Con apenas doce años, Brendan es el monje más joven de la abadía de Kells, llevada por su tío el abad Cellach, un hombre adusto al que presta voz el actor irlandés Brendan Gleeson.
Junto con el resto de sus hermanos de hábito, el niño trabaja duro para construir una muralla que les proteja de los ataques de los temibles vikingos. Pero un día llega a Kells el hermano Aidan, custodio de un maravilloso libro aún sin acabar. Decidido a ayudarle a terminar el manuscrito, Brendan se atreverá a abandonar la seguridad de la abadía para buscar los materiales precisos. Claro que para ello deberá adentrarse en las profundidades de un bosque habitado por todo tipo de criaturas, algunas mágicas.
Tradición y encanto bidimensionales
De no ser porque se coló (por mérito propio) en la edición de los Oscar de 2010, esta pequeña joyita de animación «a la antigua usanza» posiblemente hubiera pasado desapercibida para el público español. Nominada en la categoría de Mejor Película de Animación, The Secret of Kells no obtuvo la codiciada estatuilla dorada –ese fue el año de Up (Pete Docter y Bob Peterson, 2009), uno de los mejores trabajos de la casi siempre imbatible Pixar– pero sí la fama precisa, al menos, para formar parte de la cartelera española aunque fuera con más de un año de retraso.
La historia de The Secret of Kells, ideada por Tomm Moore –productor y director del filme junto a Nora Twomey–, se ambienta en la Irlanda del siglo IX, un tiempo histórico matizado por la leyenda. Buscando inspiración en el acervo celta, Moore y el guionista Fabrice Ziolkowski dan a luz un envolvente cuento de hadas animado (1) en el que el cristianismo y el paganismo conviven en una teórica armonía que se verá alterada por la belicosidad de los invasores vikingos.
Como nexo entre estos mundos opuestos actuará el protagonista Brendan que, pese a la seriedad consustancial a su hábito de monje, no es más que un niño de doce años sediento de emoción y de aventuras, pero también de amor y de amistad. Huérfano desde que era un bebé, sus doce años de vida han transcurrido tras los muros de la abadía, llevada con severidad por su tío el abad Cellach.
Enclavada en unas tierras sobre las que pende la constante amenaza de los saqueadores del Norte, Kells ha dejado de actuar como depositaria del saber. Bajo la estricta batuta del abad, los monjes de la abadía están obligados a construir una altísima muralla defensiva de piedra –»una muralla para salvar la civilización»–, anteponiendo esta labor a su preciado trabajo en los libros.
La vida del pequeño Brendan transcurre en medio de la monotonía, entre las quejas del resto de sus hermanos monjes –pesarosos por trocar las plumas de oca, los pergaminos y la tinta por los materiales de construcción– y el miedo que le causa el exterior, alimentado por las terribles historias de saqueos y matanzas. Todo esto cambiará el día que arribe a Kells el hermano Aidan, «el ilustrador perfecto», un reconocido maestro cuyos «escritos iluminan las páginas como la misma luz divina». Llevado por el afán de ayudar a este anciano entrañable y sabio a finalizar el legendario Libro de Iona –que, según cuenta la leyenda, fue iniciado dos siglos antes por el mismísimo San Colomba–, Brendan se atreverá a franquear los muros de la abadía a pesar de su temor a lo desconocido y de la prohibición expresa de su tío.
«Se aprende más en el bosque de los árboles y de las piedras que en cualquier otro lugar. Verás milagros». Dicho y hecho. En compañía de Pangur, la gata del excéntrico Aidan –que compaginará su función de guardiana del libro con la de ángel de la guarda del niño monje–, Brendan abandonará la abadía para internarse en el bosque circundante en busca de agallas de roble, necesarias para fabricar tinta. Allí entablará amistad con Aisling, un hada que tiene la apariencia de una niña de su edad. Este personaje, que actúa como espíritu protector del bosque, toma su nombre no casualmente del aisling, un género poético irlandés cultivado en los siglos XVII y XVIII y caracterizado por personificar en la figura de una joven doncella en apuros los desvelos de «una Irlanda ansiosa por ser rescatada de los invasores ingleses que la oprimían» (2).
Mientras que el cristianismo permanece recluido en el pequeño microcosmos en el que se ha convertido Kells, delimitado por sus muros, la exuberancia pagana encuentra su templo en la Naturaleza salvaje y su interlocutora en la simpática hada. Por desgracia, no todas las presencias que habitan en el bosque serán tan amables como Aisling: en la oscuridad de una cueva, dormita Crom Cruach, un terrible dios pagano que no debe ser despertado.
A través de sus delicados dibujos, The Secret of Kells sumerge al espectador en una atmósfera fascinante, trasponiendo a la imagen en movimiento la ornamentación abigarrada característica del arte celta y de los códices medievales. Fondos elaborados primorosamente a mano –el ordenador solo ha sido empleado en ocasiones muy puntuales– que combaten el horror vacui sembrando la pantalla de un sinfín de motivos geométricos, realzados por brillantes colores. El marco perfecto para sumergirnos en un mundo rebosante de magia y de misterio.
(1) También en 2009, Tomm Moore traspasó la trama de The Secret of Kells al formato de novela gráfica.
(2) González Arias, Luz Mar, Otra Irlanda, la estética postnacionalista de poetas y artistas irlandesas contemporáneas, Universidad de Oviedo, 2000, p. 76.
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