabras del director de Kong: La Isla Calavera, Jordan Vogt-Roberts: «Kong encarna el misterio y las maravillas que aún existen en el mundo. Por eso siempre estará de moda».
Este proceso de búsqueda, cuyo fin es reinventar al mayor simio del cine, reúne al equipo de producción del éxito de 2014 Godzilla.
El mito y la iconografía de Kong siguen manteniendo una profunda y salvaje sintonía con varias generaciones de seguidores. «Kong se caracteriza por su tamaño, su poder, su naturaleza animal, pero también por su corazón y la profundidad de su alma», explica la productora Mary Parent. «Explora nuestra sintonía natural con otros simios, y sus gestos y expresiones son mucho más humanas que los de los primates reales. Esta característica es la que ha distinguido a Kong de otros monstruos. Aunque es un depredador insaciable, es imposible no estar de su parte. En cierto modo, se parece más al típico héroe romántico que al villano».
Kong es el personaje principal de la gran pantalla y se presenta como una tormenta real de la furia de la naturaleza y una encarnación de nuestro yo más primitivo. «Kong encarna la lucha interna entre nuestro yo civilizado y esa parte de nuestra consciencia que sabe que hay algo superior. ¿Cómo aceptas a esta enorme criatura que constituye tanto una terrible fuerza de la naturaleza como un ser sensible con una inteligencia distinta a la nuestra, aunque no por ello menos sofisticada?», apunta el actor Tom Hiddleston.
El revolucionario maestro de los efectos especiales Willis H. O’Brien y el escultor Marcel Delgado fueron los primeros en invocar a King Kong, que se convirtió en la figura principal y el alma del innovador clásico de 1933 King Kong, de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack. Esta película, una fascinante mezcla entre La bella y la bestia, intrépidas aventuras y monstruos gigantescos, asombró y cautivó a millones de cinéfilos de todo el mundo. El público agotó las entradas para verla en el momento álgido de la Gran Depresión y ha batido récords a lo largo de los numerosos reestrenos y transmisiones televisivas emitidas durante décadas. Fue la primera superproducción potenciada por sus efectos y supuso un hito en la historia del cine de monstruos, que se ha reeditado y parodiado y ha dado lugar a sagas en todos los formatos. Además, Kong se ha integrado en la cultura pop. Ha servido de inspiración para videojuegos, letras de hip hop o tesis universitarias, y para diseñar muñecos, maquetas, juguetes y juegos.
La imagen final de un Kong desafiante en la cúpula del Empire State Building es un icono eterno. No obstante, los fans, entre los que se incluye Tull, consideran que su provocador inicio es el Santo Grial de la historia original. De hecho, su deseo de crear una franquicia MonsterVerse del siglo XXI no se haría del todo realidad sin él. Los productores han contado con los guionistas Dan Gilroy, Max Borenstein y Derek Connolly, que se han basado en una historia de John Gatins.
Para Vogt-Roberts, King Kong supuso el inicio de su obsesión con la película. «King Kong es historia del cine. Cuando vi la película de 1933 por primera vez, sus infinitas posibilidades cinematográficas me dejaron perplejo», afirma. «Fue la primera película que transportó al público a un mundo desconocido e indómito. Aunque se trataba de nuestro propio planeta, nos enfrentábamos a aquello que siempre nos habían dicho que no existía».
Este director natural de Detroit, que se define como un nerd, creció alimentándose de películas sobre monstruos, superproducciones y videojuegos. El cine de los 70 fue la luz que le guio hacia la realización de sus propias películas. Aunque los largometrajes de esta época, que destacaban por su valentía, ímpetu y conciencia social, se rodaron mucho antes de que Vogt-Roberts naciera, reflejaron sus experiencias y rozaron su sensibilidad. «Los 70 constituyen un extraño espejo negro del mundo moderno», opina. «La situación de la época, con escándalos políticos, disturbios, guerras divisorias, desconfianza en el gobierno, refleja lo que ocurre actualmente. Además, la década de los 70 fue la última en que coexistieron la ciencia y el mito. Desde entonces, vivimos inmersos en una lucha por desvelar lo desconocido».
Al provocar una colisión entre el mundo perdido de los monstruos de Cooper y Schoedsack en la era caótica de motos, napalm y rock n’ roll para después lanzar al público al centro de la contienda, Vogt-Roberts desea recuperar el poder y la importancia de Kong para los cinéfilos actuales. «Quiero que esta película saque a los espectadores de su zona de confort y les empuje hacia una aventura extrema, visceral e intensa, diferente de todo lo que hayan visto hasta el momento. Os garantizo que no volveréis a ver otra película en la que una criatura con forma de simio gigante golpea un helicóptero Huey», afirma sonriendo, «pero es la película que yo quería ver».
La puesta en escena, que moderniza la historia de los años 30 aunque no la traslade hasta nuestros días, fluyó sin problemas hacia los temas que los productores tenían en mente. Hiddleston, que ya había firmado el contrato para interpretar al capitán James Conrad, un desencantado veterano del Servicio Aéreo Espacial de Reino Unido, antes de que el director se embarcara en el proyecto, afirma: «Es un mundo anterior a la tiranía de los satélites, la vigilancia casi absoluta y el exceso de información. No lo sabíamos todo sobre nuestro planeta, a diferencia de hoy en día, que contamos con internet, móviles y GPS. Además, el periodo en que se ambienta la puesta en escena nos ofrece un prisma excepcional desde el que discernir lo que puede representar Kong en un debate sobre la guerra y la tendencia de la humanidad a destruir todo aquello que no entiende».
Para Brie Larson, que interpreta a la fotoperiodista de guerra Mason Weaver, este dinamismo ofreció al reparto un territorio con abundantes temas para explorar en su búsqueda de monstruos. «En mi opinión, esta historia es una alegoría de la naturaleza animal que late dentro de nosotros. Actualmente estamos tan desconectados de esta parte que parece que necesitamos combatirla de todas las formas posibles. También explota las formas de lidiar con el mundo que nos rodea, cómo tratamos y valoramos la naturaleza y también cómo valoramos a otras personas», apunta la actriz.
En 1973 no solo se vivió el fin de la guerra de Vietnam, sino también el nacimiento del programa Landsat, el momento en que la NASA comenzó a cartografiar la Tierra desde el espacio. Los productores se han valido de este marco como enlace creíble del descubrimiento del exótico hogar de Kong. «No obstante», afirma el productor Jon Jashni, «la arrogancia humana puede suponer la ruina del equipo en la Isla Calavera si no piensan antes de actuar».
En su deseo de sumergir al público en la historia, el equipo técnico y artístico ha viajado por todo el mundo para grabar en algunas de las localizaciones más hermosas y exóticas jamás filmadas. «Cuando recuperas un mito del cine y no como símbolo, sino como una criatura real, lo esencial es que su entorno se aprecie palpable, real y vivo. Por este motivo era tan importante rodar la película en entornos con los que los actores pudieran interactuar, en lugar de utilizar cromas verdes. Quiero que el público crea en la existencia de lo que ve», cuenta Vogt-Roberts.
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