La película que nos ocupa viene a ser una derivación de otra producción de J.J. Abrams, Cloverfield (2008), aquella vigorosa combinación del clásico subgénero de monstruos gigantes con la fórmula del found-footage. Curiosamente, a pesar de este parentesco, Calle Cloverfield 10 se aleja de la grandilocuencia de su predecesora y nos ofrece un misterio íntimo, compacto, sometido a un escenario reducido y amenazador.
Antes de entrar en materia, debo avisarles de un riesgo que evitaré en este comentario: hablamos de una cinta en la que los giros de guión y las sorpresas deberían ser desconocidos por los espectadores. Quizá a algunos les parezca un factor asumible, pero en esta época en la que críticos y blogueros sufren incontinencia verbal, recibir opiniones sobre el fílm conlleva esta posibilidad. Por consiguiente, procuren acudir a la sala sin que nadie les arruine la intriga de antemano.
Calle Cloverfield 10 es una película inteligente, estructurada con ese primor y esa modestia que era corriente en la época en la que se rodaban teleseries como En los límites de la realidad (The Twilight Zone, 1959-1964), de Rod Serling, o Rumbo a lo desconocido (The Outer Limits, 1963-1965), de Leslie Stevens.
De hecho, la cinta comparte con ambas series varios recursos: un punto de partida angustioso, pocos y carismáticos personajes y toda una sucesión de sobresaltos, sabiamente dosificados, sin caer en la obviedad ni en los trucos baratos.
Interpretan a los protagonistas la excelente Mary Elizabeth Winstead, en el papel de Michelle, una joven que escapa de un matrimonio roto; John Goodman, que da todo un recital encarnando a Howard, un tipo impenetrable que parece conocer de memoria todas las teorías de la conspiración; y John Gallagher Jr., uno de los periodistas de The Newsroom, esta vez en la piel de Emmett, el tercer superviviente refugiado en ese búnker que ‒vuelvo a la nostalgia‒ sirve para homenajear a aquellos espacios cerrados que, hace décadas, supieron aprovechar genios del suspense como Richard Matheson o Robert Bloch.
¿El comienzo? Digamos que todo empieza con el naufragio sentimental de Michelle, que huye de su inquietante pareja (la voz de Bradley Cooper), como en tantos relatos de misterio que parten de un conflicto personal y en apariencia anodino, y que luego se enredan sin tregua.
De ahí en adelante, como podrá comprobar el espectador, casi todo es posible, incluido el apocalipsis en alguna de sus variantes.
Para aportar tridimensionalidad a los personajes, el guión repasa todo un repertorio emocional, que abarca el humor, la sospecha, el terror, la violencia y la vulnerabilidad. A la escala de ese búnker donde la acción transcurre, la mínima sociedad que forman Michelle, Howard y Emmett se reduce a una cuestión de confianza. Una confianza que, como casi todas las cosas importantes de esta vida, nunca se consolida como uno espera.
Como habrá advertido el lector, son muchos los antecedentes que se pueden sacar a colación al hablar sobre esta película. El más reciente ‒se me ocurre‒ es el cómic Shelter Me, que Dan Wickline y Mark Vigouroux publicaron en el nº 142 de la revista Métal Hurlant (2003), y que luego dio lugar a un episodio de la teleserie homónima, dirigido en 2012 por Guillaume Lubrano, con Michelle Ryan y James Marsters en los papeles principales.
En todo caso, aunque son muy numerosas las similitudes entre Shelter Me y Calle Cloverfield 10, no se trata de un plagio, sino de una coincidencia bastante explicable. Sobre todo si unimos un refugio subterráneo y el juicio final en el mismo argumento.
Dan Trachtenberg dirige a sus actores con soltura y sin aspavientos, y además sabe aprovechar estupendamente el claustrofóbico escenario, muy rentable en términos narrativos.
Y aunque Trachtenberg no tiene voluntad de estilo, esa discreción se agradece, porque al final, en este caso, quien orienta todas las piezas dramáticas es el estupendo trío protagonista.
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