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Crítica: «Downton Abbey: Una nueva era» (2022)

El aristócrata inglés, literariamente hablando, es un cliché tan poderoso y reconocible como Sherlock Holmes o Drácula. Gracias al sistema de clases victoriano, ese estereotipo ‒casi una obsesión nacional‒ fue pasando de los libros y el teatro a la moderna cultura pop, hasta sublimarse con una simetría perfecta.

Desde hace décadas, el cine y la televisión han terminado de subrayar este perfil de la nobleza británica. Aquí importa poco el realismo. En el fondo, hablamos de una idealización. No se trata de lo que ofrece la «verdadera» Inglaterra, sino de lo que quiere creer de sí misma: un sublimado de modales especialmente refinados, vestimenta impecable, prejuicios, esnobismo, caballerosidad, lujo y distinción.

En este sentido, la teleserie Downton Abbey (2010) nos brindó un eficacísimo resumen de estas ensoñaciones, partiendo de las clásicas diferencias entre una familia aristocrática y su servidumbre. El creador de la serie, Julian Fellowes, aprovechó con mucha inteligencia el legado de producciones como Arriba y abajo (1971) y le añadió un par de ingredientes indispensables para el éxito: una ambientación excelente y unos guiones muy bien resueltos, interpretados por un elenco de primera categoría. Se inició así una luna de miel con el público que duró hasta 2015 y nunca dejó de depararnos satisfacciones.

¿Qué vino luego? Pues un largometraje, Downton Abbey (2019), de Michael Engler, antecedente del film que motiva estas líneas. Ahora los Crawley y sus criados vuelven a la gran pantalla en Downton Abbey: Una nueva era, una película diseñada al milímetro para satisfacer a los seguidores de la serie original.

Esta vez, el guión se articula a partir de dos tramas paralelas: una herencia inesperada en la Riviera francesa y la estrepitosa llegada de un equipo de rodaje a la mansión familiar.

Según dice uno de los personajes, la historia transcurre un año después del estreno de Napoleón, de Abel Gance. Es decir, en 1928, justo cuando el salto del cine mudo al sonoro planteaba los retos que sirvieron de base a Cantando bajo la lluvia (1952), y que ahora se repiten, casi con el mismo planteamiento, en esta entrega dirigida por Simon Curtis.

Como sucedía en la serie, el guion propone un relato coral que oscila entre el melodrama y la comedia costumbrista.

Poco más o menos, uno ya se espera lo que puede ocurrir. Ni siquiera, llegado cierto momento, se diría que sorprende el adiós de algún que otro personaje… Y sin embargo, qué agradable es esta película. Qué ligero y  placentero se vuelve el visionado. Quizá porque la cinta, por innecesaria que parezca, está confeccionada para que prevalezcan sus tres valores más firmes: el glamour, el orgullo británico y los sentimientos reconfortantes.

El caso es que aquí las tramas se superponen, pero todas acaban cerrándose. Y en general, lo hacen de forma satisfactoria y diligente. Acaso porque esta película viene a ser el desenlace familiar más lógico y más acertado para la saga de los Crawley.

Las claves de Downton Abbey ya están lo bastante elaboradas como para exigir algo más. No hace falta. Uno puede disfrutar de esta película como si viera del tirón una minitemporada de la serie, o simplemente, puede dejarse llevar por la inercia de un producto bien ejecutado. Cualquiera de las dos opciones merece un respeto.

Sinopsis

De la mano del galardonado creador Julian Fellowes, llega todo un acontecimiento cinematográfico: Downton Abbey: Una nueva era. El esperadísimo regreso a la gran pantalla del fenómeno mundial reúne a su emblemático reparto para embarcarlo en un exclusivo viaje al sur de Francia, donde se desvelará el misterio de la villa recién heredada por la condesa viuda.

Cuando Gareth Neame (director general de Carnival Films y productor de Downton Abbey) comenzó a hablar con Julian Fellowes sobre desarrollar una nueva serie dramática para televisión, lo que tenía en mente era una adaptación de la aclamada novela de Julian, Esnobs. Las conversaciones pasaron rápidamente a un tema que Gareth llevaba un tiempo mascando y, por suerte, Julian también había estado dándole vueltas a algo en la misma línea. «Fue trabajando en una adaptación de la novela Esnobs de Julian cuando se me ocurrió que podríamos crear una serie ambientada en una casa de campo eduardiana», nos cuenta Neame. «En primer lugar, porque se trata de un enclave con un carácter inglés único y no había existido una serie así en muchos años y, en segundo lugar, Julian y yo pensamos que sería maravilloso revisitar ese territorio».

«No se me ocurría nadie mejor que el propio Julian como guionista y, obviamente, Gosford Park había recibido una gran acogida. La película, además, había tenido un enorme impacto a la hora de definir el género de vida en la campiña inglesa», nos explica. «Pensé que si pudiéramos coger ese periodo histórico y meterlo en una serie en horarios de máxima audiencia, el resultado podría ser algo muy especial», continúa.

Para Gareth, existen pocos proyectos televisivos genuinamente americanos, y solo unos cuantos genuinamente británicos, uno de los cuales es, sin duda, Downton Abbey. «Cuando leí el enfoque inicial de Julian, pensé que dominaba con absoluta seguridad aquel mundo y periodo histórico: la familia, la servidumbre y toda la ambientación dejaban claro que llevaba tiempo queriendo hacer algo así». Para Julian, Gosford Park llegó al corazón del público en todo el mundo, y se trataba de un periodo de la historia al que estaba encantado de volver. «Nunca antes había escrito una serie de televisión, y me pareció que el formato brindaba una tremenda libertad a la hora de desarrollar los personajes. Siempre me ha interesado el modo en el que vivían en esas casas llenas de servidumbre, mucho antes de escribir Gosford Park. Me intriga que un grupo así de gente viva manteniendo esa estrecha proximidad con expectativas de la vida tan diferentes».

El periodo eduardiano no se suele retratar en series dramáticas de televisión, porque los dramaturgos y los guionistas prefieren representar el periodo de regencia de Jane Austen. «Es una época en la que nuestros padres, más posiblemente nuestros abuelos, pueden haber vivido, así que no resulta completamente ajena», explica Gareth. «La era moderna comenzó a finales del siglo XIX, esto es algo que Julian y yo hemos hablado mucho. A finales de dicho siglo, llegó la electricidad y, gradualmente, los coches con motor, el teléfono, y la gente comenzó a desplazarse en el metro de Londres o el autobús para ir a trabajar todos los días, y entonces surgieron las hipotecas y las pensiones, y todos esos elementos con los que el público actual se puede identificar porque sabe reconocerlos».

«Mi padre nació en 1912», añade Julian, «así que 1912, que es el año en el que arranca la serie, es un periodo del que mucha gente viva en la actualidad ha escuchado cosas a los miembros de su familia más inmediatos; aún es historia relativamente reciente».

Fue crucial para el look y las sensaciones que la serie transmite que Gareth supiera aportar modernidad al diseño sin dejar de respetar el momento histórico en el que está ambientada. «Queríamos que la serie destilara un aura contemporánea sin perder los gloriosos elementos que hacían de esa era algo único. Creo que ayuda que se trate de un guion original que permite al público disfrutar de todas las florituras asociadas a las producciones de época».

Julian también tenía ganas de mostrar cómo era vivir y trabajar al servicio de otra familia durante esa época, en especial para las mujeres, y sobre todo para las jóvenes, para las que el servicio era la única opción.

«Los hábitos como espectadores del público de hoy en día son mucho más sofisticados que antaño, y la gente es capaz de manejar mucha información simultáneamente, seguramente como resultado del ritmo cada vez mayor de producciones como Chicago Hope o El ala oeste de la Casa Blanca», comenta Julian. Uno de los personajes más importantes del guion era la propia casa y, a pesar de visitar Highclere Castle al principio, Julian y el equipo de producción se pasaron seis meses visitando muchas propiedades distintas antes de, finalmente, volver a esta. Con sus cuatro kilómetros cuadrados de terreno, cuidado y esculpido por Capability Brown, la finca brindaba un telón de fondo perfecto para Downton Abbey.

Highclere Castle es el hogar del conde y de la condesa de Carnarvon y su familia y, sin duda, es uno de los castillos más bonitos de Inglaterra enclavados en una espectacular finca. Los antepasados de los Carnarvon llevan viviendo en Highclere desde 1679. «El castillo cuenta con unos interiores maravillosos, especialmente la biblioteca, que es una estancia absolutamente fabulosa. Es la quintaesencia de una biblioteca inglesa, y el comedor es una joya», añade Fellowes. El plan siempre fue filmar todos los salones de aparato y las salas públicas en el propio Highclere. Sin embargo, con los años, las cocinas y los dormitorios de las grandes casas de campo han cambiado enormemente, así que fue necesario crear los aposentos de la servidumbre, la cocina y los dormitorios en un estudio.

Entrevista con Julian Fellowes

¿Dónde se encuentran los personajes de Downton al comienzo de esta nueva película?

Al final de la primera película, estaba claro que Mary ya se iba a hacer con las riendas de Downton y ese es un tema al que damos continuidad en esta segunda película. Una de las labores en estos asuntos hereditarios es aceptar precisamente eso, que es un negocio hereditario y que llega un momento en el que ya no eres tan útil y en el que es hora de dar paso a la siguiente generación. El matrimonio de Edith con Bertie va viento en popa y ahora es madre de un niño, pero de un modo bastante moderno; regentar Brancaster y la maternidad no es suficiente para ella. Necesita algo que estimule su cerebro y algo fuera de la unidad familiar. En los años 20 y durante la Primera Guerra Mundial, las mujeres se pusieron a trabajar en diferentes áreas laborales y eso despertó en ellas el deseo de trabajar. El cometido de Cora y Robert en la primera película era recibir al Rey y la Reina, algo de lo que salieron muy airosos. En esta película, ambos afrontan un viaje emotivamente más difícil. Esta vez, quería dar a los personajes más que hacer y estoy bastante satisfecho con cómo ha salido todo.

¿Qué ha aportado Simon Curtis a la película?

Gareth y yo comenzamos a idear Downton hace unos 12 años y Simon ha sido parte de la estructura interna de la serie desde entonces, al igual que todos los compañeros y compañeras del núcleo duro del equipo y del reparto, entre los que cuento a mi esposa. Simon domina mucho la narrativa, una cualidad que siempre es muy útil, pero, con Downton, es algo esencial por la naturaleza multinarrativa de los guiones. Algunas de las historias son prominentes y se desarrollan a lo largo de la película, mientras que otras son bastante cortas y se cuentan en solo tres escenas. Sin embargo, todas las historias se entremezclan y hay muchas escenas que nos muestran más de una historia. Por eso, cuando leemos los guiones todos juntos al comienzo de la producción, siempre les digo a los actores que deben responsabilizarse de su propia historia.

¿Cómo comienza a estructurar una película como Downton, que cuenta con tantas voces múltiples?

Mi primer golpe de suerte fue que nada menos que Robert Altman me pidiera escribir un guion para una película, y de ahí nació precisamente Gosford Park. Sospechaba que Altman se sentía fuera de su zona de confort haciendo una película sobre el sistema de clases británico, así que se me ocurrió que el único modo de salvar ese escollo era escribir un guion totalmente para Altman, que fuera fácil reconocer su estructura cada vez que pasara una página. La manera de conseguirlo era, en ese momento, ir al videoclub y sacar todas las películas de Altman que pudiera encontrar. Las vi a lo largo de tres o cuatro días y diseñé la película, a pesar de la ambientación, de modo que Altman reconociera su propio territorio. Como resultado, descubrí que me gustaba esa forma de narrativa y que iba mucho conmigo. A partir de entonces, dejé atrás las narrativas lineares y rectas, que eran lo que había hecho principalmente hasta el momento, en favor de esta forma multiarco y multinarrativa, que lo cierto es que ha calado hondo en mí. Esa estructura definía toda la serie de Downton en su primer concepto, pero implica que tienes que contar con directores a los que les interesen las narrativas y las entiendan, que pillen los gags y sigan su desarrollo. A Simon eso se le da de lujo.

¿Cuándo está escribiendo, cómo de consciente es del equilibrio entre drama y humor?

La clase de comedia que a mí me gusta es muy real, y en nuestro día a día todos conocemos a gente que es más graciosa que otra. Esa gente tiene el don de que se le ocurren frases que son graciosas, pero sin sacarte de lo que está pasando alrededor, así que, en ese sentido, puedes regresar a la verdad de la situación narrativa sin ninguna dificultad. Ese nivel de comedia va a las mil maravillas con una saga familiar como la de Downton y, por supuesto, para ello necesitas que ciertos miembros del reparto tengan talento con las intervenciones cómicas. Tuve mucha suerte con Maggie Smith, porque había trabajado con ella en varias ocasiones y el personaje que escribí que ella interpretó en Gosford Park era muy similar al de Violet Grantham en Downton. Maggie tiene muchos talentos y uno de ellos es que puede ser muy divertida en determinado momento y a los dos minutos hacerte llorar, y es capaz de cambiar de marcha sin convertirse en otra persona. Siempre se mantiene muy fiel al personaje.

¿Cuáles son las principales diferencias entre escribir para una serie de televisión y para películas?

La principal diferencia entre ambas cosas es que cuando escribes una serie para televisión, después de la primera temporada, escribes para interpretaciones que ya existen. Escribes amoldándote a los actores. Por ejemplo, Lesley Nicol es una actriz muy divertida, pero al comienzo de todo esto la verdad es que yo no la conocía. La había visto en Oriente es oriente, en la que lo hace extraordinariamente, pero cuanto más me iba dando cuenta de lo graciosa que era, más escribía para realzar precisamente su vis cómica. También vas aprendiendo a qué actores se les dan bien las

escenas emotivas, y yo les doy deliberadamente material con el que sé que van a brillar porque así estás mejorando el proyecto. Soy parte de una raza en peligro de extinción que cree que una de las labores de la industria del entretenimiento es entretener. Yo quiero que la gente vea Downton y la disfrute. Quero que todos vayan a ver esta película, pasen un buen rato, rían, lloren, y que luego salgan a cenar y vuelvan a casa sintiendo que han pasado una tarde estupenda. Ese es mi objetivo, y si la gente pregunta si es suficiente con entretener, la respuesta es sí. También espero que, de vez en cuando, podamos hacer pensar a los espectadores en la disparidad de trasfondos en una sociedad igualitaria, o que reflexionen sobre las dificultades de ser homosexual en una época en la que seguía siendo ilegal. Tocamos esa clase de temas, pero esa no es la principal finalidad de la película. La finalidad de la película es brindarle al público una gran velada.

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Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.