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Crítica: «El Libro de la Selva» (Jon Favreau, 2016)

Ahora mismo usted estará pensando: «Vaya. Otra adaptación del catálogo Disney repleta de efectos, con su punto de partida y de llegada en la taquilla». Por suerte, El Libro de la Selva escapa de ese lugar donde el arte desaparece y comienza la pura explotación comercial. En realidad, esta nueva versión rodada por Jon Favreu es una buena película. Magnífica, en algunos momentos. Y como ejemplo de animación digital, llega a ser deslumbrante.

Aunque uno se obstine en olvidarlo, Favreau ha de honrar una herencia literaria ‒la inmortal obra de Rudyard Kipling‒ y cinematográfica ‒el film animado de 1967‒, actualizando sus contenidos de cara a una generación acostumbrada a los planos de tres segundos y a la epilepsia digital. Su decisión, plenamente acertada, ha consistido en dotar de un ritmo trepidante al relato, pero sin prescindir de cierto clasicismo narrativo.

En esta ocasión, una mezcla de épica, hondura sentimental y sentido del humor conspira para ganarse nuestro interés, como si la nostalgia no fuera suficiente reclamo.

Con un guión que parece comprender todas las etapas del viaje del héroeEl Libro de la Selva transcurre con ligereza, sentido de la maravilla y sensación de peligro. Al fin y al cabo, Favreau entiende de modo consistente que traspasar determinadas fronteras de la jungla ha de tener consecuencias para el pequeño Mowgli, admirablemente interpretado por Neel Sethi.

Aunque el público potencial es muy joven, el reparto elegido para prestar su voz a la fauna protagonista ha de satisfacer a un público de todas las edades, y de hecho, lo consigue. La pantera Bagheera adquiere la elegancia y la seguridad de Ben Kingsley. La loba Raksha posee la suave calma de Lupita Nyong’o, y su pareja, Akela, exterioriza la sobria dignidad de Giancarlo Esposito. Por su parte, Scarlett Johansson transforma a la serpiente Kaa en un puro ejercicio sensual, a medio camino entre la hipnosis y el cortejo.

Sin necesidad de reinventarse, echando mano de viejos trucos, Bill Murray actualiza a Baloo con la ironía y con esos toques de chifladura que tanto le convienen al personaje.

Guiñando un ojo a los más cinéfilos de la sala, Christopher Walken encarna al Rey Louie ‒en este film, un imponente gigantopiteco‒ con gestos robados del coronel Kurtz (Brando, con su cabeza afeitada) en Apocalypse Now.

Idris Elba, tal vez lo sepan ya, es un actor formidable, y no se me ocurre mejor candidato a la hora de personificar al tigre Shere Khan. La sombra ominosa y omnipotente de este villano, gracias al actor inglés, nos anima a imaginar que el felino es, a ratos, un gángster tras la peor resaca de su vida, un depredador que saborea la crueldad de la jungla, y en sus mejores momentos, un aristócrata al estilo Vincent Price, que comprende mejor que nadie los códigos del miedo.

Supongo que para no desconcertar a los nostálgicos, el film incluye dos números musicales tomados del film de 1967 ‒“The Bare Necessities” y “I Wan’na Be Like You”‒ que quizá no terminan de encajar con el tono general de la cinta, pese a estar aceptablemente resueltos. En todo caso, el primero de ellos, en una suntuosa versión orquestal, sirve para enriquecer la sólida banda sonora de John Debney.

En cuanto a sus efectos, lo cierto es que El Libro de la Selva surge del mismo afán fotorrealista que ya acreditaron Avatar o Gravity. Así, llenando de vida cada fotograma, el escenario y los personajes digitales engañan a nuestros ojos con la misma nitidez que si nos diéramos un paseo por la floresta india.

Sinopsis

Los personajes y las historias de El Libro de la Selva han cautivado a personas de todo el mundo. En 1894, Rudyard Kipling, el escritor inglés nacido en Bombay, quiso dejar patente su amor por la India en el El Libro de la Selva, al que siguió El Segundo Libro de la Selva en 1895. Aunque en un principio era libros para niños, las historias -con sus exuberantes paisajes y sus animales parlantes- despertaron el interés de jóvenes y adultos. Además sirvió para que muchos lectores conocieran por primera vez la India. Kipling, que escribió las historias mientras creaba una familia en Vermont, publicó otros libros y colecciones de cuentos, y en última instancia se convirtió en el escritor mejor pagado del mundo a los 32 años. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1907.

“Las historias de Kipling siguen la narración mítica del ‘héroe de las mil caras’ de Joseph Campbell”, dice el director Jon Favreau. «Está el nacimiento del héroe -un niño que llega a la mayoría de edad en la selva en este entorno y con todos estos personajes arquetípicos. Como realizador, me parece una tierra muy fértil”.

Las historias de Kipling se han adaptado muchas veces en las 12 décadas posteriores a su publicación. Dirigida por Wolfgang ReithermanWalt Disney revisó El Libro de la Selva, la película de Walt Disney Animation Studios, porque consideró que los primeros borradores, que conservaban el tono más oscuro de los cuentos de Kipling, eran demasiado serios.

La cinta se estrenó el 18 de octubre de 1967, un año después del fallecimiento de Disney y se convirtió en un clásico entrañable. Con canciones emblemáticas como “Necesidades básicas” de Terry Gilkyson y «Quiero ser como tú» de los Hermanos Sherman, la banda sonora de la película sigue invitándonos a mover los pies de forma instantánea.

El Libro de la Selva de Disney se estrenó dos veces más en el cine, así como en formato de vídeo, DVD y Blu-ray, lo que le valió fans de varias generaciones. De esa forma, Mowgli y sus amigos y enemigos animales entraron a formar parte de las vidas de gentes de todo el mundo.

“El vínculo entre Mowgli y Baloo me causó una fuerte impresión cuando era niño”, dice Favreau. “Me recordaba mi relación con mi abuelo, que fue muy importante en mi vida. Me gusta mucho que Mowgli sea travieso, que siempre esté metiéndose en problemas. Él no es ese niño que siempre se porta bien, es bastante precoz, al estilo de ‘Daniel el travieso’. No se deja intimidar por los grandes animales salvajes, de hecho, se siente completamente a gusto entre ellos. Es un chico duro, pero también muy vulnerable emocionalmente, sobre todo con Baloo.

“El clásico animado basado en El Libro de la Selva que hizo Disney era muy divertido», añade Favreau. “Me encantaba la música y recuerdo que tuve sueños muy reales con los personajes. Las escenas que me causaron una profunda impresión visual y que aporto a esta versión de la película, son imágenes de Mowgli bajando por el río sobre la tripa de Baloo, la pitón Kaa con sus ojos hipnóticos, y la majestuosidad de los elefantes desfilando».

“Quisimos reproducir la idea de Kipling de que se trata de un entorno con grandes peligros”, continúa diciendo el director. “No es un lugar seguro para un niño. Conservamos la estructura narrativa básica de la película animada, pero lo hicimos de forma que la historia entrañara más riesgos. La sensación de peligro es mucho mayor y la supervivencia no está asegurada».

“Al igual que un chef necesita utilizar los ingredientes adecuados para preparar una comida perfecta, un realizador necesita el mejor reparto”, dice Favreau. “Y como ocurre en todas mis películas, todo empieza siempre con el reparto. Debo tener un gran reparto y la mezcla perfecta de actores, de lo contrario no puedo hacer bien mi trabajo, sobre todo si estás haciendo una nueva versión de una película tan querida como ésta”.

Los personajes adquirieron vida a través de una combinación de voces e interpretaciones realizadas con animación generada por ordenador. A veces es difícil separar ambas cosas. Taylor dice: “Los rendering de algunos de los  personajes evolucionaron una vez que se eligió a los actores que iban a prestar su voz, a veces sutilmente, y otras voces de forma más sustancial. En todos los casos, queríamos que los animales tuvieran el mismo aspecto que sus congéneres en la naturaleza. Queremos un oso que parezca un oso de verdad y una pantera que parezca una pantera de verdad, pero se introdujeron algunos retoques sutiles, casi imperceptibles para que las expresiones encajaran con las interpretaciones vocales. Los artistas de animación realizaron retoques muy inteligentes lo bastante sutiles para que sigas creyendo que se trata de un animal”.

Para rendir homenaje a la pasión que Disney sentía por la tecnología, los realizadores estudiaron la mejor forma de sumergir al público en el mundo que habían imaginado en su versión de la historia. Favreau dice: “Nos preguntamos cómo podíamos crear un mundo. Cómo podíamos usar esta tecnología, esas herramientas narrativas al máximo. Pero lo que queremos de verdad es que el público olvide la tecnología, que se sientan transportados a otro mundo”.

Los realizadores utilizaron tecnología CGI de última generación para crear las actuaciones de los animales. “Los animales digitales son un campo fascinante”, dice Favreau. “Películas como La vida de Pi y Amanecer en el planeta de los simios empezaron a mostrar formas biológicas y pelajes que no se distinguen de la realidad. En Iron Man tuvimos que simular superficies de metal duro de forma convincente. Pero es mucho más difícil representar elementos orgánicos como la piel y el pelaje. No podríamos haberlo hecho hace unos años, no en la medida que lo estamos haciendo ahora”.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

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Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.