El veterano Scott vive contracorriente. A diferencia de otros realizadores de su edad, no solo se niega a abandonar el set del rodaje, sino que afronta proyectos monumentales, cuya energía parece impropia de alguien que ya cumplió 86 años.
Esto es algo evidente en Gladiator II, una superproducción que recoge el testigo de su predecesora, Gladiator (2000), un clásico contemporáneo bastante difícil de superar en su terreno.
Al valorar una secuela, la primera duda que surge es la de qué parte es original y qué parte es un déjà vu. En el caso que nos ocupa, Scott nos brinda, de nuevo, una experiencia visual deslumbrante, muy divertida, cuya imponente puesta en escena permite al público adentrarse en una Roma llena de vida.
Este detalle resulta esencial si queremos destacar la virtud oculta (y novedosa) de Gladiator II. Y es que, pese a lo mucho que Scott defiende su realismo histórico, este peplum tiene detalles propios de la ‘espada y brujería’ (ese subgénero de la literatura pulp ambientado en un pasado bárbaro, protagonizado por guerreros como Conan, de Robert E. Howard, que luego triunfaron en el cómic y en el cine).
Denzel Washington en una batalla de carisma
Esa exuberancia y ese salvajismo típicos de Howard y sus imitadores ‒aquí plasmada en las criaturas imposibles a las que se enfrenta el héroe en el Coliseo‒ enriquece una aventura que, como no podía ser de otra forma, sigue los pasos del Gladiator original.
El protagonista, Paul Mescal, encarna con entrega el papel de Lucius, hijo de Máximo (Crowe) y Lucilla (Connie Nielsen). Al igual que el recordado Máximo, Lucius es devuelto a la fuerza a Roma después de haber vivido felizmente en la provincia africana de Numidia. Como su padre, también es un esclavo y también busca venganza luchando como gladiador en el Coliseo.
En el bando de los villanos, Scott ha reunido a tres figuras que roban cada escena en la que aparecen. Con ellos no hay término medio. Por un lado, tenemos a los emperadores Geta y Caracalla, interpretados con un toque de chifladura por Joseph Quinn y Fred Hechinger. Y por otro, un soberano Denzel Washington da vida a Macrinus, ese poderoso intrigante que, además de hacerse cargo de los gladiadores, mueve los hilos de esta historia con una inteligente combinación de ironía y astucia.
En un segundo plano, otro actor casi infalible, Pedro Pascal, convierte al general Acacius en un estereotipo de la nobleza y de la entrega a los ideales de Roma. Aunque se trate de un cliché, papeles como el suyo nos recuerdan que el cine de aventuras clásico siempre funcionó gracias a este tipo de héroes.
Entusiasmo narrativo y cultura pop
Aunque en el guion hay espacio para las maquinaciones políticas, lo que da sentido a Gladiator II y lo que eleva la película sobre una simple reconstrucción histórica es la forma en que Scott abraza -gracias a los avances digitales- el ambicioso colosalismo de cineastas como Cecil B. DeMille.
Advierto, para prevenir a los cinéfilos a la europea, que Ridley Scott no parece estar pensando en ellos.
Esta no es, ni mucho menos, una película de cineclub. En algunos de sus tramos, Gladiator II parece tan descabellada y hollywoodense (en el buen sentido) que no me sorprende la reacción de algunos críticos especialmente rigurosos.
Pero es justo esa dosis de delirio y exaltación lo que más nos satisface a los amantes de la cultura pop. De ahí que la nueva obra de Scott, con su triunfante sentido del espectáculo y su estética artificiosa, sea la respuesta adecuada a una de las preguntas más habituales que puede hacerse cualquier espectador: «¿Cuánta diversión me promete esta película?».
Sinopsis
Gladiator II, del legendario director Ridley Scott, continúa la epopeya de poder, intriga y venganza ambientada en la Antigua Roma. Años después de presenciar la muerte del admirado héroe Máximo a manos de su tío, Lucio (Paul Mescal) se ve forzado a entrar en el Coliseo tras ser testigo de la conquista de su hogar por parte de los tiránicos emperadores que dirigen Roma con puño de hierro. Con un corazón desbordante de furia y el futuro del imperio en juego, Lucio debe rememorar su pasado en busca de la fuerza y el honor que devuelvan al pueblo la gloria perdida de Roma.
Hace casi 25 años, el consagrado cineasta Ridley Scott revitalizó y reinventó un querido género cinematográfico con Gladiator, una epopeya histórica que recaudó más de 465 millones de dólares en todo el mundo, convirtiéndose en la segunda película más taquillera del año 2000. Gladiator, película que catapultó a su protagonista, Russell Crowe, al estrellato internacional, fue nominada a 12 Oscar® y ganó cinco, incluido el de mejor película. Dos décadas después, Gladiator II vuelve a mostrarnos a un heroico guerrero que se enfrenta al poderío del Imperio Romano en nombre de la fuerza y el honor.
Magníficos decorados, vestuario exquisito, efectos asombrosos e impresionantes combates cuerpo a cuerpo se combinan para ofrecer una experiencia envolvente y visceral hecha para ser vista en la gran pantalla. Scott ha logrado reunir a un reparto y un equipo que dan vida a la historia con emocionantes secuencias de acción, efectos y acrobacias que hubiera sido imposible rodar en el año 2000. Desde una invasión acuática de una antigua fortaleza hasta una batalla naval históricamente fidedigna escenificada en un Coliseo inundado, Gladiator II es un acontecimiento cinematográfico que ha puesto a prueba a algunos de los profesionales más hábiles de la industria cinematográfica en su esfuerzo para hacer justicia a la extraordinaria visión de Scott.
“A la hora de hacer una película de esta envergadura se desatan muchas emociones”, dice Scott. “Se vive con mucho estrés. De hecho, tienes que aceptar de buen grado el estrés. Yo lo hago. Me pone en órbita. El trabajo es ir abordando detalle tras detalle tras detalle. Y cuanto más amplías tus ideas, más sinergias vas a encontrar”.
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