Inventar un mundo es monopolio exclusivo de los grandes creadores. James Cameron, un incurable adicto a la grandeza, figura entre estos últimos. Su nueva película, Avatar es el camino más despejado y convincente hacia otro universo que hoy pueda imaginarse.
Con una base argumental que demuestra el irresistible influjo del antropólogo Joseph Campbell –una moda cultural que le debemos a George Lucas–, Avatar aborda una historia en la que el héroe se redime y encabeza una revolución.
Como es natural, en un relato de estas características no pueden faltar las convenciones. ¿Qué sería de nosotros sin ellas? Heredera de una gran tradición legendaria, la película se hunde en el mismo pozo de sueños que tantas otras epopeyas, y en este sentido, poco de lo que nos cuenta es rigurosamente nuevo. Sin embargo, en su conjunto, tiene los rasgos de una obra excepcional, narrativamente irrefutable.
A la vista de esa insistencia en ingredientes conocidos, uno se siente tentado a creer que Avatar aporta pocos detalles de originalidad. Pero seamos sinceros, ¿no es eso, precisamente, lo que realmente nos atrae de los clásicos?
Al ponernos sobre aviso desde un primer momento, Cameron nos sumerge en una historia de fuego de campamento: un relato tan estilizado como los que podemos hallar en las estanterías de la biblioteca más cercana, en la sección dedicada a mitos y leyendas.
Después de todo, esto no es un blockbuster, sino algo mucho más elevado.
Para el espectador que no ha perdido el sentido de lo maravilloso, Avatar tiene el veneno de la evasión, y viene a ser como el armario que C.S. Lewis imaginó en sus Crónicas de Narnia, o como el tornado que conduce a Dorothy hasta el país de Oz.
Dicho de otro modo: Cameron abre una puerta de acceso a ese planeta mágico y violento llamado Pandora. Un territorio tan verosímil, tangible y exuberante, y con tantas riquezas escondidas, que nos olvidamos de su razón de ser: esa tecnología prodigiosa que, ténganlo por seguro, ha de revolucionar el mundo del cine.
Nos situamos en un futuro lejano. Jake Sully (Sam Worthington) es un veterano de guerra que ha quedado parapléjico. Su hermano gemelo ha muerto asesinado, y Jake tiene la oportunidad de sustituirlo en una difícil misión. El joven es trasladado al planeta Pandora, habitado por la raza alienígena de los Na’vi: un pueblo guerrero, de aspecto felino, que usa lanzas y cabalga sobre reptiles voladores.
Sully no habitará en Pandora con su identidad terrestre. En realidad, su identidad (su avatar) se implanta artificialmente en un Na’vi.
La doctora Grace Augustine (Sigourney Weaver), una botánica sumamente decidida e idealista, es quien guía los pasos de Sully en su prodigiosa aventura. Colabora en el proyecto de Grace un antropólogo (Joel David Moore) que también se interesa por la civilización Na’vi. Transformado en un extraterrestre de gran estatura y piel azulada, Sully pasa a integrarse en la cultura de Pandora. Ahí surge el romance, pues el infiltrado llega a enamorarse de una alienígena, Neytiri (Zoe Saldana).
Por desgracia, el planeta atesora un valioso mineral, y eso motiva que la gran corporación encargada de colonizarlo tenga otros planes. Al frente de la fuerza militar que protege ese proyecto se sitúa el Coronel Quaritch (Stephen Lang), un tipo duro que desconoce la derrota, y que lidera las fuerzas de seguridad como si fuera un señor de la guerra.
El cinéfilo veterano reconocerá en la historia ese linaje argumental que les comentaba, y que va desde Bailando con lobos y El gran combate hasta Terminator y Aliens –el personaje de Giovanni Ribisi es idéntico al de Carter Burke en aquella formidable secuela–, todo ello sin olvidar semejanzas puntuales con productos menores –véase la escuela de vuelo de Dinotopía– y alusiones a sagas literarias como aquella que Edgar Rice Burroughs ubicó en Marte. Por supuesto, estas y otras citas quedan siempre en un segundo plano, dado que la experiencia que Cameron propone puede resumirse en dos categóricas palabras: inmersión absoluta.
El detallismo es tan obsesivo y la ecología es tan congruente que ese panorama sintético deja de serlo, y pasa a convertirse en una realidad literal, con una complejidad que embellece su magia narrativa.
Por si ello no bastara, la recreación digital de Sam Worthington y Zoe Saldana no enmascara ni un ápice de sus emociones. Así pues, tanto en el macrocosmos –la biodiversidad del entorno– como en su microcosmos –la sensibilidad y virtudes expresivas de los actores–, Avatar propone todo un festín para los sentidos, y lo que es mejor, lo hace desde una perspectiva grandilocuente, casi operística.
El trasfondo ideológico y moral también es rico en significados. Así, las fuerzas militares plantean lecturas en torno a la conquista de Norteamérica, sin olvidar equivalencias subterráneas con Vietnam e Irak.
De igual modo, los oscuros planes de la corporación que explota Pandora sugieren algunos pecados de las multinacionales. Incluso la civilización de los Na’vi extrae su fundamento de la hipótesis Gaia, creada por James Lovelock y adoptada, en nuestro mundo real, por ecologistas y seguidores de la New Age.
Desde luego, podría seguir, pero Avatar no es una obra de tesis, sino un soberbio entretenimiento, destinado a quien desea vivir la plenitud de la aventura. Y en esa faceta espectacular, no cabe pasar por alto el tramo final de la cinta.
Ahí es donde Cameron da varias lecciones de épica, y es que el realizador sabe de qué modo aportar fuerza, ardor y claridad a las escenas de acción.
Doce años después de Titanic, el director canadiense ha vuelto a cruzar una frontera que sólo está al alcance de muy pocos. El enorme talento que le permite convertir los tópicos en algo personal se une a una puesta en escena en la que cada minúsculo detalle está cargado de intención. ¿Qué más se puede añadir?
Durante su preproducción, Avatar fue una suerte de leyenda urbana. Algo así como aquel fallido Spiderman que, durante años, fue el proyecto más anhelado por Cameron. Según sus productores, el primer tratamiento del guión –ochenta páginas que hoy valen millones– fue registrado por el director allá por 1995.
El tono de la historia, deliberadamente pulp, venía a ser un homenaje a la serie de novelas protagonizadas por John Carter de Marte, uno de los personajes más populares de Edgar Rice Burroughs.
Todo parecía ir sobre ruedas, pero el éxito de Titanic y el empeño puesto por Cameron en la realización de documentales complicaron el proceso. El título provisional del guión, Project 880, despistó a quienes pensaban que el nuevo largometraje del canadiense iba a ser Battle Angel, inspirado en el manga del mismo nombre.
El propio Cameron aclaró la confusión: Project 880 no era otra cosa que Avatar. Una vez abandonado el plan de rodar en primer término Battle Angel, el director señaló que Avatar sería el comienzo de una trilogía. O incluso algo más.
La compañía de efectos especiales de Peter Jackson, Weta Digital, fue la empresa elegida para llevar a cabo los complicadísimos trucajes de esta superproducción. El entrañable Stan Winston, veterano maquillador y constructor de criaturas animatrónicas, se incorporó al rodaje poco después de que Jackson pusiera en marcha a sus colaboradores en Nueva Zelanda.
Con todo, el de los trucajes no fue el único cometido laborioso de esta filmación. Y eso que, a estas alturas, el departamento de efectos parecía un centro de operaciones de la NASA.
Para diseñar la cultura extraterrestre de Avatar, Cameron formó un equipo académico, encabezado por Paul Frommer, filólogo y director del Center for Management Communication en la Universidad del Sur de California. Con la ayuda de Frommer y de otros especialistas, el cineasta ha conseguido un grado inédito de realismo en la ambientación.
El sistema de rodaje tridimensional puesto en práctica –el llamado Reality Camera System, RCS, cuya patente poseen Cameron y Vince Pace– consta de dos cámaras de alta definición y una cámara convencional. Si bien parte de las posibilidades del RCS están en proceso de experimentación, el cineasta canadiense ha superado todas las dificultades. De hecho, el resultado final es de una calidad fotográfica desconocida hasta hoy. Lo pudieron comprobar Steven Spielberg, Peter Jackson y George Lucas, que asistieron al rodaje para evaluar el metraje inicial.
Los estudios elegidos por el realizador en Los Ángeles y Nueva Zelanda fueron sometidos a un hermético plan de seguridad que, en la medida de lo posible, evitó las filtraciones.
Esas medidas las dicta, en todo caso, el buen sentido, pues Avatar se ha venido promocionando como una de las sorpresas cinematográficas de la década. Y créanme, no ha de defraudar esa expectativa.
Sinopsis
El realizador James Cameron, ganador de un premio de la Academia a la mejor dirección, comenzó el rodaje de Avatar –su primera película como director desde Titanic– en abril de 2007, tal como anunciaron los Presidentes de Fox Filmed Entertainment, Jim Gianopulos y Tom Rothman.
Combinando la fotografía en acción real con las nuevas técnicas de producción inventadas por el equipo de Cameron, Avatar ofrecerá al público una experiencia cinematográfica única. Avatar se rodará en 3D y se estrenará en el nuevo formato digital 3D. Con el continuo desarrollo de los sistemas de proyección digital, tanto el estudio como los cineastas esperan que para el verano de 2009 haya muchos cines con formato 3D digital.
En Avatar, Cameron utilizará técnicas revolucionarias de captura de imágenes y un sistema virtual de cámaras en tiempo real, para crear nuevos mundos y mezclarlos con actuaciones reales como nunca se ha hecho hasta ahora.
Cameron escribió Avatar partiendo de una idea en la que ha trabajado durante una década, mientras desarrollaba la tecnología necesaria para dar vida a un mundo totalmente imaginario. Un retorno al género de aventuras y ciencia-ficción que le hizo famoso, Avatar también es un viaje emocional de redención y revolución.
Es la historia de un ex-marine herido, quien, por causas ajenas a su voluntad, se verá obligado a establecerse en un planeta exótico rico en biodiversidad, y que acabará liderando a la raza indígena en su lucha por la supervivencia.
De nuevo se combinan elementos propios del entretenimiento masivo con otros de carácter más íntimo, que hicieron de Titanic la película más taquillera de todos los tiempos, un título que aún conserva.
Cameron afirma: “Para mí, como fan de la ciencia ficción y la acción, Avatar es el proyecto ideal. Estamos creando un nuevo mundo, un ecosistema lleno de plantas y criaturas fantasmagóricas, además de un pueblo nativo con una cultura y un idioma muy ricos. Una historia tan épica como emotiva”.
“Las dos cosas que harán posible esta película –añade– son, por una parte, los últimos avances en efectos generados por ordenador y en captura de imágenes y, por otra, mi relación desde hace 22 años con Fox, ya que sólo puedes trabajar de forma tan arriesgada con alguien en quien confíes plenamente. Mi intención es agradecerles esa relación dándoles un proyecto ganador. Y tengo el equipo necesario para hacerlo, el mejor equipo de artistas y técnicos con los que he tenido el privilegio de trabajar. Ésta va a ser una gran aventura”.
Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.
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