¿Cambiaría usted todas las películas de Marvel que están por venir por una tercera entrega de la saga Ninja, protagonizada por Scott Adkins y dirigida por Isaac Florentine? ¿Le parece que el único problema de Blade II es el poco partido que se le sacó a Donnie Yen? ¿Aprendió la geografía de Nueva York viendo The Warriors? ¿Cree que John Wick es lo mejor que le ha sucedido al cine hollywoodiense en las últimas décadas? Si es así, esta película es para usted, aunque eso ya lo sabe.
A estas alturas, la franquicia del resiliente asesino encarnado por Keanu Reeves carece de la capacidad de sorpresa de las dos primeras entregas, aquellas que entusiasmaron a los aficionados a la acción que ya habían perdido la fe en las películas de ese género procedentes de Hollywood, entregadas al meneo de cámara, el montaje epiléptico y el exceso de imágenes generadas por ordenador. Pero eso no quiere decir que la saga haya perdido su mojo, o que el equipo artístico y técnico dirigido por el ex-especialista John Stahelski se haya dormido en los laureles. De hecho, vuelven a idear y ejecutar piezas de acción de lo más peculiar, repletas de coreografías espectaculares que, pese a dejar claras sus referencias, intentan rizar el rizo, alejándose de la realidad y ajustándose al mundo alternativo en el que se desarrollan estas películas.
En ese sentido, la mitología «wickiana» alcanza aquí altas cotas, y tanto los sucesos como los personajes responden a una realidad única, muy cercana a las abstracciones del manga, el cine de Hong Kong de los 90 y el videojuego, pero sin llegar a sentirse como un batiburrillo de reciclajes y guiños. De este modo, John Wick 4 supera en cierto modo lo que ya hicieran directores como Quentin Tarantino o Robert Rodríguez a la hora de realizar algo muy propio con materiales ajenos desde el respeto y la admiración.
No es esta una película recomendable para los no-fans, y quien se acerque por primera vez a la saga en esta cuarta entrega no entenderá muy bien ni el argumento (no es nada complejo, pero requiere contexto) ni por qué todo es tan raro.
Por supuesto, John Wick 4 viene a ser más de lo mismo, pero con un tono algo diferente y ciertos aspectos en el guion que indican un fin, si no de serie, sí de ciclo.
En esta ocasión tenemos poca, casi nula, ambientación neoyorquina (una pena, porque el Nueva York de John Wick posee magia propia), pero a cambio vemos al antihéroe sufrir la persecución de la Alta Mesa en lugares como Osaka, Berlín o París, lugar este último al que se saca el máximo y el más imaginativo provecho a ciertos lugares de atractivo turístico, transformados en escenarios de secuencias de acción delirantes, donde los especialistas se ganan el sueldo y, si el mundo fuera justo, se llevarían un Oscar en esa categoría inexistente (algo bochornoso que no exista, y esto también va por los Goya).
Aunque Keanu Reeves sigue manteniendo el protagonismo y también se gana el sueldo en agotadoras coreografías, esta vez los secundarios cobran mayor relevancia. John Wick 4 casi se convierte en una película coral que, en espíritu (que no en formas), recuerda en cierto modo a Once Upon a Time in Mexico, la tercera película de la trilogía del Mariachi. La presencia de un peso pesado como es el veterano e incombustible Donnie Yen, aquí encarnando a una suerte de Zatoichi hongkonés extremadamente molón, tiene mucho que ver en este protagonismo compartido, aunque el film rebosa de personajes peculiares y actores con carisma, incluyendo a Hiroyuki Sanada como Koji, el gerente-samurai del Continental de Osaka, Scott Adkins como obeso jefe del crimen de Berlín o Marko Zaror (enemigo de Scott Adkins en Undisputed III y Savage Dog) ejerciendo de peligroso guardaespaldas del villano principal de la película, un poderoso pijo francés realmente odioso, el Marquis Vincent de Gramont interpretado con brillantez por Bill Skarsgård. Por aparecer, hasta aparece el entrañable Clancy Brown, inolvidable villano de Los inmortales.
A destacar la aportación de actores con menos curriculum pero en papeles jugosos que, si se llegan a realizar más secuelas, sin duda darán todavía más juego: la cantante japonesa Rina Sawayama, en el papel de aguerrida hija de Koji, y Shamier Anderson encargándose de un personaje casi propio de un wéstern italiano, un hobo que siempre va acompañado de fiero perro y armado con una especie de Winchester modificado; un personaje ambiguo, casi espectador, que podría recordar o no al Terence Hill de Mi nombre es ninguno y es bautizado como Mr. Nobody.
Por supuesto, los secundarios veteranos vuelven a hacer acto de presencia, y ahí tenemos a los siempre intrigantes Winston (Ian McShane) y el Rey del Bowery (Laurence Fishburne). Y, claro está, regresa Lance Reddick, actor trágicamente fallecido pocos días antes del estreno de John Wick 4, película que, de forma involuntaria, se transforma en un épico homenaje póstumo a tan excelente y carismático intérprete.
Más allá del diseño y la ejecución de las secuencias de acción, cabe destacar la excelencia casi experimental de los departamentos de arte y fotografía, que llevan al límite la atmósfera irreal de la película, una pesadilla elegante de neones con influencias orientales, industriales y barrocas. De ese modo, una película basada en la masacre y el traumatismo se convierte en un espectáculo realmente bello. Apoyando, y mucho, la mencionada atmósfera está el compositor de la banda sonora toda la saga, Tyler Bates, aquí ayudado por Joel J. Richard, ofreciendo las variaciones más osadas del tema principal de John Wick, ya tan reconocible para los fans.
En definitiva, más de lo mismo, pero diferente. Un nuevo hito en una saga que no deja de ofrecer calidad de primera a los aficionados a la buena acción, algo no tan fácil de lograr como se suele creer desde la ignorancia, la condescendencia y los prejuicios.
Sinopsis
John Wick (Keanu Reeves) descubre un camino para derrotar a la Alta Mesa. Pero para poder ganar su libertad, Wick deberá enfrentarse a un nuevo rival con poderosas alianzas en todo el mundo, capaz de convertir a viejos amigos en enemigos.
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