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Crítica: «Candyman» (Nia DaCosta, 2021)

Se nos hace pensar, al comienzo de esta película, que estamos ante una de esas reinvenciones, o reboot, de la cinta de 1992 dirigida por Bernard Rose y basada en el relato The Forbidden, del británico Clive Barker.

Candyman fue uno de los pocos éxitos en una época de sequía del género de terror, la primera mitad de los 90, cuando éste sufrió una suerte de resaca después de ese festival que fueron los 80. Las productoras modestas, que siempre han mantenido vivo el cine de miedo, decidieron invertir en el denominado «thriller erótico», que tuvo un boom después del éxito de Instinto básico, estrenada ese mismo año.

Candyman llegó a tener un par de secuelas, la primera de ellas bastante digna, CandymanAdiós a la carne (1995), dirigida por Bill Condon (Dioses y monstruosKinseyChicago), y la olvidada Candyman 3: El día de los muertos (1999), lanzada directamente al mercado videográfico. Estas películas sirvieron para colocar al actor que interpretaba al «monstruo», Tony Todd, en el panteón de actores frecuentes y queridos dentro del género.

La nueva entrega de Candyman no tiene muy presentes las secuelas, si bien no las «niega», y se plantea como secuela-expansión del primer título.

En su momento, los más miopes no supieron ver el (muy obvio) mensaje antirracista y social de Candyman, e incluso hubo quien se molestó porque el asesino fuera un afroamericano, quizá sin molestarse en ver la película y comprobar por qué era así. En todo caso, Candyman (2021) viene auspiciada por el productor de cine de terror afroamericano ‒el Spike Lee del terror, si se me permite la simplificación‒ Jordan Peele. Dirigida y protagonizada mayoritariamente por afroamericanos, parece difícil que hasta los más torpes no sepan ver en esta ocasión de qué va el asunto.

Si Candyman (1992) transcurría en los decadentes projects (viviendas sociales) de Cabrini-Green, en Chicago, la película de 2021 regresa a ese terreno. Aquellos bloques de casas han sido derruidos y han sufrido un proceso de reconversión de la zona con el cambio de siglo. Los bloques fueron demolidos y el barrio fue, aparentemente, mejorado, aunque no han faltado voces que han visto aquí un proceso de gentrificación, ese fenómeno que está expulsando de las grandes ciudades a la clase media en todo el mundo.

Candyman (2021) explora todo esto y nos habla de la mutación de la eterna opresión que sufren los afroamericanos (pobres) desde siempre. Puede cambiar la forma, pero la esencia es la misma. En esta película, Candyman representa a la eterna víctima, y a la rabia y tristeza que eso provoca. No hay subtexto, en todo caso, y todo esto se explica en pantalla para que lo entienda hasta el más tonto. Al fin y al cabo estamos en el siglo XXI y, siendo justos, lo mismo sucedía en los clásicos de terror de la Universal.

La sorpresa más agradable de esta entrega es que, sin imitar al milímetro el estilo de Bernard Rose, el film mantiene el tono, más bien triste, obsesivo y frío del primer film. Tenemos a protagonista (Yahya Abdul-Mateen II) obsesionado con el mito de Candyman, fatalismo gótico, entorno urbano deprimente y asesinatos sangrientos, pero rodados por la directora Nia DaCosta con una elegancia, por no decir maestría, sorprendentes para alguien con un currículum todavía breve (es su segundo largometraje tras Little Woods, estrenada 2018).

Sin que falte la sangre, DaCosta opta por no mostrar directamente la carnicería, sino ofrecer una visión parcial. ¿Ecos de Val Lewton y el cine de género clásico? Quizá sí, quizá no, pero esta forma de enfocar el terror no solo potencia la estética del film, sino también su impacto.

Los personajes resultan, en su mayoría, antipáticos, pero no se puede decir que eso sea un defecto. El protagonista se siente todo el rato fuera de lugar, en un ambiente aparentemente amable ‒el círculo artístico acomodado‒, pero en realidad hostil, provocando una constante incomodez en espectador. Eso es bueno en una película de terror.

Candyman (2021) sorprende por su elegancia formal, por tener cosas que decir (si resultan tendenciosas o demasiado obvias eso ya queda para el criterio de cada uno) y por el respeto a la película original, a la cual revive y enriquece.

Sinopsis

Desde hace años, los residentes de las viviendas de protección social del barrio de Cabrini-Green (Chicago) han vivido aterrorizados por una fantasmagórica historia que se ha ido transmitiendo de generación en generación: la leyenda de un sobrenatural asesino con un garfio a modo de mano, que se aparece con solo repetir su nombre cinco veces frente a un espejo. Una década después de la demolición de la última torre de Cabrini, el artista Anthony McCoy (Yahya Abdul-Mateen Ii, de la serie de HBO Watchmen y la película Nosotros) y su pareja, la galerista Brianna Cartwright (Teyonah Parris, de El blues de Beale Street y Bruja Escarlata y Visión), se han mudado a un lujoso loft de la zona, gentrificada con el paso de los años y habitada ahora por jóvenes adinerados.

Con la carrera pictórica de Anthony en pleno bache creativo, un encuentro fortuito con un vecino del barrio de toda la vida (Colman Domingo, de Zola, La madre del blues, El blues de Beale Street) expone a Anthony a la trágica y espantosa naturaleza de la verdadera historia que dio origen a Candyman. Ansioso por conservar su estatus en la élite artística de Chicago y espoleado por su marchante blanco, Anthony comienza a investigar los macabros entresijos de los mitos que rodean a Candyman como inspiración para su obra. De esta manera, y sin ser consciente de ello, Anthony comienza a abrir la puerta de un mundo que amenazará su propia cordura y desatará una aterradora ola de violencia.

«Cuando conocemos por primera vez a Anthony, no está precisamente en su mejor momento», dice Yahya Abdul-Mateen II. «Ha gozado de un momento de gloria como artista nuevo y rompedor, pero esa atención generada ahora se ha enfriado».

La leyenda de Candyman lleva su visión artística en una dirección mucho más oscura y política que su trabajo anterior. «Anthony crea una pieza llamada Di mi nombre de la que está muy orgulloso», dice Abdul-Mateen. «Ha encontrado una pieza de arte que le entusiasma por primera vez en mucho tiempo porque tiene algo que contar. A través de la obra, mira a la brutalidad policial, al trauma histórico, al drama de las víctimas y la opresión. Está emocionado porque ha creado una obra que obliga a la gente a mirarse al espejo, les obliga a afrontar la brutalidad policial y los temas de su arte. Se siente muy optimista al respecto y tiene muchas ganas de compartirla con el mundo».

Para interpretar a Anthony, Abdul-Mateen se inspiró en la muerte, en 2014, de Eric Garner, un hombre que murió después de que un policía municipal de Nueva York lo mantuviese agarrado por el cuello durante una detención en Staten Island por vender cigarrillos sueltos. La frase que repitió una y otra vez, «No puedo respirar», se convirtió en una consigna para el movimiento por los derechos civiles contra la brutalidad policial y el uso excesivo de la fuerza por parte de los agentes de la ley.

«Candyman es, en esencia, una alegoría del racismo en Estados Unidos», sentencia Jordan Peele. «Con esta película, Nia ha explorado el factor raza a muchos niveles, desde lo incómodo a lo sencillamente devastador. Cuando los espectadores van a ver una película de terror, aceptan una especie de contrato que dice: “He venido aquí a asustarme. He venido a que me traumaticen y me desafíen”. Lo importante y especial sobre el género es que te permite explorar los horrores de la vida real en el mundo. Y con Candyman, Nia ha representado el terror primigenio a la violencia racial en Estados Unidos».

Copyright de imágenes y sinopsis © Metro-Goldwyn-Mayer, Monkeypaw Productions, Bron Creative, Universal Pictures. Reservados todos los derechos.

Copyright del artículo © Vicente Díaz. Reservados todos los derechos.

Vicente Díaz

Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad Europea de Madrid, ha desarrollado su carrera profesional como periodista y crítico de cine en distintos medios. Entre sus especialidades figuran la historia del cómic y la cultura pop. Es coautor de los libros "2001: Una Odisea del Espacio. El libro del 50 aniversario" (2018), "El universo de Howard Hawks" (2018), "La diligencia. El libro del 80 aniversario" (2019), "Con la muerte en los talones. El libro del 60 aniversario" (2019), "Alien. El 8º pasajero. El libro del 40 aniversario" (2019), "Psicosis. El libro del 60 aniversario" (2020), "Pasión de los fuertes. El libro del 75 aniversario" (2021), "El doctor Frankenstein. El libro del 90 aniversario" (2021), "El Halcón Maltés. El libro del 80 aniversario" (2021) y "El hombre lobo. El libro del 80 aniversario" (2022). En solitario, ha escrito "El cine de ciencia ficción" (2022).