Secuela del remake, remake de la secuela y, aun así, película que prácticamente va por libre. Rob Zombie vuelve a indignar a su ejército de detractores y a despertar el interés de los rastreadores de terror con sello de autor.
Lo peor del remake de La Noche de Halloween era, justamente, el hecho de que fuera un remake. Rob Zombie, admirador del género e inesperado buen director, dotó de frescura a la película en sus primeros cincuenta minutos, totalmente alejados del argumento de la obra maestra de John Carpenter y más cercanos a El niño que gritó puta (Juan José Campanella, 1991).
A la hora de cumplir con el contrato y recrear el argumento original, la película aburría y, obviamente, resultaba muy inferior al inmejorable film de Carpenter. En Halloween II, Zombie condensa la parte correspondiente al remake (la carnicería en el hospital que en 1981 narraba ¡Sanguinario!) en los primeros minutos de la película, recurriendo al siempre cómodo formato de pesadilla.
A partir de ahí, se dedica a hacer su propia película, que trata básicamente sobre la irremediable caída en la locura por parte de Laurie Strode, tanto por las cosas horribles que le ha tocado vivir como por puro determinismo genético.
Zombie vuelve demostrar que sabe dirigir a los actores de una manera muy competente y que sabe fabricar un slasher en el que las muertes son dolorosas, nada divertidas y con repercusiones trágicas para los seres queridos de las víctimas.
Rob Zombie a veces tiende a la horterada videoclipera y a los detalles argumentales de dudoso gusto (en esta ocasión, Michael Myers sufre unas visiones freudianas propias del peor Hitchcock), pero su talento suele evidenciarse a la hora de mostrar brutalidad homicida y en las escenas de diálogos, acercándose a Tarantino más que los que tratan de imitar a Tarantino, algo que no parece ser la intención de Rob Zombie.
De hecho, esta similitud, y la de la elección de actores de culto de la serie B, parece responder más al clásico efecto “de lo que se come se cría”, en su versión cinéfaga.
A pesar de ser un artista multimedia, Rob Zombie sigue siendo más conocido por su faceta rockera, y por ello habría que esperar que sus filmes contaran con banda sonora propia o, cuanto menos, repleta de rock hellbilly, pero (añadamos una similitud más con el cine de Tarantino) Zombie utiliza canciones de todo tipo en sus películas como un elemento narrativo más, destacando en esta ocasión el clásico Nights of White Satin como acompañante ideal a una pesadilla nocturna que nunca acaba.
Más interesante que la anterior entrega, aunque sólo sea por el arriesgado hincapié que el film hace en la parte dramática y psicológica, Halloween 2 no es una película para todos los gustos.
No conviene compararla con el cine de Carpenter ni verla con prejuicios. Es un film irregular, inferior a las dos primeras películas de Rob Zombie (La Casa de los 1000 Cadáveres y Los Renegados del Diablo, su mejor film hasta la fecha), pero con momentos inspirados que alejan al peculiar director del cine de terror más convencional y mecánico.
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