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Crítica: «Arrietty y el mundo de los diminutos» (Hiromasa Yonebayashi, 2010)

Tras reinventar en Ponyo en el acantilado (Gake no ue no PonyoHayao Miyazaki, 2008) “La sirenita” de Andersen, el Studio Ghibli volvió a atacar de nuevo con Arrietty y el mundo de los diminutos (Kari-gurashi no Arietti, 2010); en esta ocasión el veterano maestro de la animación japonesa cedió el testigo de la dirección al debutante Hiromasa Yonebayashi, a la sazón el director más joven del estudio avalado, eso sí, por una dilatada experiencia como animador.

Miyazaki, que se reserva la escritura del guion en compañía de Keiko Niwa, acomete en Arrietty y el mundo de los diminutos una relectura en clave anime del clásico infantil de Mary Norton, trasladado en varias ocasiones a la televisión¹ y llevado a la gran pantalla en forma de comedieta familiar en Los Borrowers (The BorrowersPeter Hewitt, 1997).

Traducida al español como Los incursores, esta novela publicada en 1952 fue la primera de una serie dedicada a los borrowers, unos seres diminutos apodados de tal forma por su afición a “tomar prestado” de los humanos con los que comparten hábitat objetos y víveres necesarios para su subsistencia. Claro que estas pequeñas personitas de apenas diez centímetros de altura no observan a nuestra especie como benefactora, sino (como es lógico) como una peligrosa amenaza ante la cual la única arma es tratar de pasar desapercibidas. Desafortunadamente, un día la minúscula protagonista, una chiquilla audaz que solo cuenta catorce años y cuyo nombre da título al filme, será sorprendida por el chaval de la casa en el transcurso de una de sus “incursiones”. Pese al miedo imbuido y a la diferencia abismal de tamaño, el encuentro marcará el inicio de una gran (y prohibida) amistad entre ambos adolescentes al tiempo que pondrá fin a la hasta entonces apacible y feliz vida de la familia de la niña.

Aunque extraída de las páginas escritas por la autora británica, la joven protagonista guarda muchas similitudes con las jóvenes heroínas sello de la casa. Tan curiosa, valiente y bondadosa como lo fueron sus predecesoras Sheeta, Nausicaä, Kiki –la tierna brujita rebautizada en España como Nicky en el doblaje manipulado por Disney–, Chihiro o Ponyo, Arrietty compensará su inexperiencia con sus buenas intenciones; la transgresión de la norma más importante de su especie (no contactar con los humanos), si bien hará peligrar la misma existencia de su frágil micromundo, tendrá también consecuencias positivas. El afecto, la calidez, la alegría y la tenacidad de la niña insuflarán a su nuevo amigo, un muchacho solitario y muy enfermo, de fuerza y ganas de luchar por la vida.

Como las buenas obras de la Ghibli, Arrietty y el mundo de los diminutos activa con acierto y delicadeza los resortes emocionales del público, paseando una mirada no carente de nostalgia y teñida de melancolía por la edad dorada de la adolescencia, sin olvidar sus sentimientos encontrados –la necesidad de cariño, la soledad, el miedo, la impulsividad, el afán de aventuras, la amistad y los primeros amores, la tendencia a replegarse en uno mismo, la capacidad de sacrificio–.

Hermoso canto a la vida, al amor y a la amistad, tan florido y exuberante como el jardín en el que se desarrolla la acción, Arrietty y el mundo de los diminutos posee el encanto y el primoroso gusto por el detalle que caracteriza a las producciones Ghibli y contiene un sentido y más que necesario mensaje de respeto a la Naturaleza y a todas las formas de vida. Es por ello que no está exenta de dolorosas espinas. Más cercana a la punzante amargura de Pompoko (Heisei tanuki gassen pompokoIsao Takahata, 1994) que a la ternura infantil de Mi vecino Totoro (Tonari no Totoro, 1988) o Nicky, la aprendiz de bruja (Majo no takkyûbin, 1989) –dos joyitas dirigidas por Miyazaki–, la película trata de hacer partícipe al espectador de la tragedia que acecha a unos pequeños seres al borde de la extinción, víctimas como tantas otras especies de las ansias depredadoras y (auto)destructivas del ser humano.

¹ En 1967 la popular serie Jackanory, en la que un personaje famoso leía un cuento para incitar a los niños a la lectura, dedicó a The Borrowers cinco episodios, narrados por Geraldine McEwan. Muchos años después la BBC produjo la miniserie de seis episodios The Borrowers (John Henderson, 1992), que contó con Ian Holm entre sus papeles principales y que fue prolongada al año siguiente en The Return of the Borrowers. La obra de Norton también ha dado origen a dos telefilmes –ambos titulados The Borrowers–, uno de 1973 y otro realizado en 2011, con Stephen FryChristopher Eccleston y Victoria Wood en los principales papeles.

Copyright del artículo © Mª Dolores Clemente Fernández. Publicado previamente en CineMaverick. Reservados todos los derechos.

Copyright de las imágenes © Studio Ghibli, Dentsu, Hakuhodo DY Media Partners, Mitsubishi Shoji, Nippon Television Network (NTV), Toho Company. Cortesía de Aurum Producciones. Reservados todos los derechos.

Mª Dolores Clemente Fernández

Mª Dolores Clemente Fernández es licenciada en Bellas Artes y doctora en Comunicación Audiovisual por la Universidad Complutense de Madrid con la tesis “El héroe en el género del western. América vista por sí misma”, con la que obtuvo el premio extraordinario de doctorado. Ha publicado diversos artículos sobre cine en revistas académicas y divulgativas. Es autora del libro "El héroe del western. América vista por sí misma" (Prólogo de Eduardo Torres-Dulce. Editorial Complutense, 2009). También ha colaborado con el capítulo “James FenimoreCooper y los nativos de Norteamérica. Génesis y transformación de un estereotipo” en el libro "Entre textos e imágenes. Representaciones antropológicas de la América indígena" (CSIC, 2009), de Juan J. R. Villarías Robles, Fermín del Pino Díaz y Pascal Riviale (Eds.). Actualmente ejerce como profesora e investigadora en la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR).