Aunque a algunos cineastas les cueste admitirlo, incluso los genios del séptimo arte deben mucho a sus contemporáneos. En el caso de Buñuel, esos contemporáneos protagonizan un siglo, y su imaginación y talento oscilan entre el cine, la literatura, la pintura o el simple arte de vivir.
Por su sinceridad, este prodigioso epistolario es mucho mejor que unas memorias (Recordemos que las del realizador, tituladas Mi último suspiro, fueron escritas, al dictado, por Jean-Claude Carrière).
Como el lector podrá comprobar, estas cartas son todo un compendio buñuelesco. Lo podemos leer de forma fragmentaria y caprichosa, como si el tomo reuniera fragmentos de un diario: confidencias, peticiones, quejas con las que distraer la tarde, visiones creativas, claves privadas y también gestos de afecto.
Son textos que, en definitiva, que también nos ponen en contacto con ese Buñuel cordial y ocurrente, que repartía dry martinis entre sus invitados y al que le traía sin cuidado la posteridad («Mi padre siempre decía que cuando muriera se borrara su memoria», llegó a decir su hijo Juan Luis).
Sin duda, la significación académica de este caudal de cartas es un argumento a favor de la importancia del trabajo realizado por Jo Evans y Breixo Viejo. Ordenado y anotado de la mejor forma posible, el epistolario de Buñuel tiene gran interés para estudiosos y universitarios. Pero créanme, los méritos de este volumen no terminan ahí.
Don Luis ha sido canonizado por los cinéfilos y por los historiadores del arte, pero su obra y su personalidad ‒tantas veces contradictorias‒ son accesibles para todos, y en este sentido, su correspondencia proporciona una valiosa colección de claves para comprender por dónde discurrió su biografía y qué elementos alimentaron su creatividad.
Cerca de un millar de cartas escritas y recibidas por el sordo de Calanda, catalogadas cronológicamente, de 1909 a 1983, en casi 800 páginas, nos permiten acompañar al personaje en sus entusiasmos y en sus desencuentros, en sus proyectos y sus obsesiones. Obviamente, no hay aquí una revelación de grandes secretos, pero sí queda desvelado algún que otro detalle íntimo, y de paso, se suman al coro voces como las de André Bretón, Federico García Lorca, Francisco Rabal, Fritz Lang, Jean Cocteau, Julio Cortázar, Marie-Laure y Charles Noailles, Pepín Bello, Salvador Dalí, Val del Omar o Vittorio De Sica, entre otros muchos.
Gracias a este libro extraordinario, el Buñuel temporal se convierte en reflejo del Buñuel inmortal, arquetipo del surrealismo y testigo de una época convulsa e irrepetible.
Sinopsis
Durante estas últimas décadas, los estudios críticos sobre el cineasta Luis Buñuel (1900-1983) han dependido de un número limitado de fuentes primarias —sus memorias y libros de conversaciones— que, con mejor o peor suerte, han marcado el estado actual de nuestro conocimiento sobre su obra.
Frente a dicha tendencia, Correspondencia escogida ofrece una nueva fuente de información original al presentar casi un millar de cartas escritas y recibidas por Buñuel a lo largo de su extensa trayectoria profesional.
Jo Evans y Breixo Viejo no solo han compilado, debidamente anotadas, las cartas del cineasta que hasta ahora se habían publicado de forma dispersa, sino que han seleccionado además cientos de misivas inéditas, procedentes de archivos públicos y privados en España, Francia, Italia, Inglaterra, México y Estados Unidos.
A través de su epistolario, la figura de Buñuel reaparece aquí con voz propia y bajo una nueva perspectiva que se aleja por igual de anécdotas estereotipadas y falsas mitomanías. El cineasta se presenta como protagonista principal del cine poético y transgresor de su tiempo, desde Un perro andaluz (1929) hasta Ese oscuro objeto del deseo (1977), a través de geografías y sistemas de producción muy diversos. Pero este Buñuel epistolar es, además, interlocutor privilegiado de un grupo de creadores —directores, productores, actores, guionistas— con los que intercambia esenciales reflexiones sobre el arte cinematográfico: es dicho carácter polifónico de Correspondencia escogida el que, paradójicamente, desafía el enfoque individualista al que nos tiene acostumbrados la teoría del autor.
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