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Crítica: «Dallas Buyers Club» (Jean-Marc Vallée, 2013)

No sé si recuerdan ustedes aquel poema de José Agustín GoytisoloÉrase una vez un pirata honrado, en el que los personajes de nuestra imaginación infantil eran descritos con rasgos contrarios a lo esperado. Pues bien, al ver esta excelente película de Jean-Marc Vallée no he podido evitar acordarme de esos versos. Y ello se debe a que el protagonista, encarnado magistralmente por Matthew McConaughey, tiene al principio todas las papeletas para resultar detestable: es un ejemplo terminal de basura blanca, machista hasta la médula, cocainómano, pendenciero y capaz de dar puñaladas traperas cuando llega la oportunidad (y tan amigos).

¿Cómo es posible que este bala perdida se redima a ojos del espectador? Todo queda explicado en el primer tramo del film. Resulta que el tipo en cuestión, Ron Woodroof –atentos, porque es una figura real– se entera con retraso de que el SIDA solo le permite deshojar un mes del calendario.

Woodroof, electricista y cowboy de rodeo, es rechazado por amigos y allegados (Estamos en los ochenta, cuando la enfermedad era un estigma). En el Dallas Mercy Hospital, surge la oportunidad de que le traten con un fármaco experimental, el AZT, pero para su desgracia, sufre los efectos secundarios de la droga como una condena que ya parece tangible e inevitable.

Para no arruinarles lo que viene después, solo les adelantaré un par de detalles. Woodroof viaja a México, donde un médico sin licencia, el doctor Vass (Griffin Dunne, al que siempre recordaremos por El hombre lobo americano en Londres), le aclara que el AZT es un veneno para las defensas. Para sustituirlo, le receta un concentrado vitamínico no aprobado por la legislación estadounidense.

De ahí en adelante, asistimos a la lucha de Woodroof contra las imposiciones de la industria farmacéutica y contra el acoso de los agentes de la FDA, resueltos a impedir que el protagonista trafique con substancias alternativas al AZT.

En este drama, hay dos ángeles guardianes que acompañan al personaje principal, la doctora Evesak (Jennifer Garner) y un conmovedor transexual llamado Rayon (Jared Leto).

El estilo narrativo de Jean-Marc Vallée, verista, descarnado y sin adornos, no siempre mantiene el pulso. Sin embargo, la película triunfa gracias a las soberbias interpretaciones de McConaughey y Leto. ¿Soberbias? Casi debería decir heroicas, dado que Leto, no precisamente entrado en carnes, perdió 14 kilos para encarnar a Rayon, y McConaughey adelgazó 23 kilos –párense a pensarlo– con el propósito de resultar convincente en la piel de Woodroof.

Quede constancia de que, a pesar de que esta hazaña dietética puede resultar memorable, sigo pensando que el mérito de ambos actores –y en particular, de Matthew McConaughey– está un paso más allá. La actuación de este último es valiente, sutil y va afilándose emocionalmente a lo largo del film. Solo por eso, Dallas Buyers Club merece figurar entre los títulos más importantes del año.

Sinopsis

La historia del electricista, Ron Woodroof y su pelea con el sistema médico y las compañías farmacéuticas tras haber sido diagnosticado seropositivo en 1986, y su búsqueda de tratamientos alternativos que ayuden a establecer un método por el cual otra gente seropositiva pueda unirse para tener acceso a su medicación.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © 2013 Voltage Pictures y Truth Entertainment. Cortesía de Vértigo Films. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.

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