Como sucedió con el anterior largometraje de Jan Kounen, el thriller Dobermann, este extraño western es una de esas películas que o se adoran o se odian. Pero como aquí en The Cult somos más chulos que nadie, nos quedamos en un galaico punto medio.
Porque aunque la sensación final que deja Blueberry es de tomadura de pelo, también es cierto que este es uno de los westerns más insólitos y radicales jamás rodados. Hay que tener muchas agallas y descaro para tomar prestado un personaje tan fundamental en la historia del cómic y hacer una versión cinematográfica que juguetea, deforma y experimenta con el original, en lugar de convertirse en un calco dinámico de la página dibujada.
Otra cosa son los resultados, ya que Kounen huye del estilo de los westerns desmitificadores (aunque habría que decir “re-mitificadores”) de Peckinpah y Leone, a los que tanto se asemejaba el cómic original, para acercarse más a films como Viaje alucinante al fondo de la mente, El cortador de césped o las aventuras flipadas del dúo cómico Cheech y Chong.
En este punto hay que aclarar que quien escribe estas líneas es un ser poco interesante, que no se acerca al mundo de los psicotrópicos más allá del Danone caducado, con lo cual la exploración mental y espiritual sobre la que habla la película, la referente al chamanismo y los alucinógenos, le queda un poco lejos.
Para el interesado en estos viajes astrales, quizá le resulte un hito cinematográfico esta odisea yonqui en la que se embarca el bueno de Blueberry, plagada de visiones infográficas que asaltan la pantalla en forma de animales voladores tales como caimanes, arañas, ciempiés, demonios varios, gamusinos, petisos carambanales, etc…
Para que se hagan una idea, y después de minutos y minutos de paseos lisérgicos y escasos momentos de western “normal” (en los que participa un venerable Ernest Borgnine que debe haber flipado al ver el resultado final, nunca mejor dicho lo de “flipado”), se desarrolla el obligado enfrentamiento final entre el siempre genial Michael Madsen y Vincent Cassel.
Pero no crean que este enfrentamiento se desarrolla bajo el sol del mediodía y a base de Colts, sino en la interzona y después de haberse metido para el cuerpo ambos contendientes lo que parece ser la reserva anual de manjares risueños de Amsterdam.
Alrededor de veinte minutos de colorines y sonidos raros fabrican el clímax más raro visto en una película del oeste, dejando el famoso viaje psicodélico de 2001 a la altura de la carta de ajuste.
No ayuda mucho un epílogo casi a lo Jodorowsky, en el que los bellos parajes de Nuevo Mexico y la vagina de Juliette Lewis son protagonistas, no me pidan que se lo explique. Así pues, Blueberry supondrá una decepción indignante para los fans más hardcore del cómic y para los puristas del western, pero no deja de ser un sano experimento necesario en esta época de cambios en el lenguaje cinematográfico. Una cosa es cierta, este es el primer peyote-western (con permiso del Dead Man de Jarmusch).
Sinopsis
Blueberry (Vincent Cassel) se encuentra trabajando como sheriff en el pueblo de Palomito. La paz de la localidad se ve alterada debido a la aparición de Wally Blount (Michael Madsen), el hombre que asesinó hace años a la novia de Blueberry. Blount está aliado con el alemán Prosit (Eddie Izzard) en la búsqueda del oro presuntamente escondido en unas montañas sagradas de los indios.
Copyright del artículo © Vicente Díaz. Reservados todos los derechos.