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Crítica: «Infierno blanco» (Joe Carnahan, 2012)

En Infierno blanco (The Grey), el director Joe Carnahan y el actor Liam Neeson aportan un nuevo título a un subgénero en desuso: los llamados natural horror films, idóneos para sentir escalofríos bajo la amenaza de tiburones carniceros, osos en busca de presas humanas o, como aquí sucede, lobos defendiendo su territorio a dentelladas.

El prestigio de los natural horror films se cifra en un par de obras maestras: Los pájaros (The Birds, 1963) y Tiburón (Jaws, 1975). Salvo excepciones que no me vienen a la memoria, el resto es material de derribo –Frogs (1972), Grizzly (1976), Shakma (1990)– o simple homenaje a la serie B: Arachnophobia (1990), Anaconda (1997), Razorback (1984)…

El terror realista de Open Water (2003) y ese extraño documental que es Grizzly Man (2005) han reverdecido la fórmula con realismo y unas oportunas dosis de survival horror. Esta es la veta que Carnahan aprovecha para contarnos una aventura que transcurre el Gran Norte, con ciertos ecos de Jack London en su desarrollo.

Basada en el relato «Ghost Walker» de Ian MacKenzie JeffersInfierno blanco narra la historia del cazador John Ottway (Liam Neeson), un tipo duro como el pedernal, que trabaja en Alaska matando depredadores cerca de las refinerías.

Ottway sube a un avión junto a otros trabajadores de la factoría, pero nunca llega a su destino. La aeronave se estrella en mitad de la nada, y el destino de los supervivientes se complica cuando el frío arrecia y comienzan a oír aullidos en la ventisca. Lo demás se resume en esta frase: sálvese quien pueda.

El destino fatal de los protagonistas permite a Carnahan introducir en su peripecia cuestiones filosóficas. Así, Ottway y los otros personajes nos llevan a explorar la frontera entre lo que creemos que haríamos y no haríamos, entre lo que nos inspira el corazón y lo que nos exige nuestro cerebro de reptil.

Esa ordalía física y emocional queda bien reflejada en los actores: desde el imponente Neeson a tipos tan sólidos como Dermot Mulroney o Frank Grillo. No obstante, pese a que la cinta entretiene y en ocasiones aterroriza, presenta un grave defecto que la crítica moderna no suele censurar: Infierno blanco está rodada con ese estilo shaky cam que tanto se lleva: tembloroso, titubeante, convulso, de montaje muy picado… Imagino que Carnahan quiere darle a esta tenebrosa odisea un tono verista, y por eso maneja la cámara como si de un reportero de guerra se tratara.

El problema es que otros muchos directores con más talento también han logrado conmovernos y asustarnos a lo largo de más de un siglo, sin renunciar por ello a las panorámicas o al encadenado lógico de planos. ¿Cuestión de gustos? Ya hablaremos de eso cuando la shaky cam esté tan pasada de moda como ahora lo está el típico zoom de los años setenta.

Si obviamos ese problema de estilo –mentiría si dijese que no me importa–, el caso es que la película funciona razonablemente y repite con soltura viejos estereotipos.

Hay un detalle divertido, ajeno a Carnahan, que me ha llamado la atención. Grupos de defensa de los animales como PETA y WildEarth Guardians han solicitado el boicot de Infierno blanco. ¿El motivo? Su reflejo negativo e irreal del comportamiento de los lobos. Vaya por delante que teclea estas líneas un enamorado de esa criatura magnífica que es el lobo. Pero el caso es que uno tiene la impresión de que en este mundo no cabe un tonto más. Veamos: ningún ornitólogo se tomaría en serio a los plumíferos de Hitchcock. Y no lo hará porque se trata de una fantasía. ¿Hace falta explicarlo?: Los pájaros no es un documental.

En cuanto a los lobos de Infierno blanco, son falsos, desde luego, pero de una magia convincente y tirando a aterradora. La misma que sugerían estos cánidos en la literatura gótica y en los cuentos de hadas. Por lo demás, el hecho de que ciertos lobos, superando la timidez de su especie, son capaces de matar y devorar seres humanos también está acreditado históricamente.

En fin… ¿qué será lo próximo? ¿Prohibir Un pez llamado Wanda porque en esta comedia mueren varios perros de forma violenta? ¿Denunciar a Spielberg porque se toma a la ligera las verdaderas costumbres del tiburón blanco? ¿Retirar los honores a John Ford por los gorilas que perecen en Mogambo?

Creedme: sería un bien para todos que la corrección política nos concediera un pequeño respiro. Mientras tanto, no es mala idea admirar a esos gigantescos lobos que acosan a Liam Neeson en la película de Carnahan.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de las imágenes © 1984 Films, Open Road Films, Inferno, LD Entertainment, Chambara Pictures y Scott Free Produtions. Cortesía de DeAPlaneta. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.