Adèle Blanc-Sec, el aclamado cómic de Jacques Tardi, cae en manos de Luc Besson, el hombre que consiguió que el cine galo sea el favorito en las taquillas de su propio país. El humor y las aventuras se dan cita en este film irregular, pero simpático y técnicamente impecable.
Todo un clásico para los aficionados a la bande desinée, «Las extraordinarias aventuras de Adèle Blanc-Sec» se puede considerar la obra heredera de Tintín al narrar las aventuras de una arrojada periodista. Sus historias también están hermanadas con los clásicos aventureros de Julio Verne y Conan Doyle, pero también con las fantasías pulp del siglo XX, donde no faltan monstruos, sectas malignas o científicos locos.
Si el personaje de los cómics es tan taciturno y seco como su apellido indica, en la película Adèle resulta más pizpireta, una reportera «echada para adelante», más cercana a la Lois Lane de Superman que al original de Tardi.
Luc Besson ha optado por la adaptación no literal –algo que nunca convence a los fans de los cómics, pero que suele ser la única opción válida para hacer una película y no un belén viviente–, tomando como referencia el primer álbum (Adèle y la bestia, 1976) y el cuarto (Momias enloquecidas, 1978). Pese a los intentos de hacer que los elementos de las distintas historias casen, el resultado final está cerca del barullo.
El planteamiento del film, y aún más su encantador desenlace, resultan altamente entretenidos y vistosos, pero la parte central de la película se compone de chistes de escaso gusto, con ese humor francés pueril y grosero que tan poca gracia tiene, y que es el talón de Aquiles de un director por otro lado tan notable como Besson.
La película tontea con la caricatura, incluso en los maquillajes prostéticos de algunos actores, y en otros momentos –los mejores–, se centra en la aventura y el humor algo más inteligente, incluyendo algunos comentarios sobre la superioridad de la antigua civilización egipcia respecto al mundo moderno o la acertada crítica a la delegación de trabajo, también conocida como «pasar el marrón».
Como en las películas de imagen real sobre Sin City o Dick Tracy, la aparición de esos personajes de rasgos caricaturescos se hace algo chocante, y la inclusión de humor de guardería entre escenas de intriga, e incluso dramáticas, recuerda en cierto modo el desconcierto que sembraba en el espectador el Mortadelo de Guillermo Fesser.
Todos estos detalles negativos se concentran básicamente en el nudo de la película, pero se disipan en un magnífico desenlace en el que no hay ni persecuciones ni peleas ni terremotos, sino un clímax que combina emoción, humor y buenos modales, además de unas momias que lucen el aspecto de auténticas momias, no esos zombis vendados que siempre vemos en las películas.
Un breve desnudo, un accidente gore y algunos chistes verdes impiden que Adèle y el misterio de la momia sea una película recomendable para toda la familia, pero no llega a ser tan fuerte como para que ningún niño se traumatice. Al fin y al cabo, Gremlins o Los Goonies eran más atrevidas y a todos nos enamoraron de pequeños.
Sinopsis
Corre el año 1912. Adèle Blanc-Sec, una intrépida y joven reportera asumirá todos los retos para lograr sus objetivos, incluyendo el de navegar por Egipto para investigar momias de todos los tipos y tamaños.
Mientras tanto, en París, misteriosamente ha nacido un pterodáctilo de un huevo de más de 136 millones años de edad que se encontraba en un estante en el Museo de Historia Natural, y desde el cielo el ave somete a la ciudad a un reinado de terror.
Pero nada impresiona a Adèle Blanc-Sec, cuyas aventuras esconden muchas más sorpresas extraordinarias…
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