Si el paso de los años ya ha certificado que el subgénero de los superhéroes es indispensable para mantener a flote la taquilla, es igualmente comprobable que cada vez resulta más difícil detectar en él alguna originalidad. Esta sensación de reencontrar clichés y sobreentendidos, por no hablar de secuencias que nos resultan familiares, también aflora a lo largo de Black Adam.
Estoy seguro de que los lectores más fieles de DC podrán intercambiar guiños viendo en pantalla a varios integrantes de la Sociedad de la Justicia de América: el Hombre Halcón (Aldis Hodge), el Doctor Destino (Pierce Brosnan), Atom Smasher (Noah Centineo) y Cyclone (Quintessa Swindell). También disfrutarán, obviamente, con la presencia del personaje principal, Black Adam (Dwayne Johnson), un supervillano creado por Otto Binder y C. C. Beck en 1945, reformado en la gran pantalla con modales propios de un campeón crepuscular. Pero más allá de estas alegrías, la película no deja de ser una aventura canónica de titanes enmascarados, reincidente en todos los lugares comunes que ofrece esta fórmula.
Supongo que ya es demasiado tarde para alterar este tipo de productos. La cuestión, básicamente, depende de la dosis de humor que se añada a la pócima y de lo eficaz que sea el realizador. El resto (el vaivén de peleas y persecuciones digitales, el más allá que invade el más acá, el crossover con otras películas) es fácil de identificar en casi cualquier producto de esta línea. Y Black Adam no es la excepción a la regla.
Por suerte, el director Jaume Collet-Serra sabe equilibrar la narración de forma que no haga falta un manual de instrucciones. Asume rasgos de estilo de Zack Snyder (cámara lenta, colores apagados, filtros verdiazules, acción estilizada…) y hereda detalles de su imaginería.
Aunque la actuación de Dwayne Johnson no es (ni lo pretende) una revelación, el actor tiene suficiente carisma y oficio como para imponer respeto. Y el elenco de secundarios, un tanto desaprovechado, juega con la baza de incluir a Pierce Brosnan, que encandila al público veterano cada vez que recita sus líneas o enarca una ceja.
Como punto novedoso, la acción transcurre en un lugar ficticio de Oriente Medio, Kahndaq, tiranizado por un ejército de mercenarios. Aunque ahí puede encontrarse una lectura antiimperialista, la cinta no sale del carril establecido, a medio camino entre la comedia de acción y la historia mágica de reinos oscuros y talismanes prodigiosos. Al fin y al cabo, esto no es La batalla de Argel (1962), sino un relato que comienza cuando una arqueóloga, Adrianna (Sarah Shahi), descubre una corona sobrenatural fabricada con una sustancia llamada eternium.
A poco que el espectador ponga de su parte, podrá entretenerse y disfrutar de principio a fin. Por lo demás, este es un vehículo al servicio de Dwayne Johnson, y aunque parezca que su personaje tiene una faceta maléfica, todos sabemos que no tardará en encontrar su brújula moral.
Una vez más, queda claro que Johnson es un actor francamente eficaz, consciente de sus virtudes y muy hábil a la hora de explotarlas.
Sinopsis
Casi 5000 años después de que los dioses egipcios le otorgaran los poderes todopoderosos y lo encarcelaran con la misma rapidez, Black Adam (Johnson) es liberado de su tumba terrenal, listo para desatar su forma única de justicia en el mundo moderno.
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