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Crítica: «¡Ave, César!» (Joel y Ethan Coen, 2016)

Este nuevo film de los hermanos Coen resulta desconcertante. Está bien que uno no sepa claramente qué pensar sobre una cinta según sale de la sala, más que nada porque hoy en día siempre se sabe qué esperar de la mayoría de las películas antes de verlas.

A lo que hay que darle vueltas, supongo, es a la razón por la que ¡Ave, César! nos descoloca tanto.

No es la primera vez que los célebres hermanos combinan comedia con cine negro desde una perspectiva extravagante, pero inspirada por el cine clásico. Se podría decir que su mayor triunfo con esa fórmula fue El gran Lebowski (1998), obra hilarante donde todo funcionaba como un reloj (un reloj muy raro, pero preciso) a la hora de provocar carcajadas.

En ¡Ave, César! hay momentos muy divertidos, pero son eso: momentos. La película parece estar hecha con retazos mal hilvanados y que no llevan realmente a ninguna parte. ¿Torpeza por parte de los Coen o efecto buscado?

Josh Brolin, el actor del Hollywood actual al que mejor le sienta la ropa de los años 50, interpreta a un ejecutivo de Hollywood que, lejos de ser el villano de la función ‒como suele ocurrir‒, es un auténtico héroe, un mártir que se entrega a la solución de problemas causados principalmente por idiotas inmaduros. Algunos de estos problemas no tienen un desarrollo ni una conclusión especialmente llamativos, así que durante la película no es raro alternar la sonrisa con el levantamiento de ceja.

Junto a la visión santificada del ejecutivo de Hollywood, el otro momento realmente divertido y transgresor de ¡Ave, César! es el vapuleo que se da a todo el asunto los guionistas comunistas de la época, mostrándolos como unos pedantes despistados y algo vividores, todo ello dentro de una parodia tanto de lo que fueron realmente como de lo que sus enemigos pensaban que fueron.

¡Ave, César! está salpicada por momentos que intentan imitar, aunque a través de una lente deformante, el Hollywood de la época: un número musical a lo Esther Williams, otro en la línea de Gene Kelly ‒en versión muy, muy gay‒, un película de vaqueros de serie B, otra al estilo de Ben-Hur

Y todo esto, sin que uno entienda muy bien a dónde nos quieren llevar los Coen, que terminan por contar una historia que casi no va más allá de la anécdota, sin que el espectador haya tenido una verdadera ocasión para involucrarse en la trama o en los problemas de los protagonistas.

¿Un vapuleo a Hollywood? ¿Lo contrario? ¿Una historia sobre la herencia de Jesucristo? ¿Una comedia tontorrona? ¿Un film de sketches? ¿Un ejercicio de estilo?

Lo dicho, desconcertante.

Sinopsis

Cuando la mayor estrella cinematográfica mundial desaparece en pleno rodaje y sus secuestradores exigen un enorme rescate para entregarle sano y salvo, hará falta el poder de los grandes nombres de Hollywood para resolver el misterio de su desaparición. No cabe duda de que ¡Ave, César!, una historia cómica que abre el telón y descubre el inesperado humor y el drama que se esconden entre las bambalinas de Hollywood, es una de las películas más imaginativas de los hermanos Coen.

Eddie Mannix (Josh Brolin) es el fixer (solucionador problemas) de un gran estudio de Hollywood. Para él, un día típico de trabajo empieza antes del amanecer, cuando se adelanta a la policía por minutos para impedir que una de las actrices en ciernes de Capitol Pictures sea acusada de ir contra la moral pública. No tiene un minuto para aburrirse y está disponible las 24 horas.

No se rueda una película sin que aparezcan problemas, y Mannix debe resolverlos, sea cual sea. Por ejemplo, se encarga de hablar con los líderes religiosos si van a rodar una epopeya bíblica, o de convencer al disgustado director Laurence Laurentz (Ralph Fiennes) para que acepte a la estrella de las películas del Oeste Hobie Doyle (Alden Ehrenreich) como el protagonista de un sofisticado drama.

Mientras pasa de una estrella en crisis a una estrella problemática, Mannix no solo debe convencer a la prensa de que no se ensañe con la sensacional actriz y nadadora DeeAnna Moran (Scarlett Johansson), que se ha metido en un buen lío, también debe intentar entender qué le pasa a la superestrella de los musicales Burt Gurney (Channing Tatum).

Pero por si no bastarán unos cuantos dramas en torno a egos gigantes para empezar el día, Mannix se topa con la mayor crisis de su carrera; uno de los actores más rentables del estudio, Baird Whitlock (George Clooney), ha sido secuestrado en pleno rodaje de la última epopeya de romanos titulada «¡Ave, César!». El trabajo del siglo ha sido reivindicado por un misterioso grupo que se hace llamar «El futuro». Si el estudio no les entrega 100.000 dólares, puede despedirse de su gran estrella.

Mannix vuela de un problema a otro, intentando que ninguno explote, mientras suelta información pertinente para que el nombre de sus actores no salga en las columnas de cotilleos escritas por un par de hermanas rivales, Thora y Thessaly Thacker (Tilda Swinton en un doble papel). Al menos, que no se vean envueltos en las historias inventadas que tanto gustan a los lectores de las hermanas.

Para Mannix, el solucionador problemas, todo esto forma parte de su trabajo.

La comedia transcurre en los años cincuenta, un periodo en el que la espléndida fachada de la industria cinematográfica empezaba a agrietarse. Los grandes estudios se habían visto obligados a vender una de sus grandes bazas, las salas de cine, y se enfrentaban a la llegada de un nuevo rival, la televisión. Tampoco eran ajenos a los cambios políticos y sociales posteriores a la II Guerra Mundial, entre los que podemos incluir la histeria producida por el «peligro rojo» y la Guerra Fría.

Hollywood respondió a las amenazas, reales o imaginarias, ofreciendo al público enormes producciones escapistas, como las epopeyas bíblicas, con miles de figurantes en pantallas panorámicas, atrevidos musicales en tecnicolor, auténticos espectáculos acuáticos al estilo de Busby Berkeley, así como un sinfín de películas del Lejano Oeste y sofisticados dramas de salón.

La maquinaria, perfectamente engrasada, funcionaba como un feudo propiamente dicho, con los jefes de los estudios controlando cualquier aspecto de la vida profesional y privada de los actores. Las carreras se modelaban a medida. Las estrellas aparecían en las películas escogidas por los jefes, se les indicaba cómo vestirse y con quién debían salir. Era inevitable que algún actor o actriz se rebelara e hiciera de las suyas. En ese caso, los estudios tenían un «fixer», alguien que se dedicaba a disimular la indiscreción del artista en cuestión para que el público no se enterase.

No importaba el coste, ante todo había que mantener la ilusión del glamur.

«Hoy en día estamos acostumbrados a saberlo todo de las estrellas y las celebridades, a escarbar en los oscuros pozos de sus vidas privadas», dice Scarlett Johansson, que encarna a DeeAnna Moran, una estrella acuática de cine libremente basada en Esther Williams. «Pero entonces, el público quería creer que las estrellas eran tan ideales como la imagen que se daba de ellas. Los estudios hacían todo lo posible para proteger a sus ‘posesiones’. Los actores eran una propiedad: firmaban contratos que les ataban para toda la vida a un solo estudio, que podía ‘prestarlos’ a otro estudio. El sistema tenía su lado bueno y malo. Por una parte, los estudios cuidaban de sus actores; por otra, podía llegar a ser sofocante».

En aquella época había hombres que se dedicaban a proteger a las estrellas, como Eddie Mannix, el solucionador de problemas del ficticio estudio Capitol Pictures. El personaje es una fusión entre el auténtico Eddie Mannix y Howard Strickling, los famosos «fixers» de MGM. En la película, Mannix, que había sido portero de cabaret, se pasa el día apagando incendios: desde algún desliz sexual, hasta convencer a líderes religiosos para que aprueben el último gran espectáculo bíblico. «Su trabajo consistía en rescatar a un actor en plena borrachera en San Diego y pagar a todos a los que había ofendido, o convencer a alguien gay para que se casara», explica Ethan Coen.

La idea de ¡Ave, César! nació hace más de diez años, según cuenta George Clooney, el oscarizado actor que da vida al vanidoso y malcriado Baird Whitlock, el protagonista absoluto de la epopeya bíblica «¡Ave, César!», que da título a la película real.

George Clooney estaba trabajando en otra película de los Coen cuando le hablaron del proyecto. «Me preguntaron si me apetecía hacer el papel de un actor al que secuestran», recuerda. «Habían escrito unas tres páginas con unos diálogos sensacionales. Dije que sí sin pensarlo».

Pasaban los años y siempre que algún periodista le preguntaba qué proyectos tenía en mente, salía a relucir ¡Ave, César! «Incluso apareció en IMDB», dice el actor, «pero no había guión, esa era la pega».

Joel Coen confirma lo anterior: «Es verdad. Al final, con tanta gente preguntándonos por la película, decidimos sentarnos y empezar a escribir el guión. Además, el tiempo apremiaba. Si esperábamos más, todos los actores que queríamos estarían demasiado viejos para los papeles», añade, riendo.

A pesar de destapar el lado más hipócrita del sistema de estrellato de los grandes estudios, los hermanos Coen también muestran su respeto y admiración por el profesionalismo y la habilidad que caracterizaba la edad de oro de Hollywood. Seguimos las vidas en y detrás de la pantalla de las personas a las que Mannix protege a través de varios rodajes en los platós de Capitol y en decorados naturales en Los Ángeles y alrededores.

Antaño, el solucionador de problemas en un estudio era la garantía de que la imagen de las estrellas estaba protegida. «Tengo la impresión de que hoy se necesitan más que nunca», añade Channing Tatum. «Ahora, las estrellas contratan a publicistas y abogados simplemente porque un ‘fixer’ no podría con todo. Hoy en día hay que andarse con mucho cuidado, pero en 1951 podías hacer la peor barbaridad, llamar a Eddie Mannix y decirle: ‘Tío, he metido la pata’. Y él contestaba: ‘No toques nada, voy para allá’. Da un poco de miedo pensarlo».

Josh Brolin comenta que algunos de los problemas que resuelve Mannix tal vez no escandalizarían a nadie, pero hay paralelismos contemporáneos. «Los problemas han cambiado, pero ahora tenemos el National Enquirer y ese tipo de publicaciones. Esos periodistas no se rinden nunca porque están convencidos de que todo actor, director o productor miente, que nunca dice la verdad, y que si siguen escarbando, encontrarán algo. El problema es que el 50% de las veces tienen razón. E incluso cuando no la tienen, si te enfrentas a ellos, rehúsan reconocerlo».

En opinión de Ralph Fiennes, detrás del humor de ¡Ave, César! vive un auténtico microcosmos del negocio del entretenimiento: «La película estudia la jerarquía, la vanidad, la inseguridad y la soledad. Observa el sueño del éxito y el dolor del fracaso. Muestra hasta qué punto está expuesta la fragilidad humana y cómo aumenta en el mundo del cine y del teatro».

Copyright del artículo © Vicente Díaz. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © Mike Zoss Productions, Working Title, Universal Pictures. Reservados todos los derechos.

Vicente Díaz

Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad Europea de Madrid, ha desarrollado su carrera profesional como periodista y crítico de cine en distintos medios. Entre sus especialidades figuran la historia del cómic y la cultura pop. Es coautor de los libros "2001: Una Odisea del Espacio. El libro del 50 aniversario" (2018), "El universo de Howard Hawks" (2018), "La diligencia. El libro del 80 aniversario" (2019), "Con la muerte en los talones. El libro del 60 aniversario" (2019), "Alien. El 8º pasajero. El libro del 40 aniversario" (2019), "Psicosis. El libro del 60 aniversario" (2020), "Pasión de los fuertes. El libro del 75 aniversario" (2021), "El doctor Frankenstein. El libro del 90 aniversario" (2021), "El Halcón Maltés. El libro del 80 aniversario" (2021) y "El hombre lobo. El libro del 80 aniversario" (2022). En solitario, ha escrito "El cine de ciencia ficción" (2022).