Podemos entender la historia de Argentina como una saga: una sucesión de acontecimientos y una genealogía de personajes que evolucionan en una línea de continuidad. Sin embargo, uno sale de este libro excepcional con cierta sospecha de que la crónica argentina tiene algo de eso que el matemático francés René Thom definió, allá por los años cincuenta, como la teoría de las catástrofes.
Nos habla Thom de la tendencia de los sistemas estables a mostrar discontinuidades y cambios repentinos, divergencias y retornos al origen. Es como si, llegado cierto punto, fuera imprescindible una brusca sacudida en los raíles del tren. Me dirán que esta fórmula también vale para España, y tendrán razón, pero es muy tentador tenerla en cuenta al leer este diccionario personal de la Argentina: un ensayo formidable, escrito por Blas Matamoro con una mezcla de precisión, inteligencia y amenidad.
La vida y la victoria, la muerte y la derrota, el fulgor y la melancolía. Entre esos márgenes oscilan los personajes, los rasgos y los acontecimientos que Matamoro va presentándonos en esta enciclopedia íntima, donde caben la oligarquía y Carlos Gardel, Eva Perón y el psicoanálisis, Borges y los gauchos, Alberto Ginastera y Victoria Ocampo, Ernesto Che Guevara y Domingo Faustino Sarmiento. Podría continuar, pero la gracia consiste en tomar este libro por cualquiera de sus entradas y dejarse llevar por las sincronicidades.
En este desfile alfabético, dosificado con mucho ingenio, el autor amplifica la riqueza simbólica y cultural de Argentina, volviendo inteligible para el forastero la singularidad de ese extraordinario país.
Matamoro ahonda en claves profundas, y eso nos ayuda a entender la dinámica y la estática del ser nacional. Digamos que esta obra enumera las reglas del juego argentino, pero también el modo peculiar en que algunos han participado en ese juego, cambiando las normas o agitando el tablero, por puro instinto o con el deseo de corregir el resultado a su gusto.
Decía Eco que las ciencias humanas son interpretaciones de interpretaciones. Pero no exageremos esa subjetividad. Tengo la impresión de que el modelo explicativo de Matamoro ‒un modelo que acarrea memoria, cultura, ensueño y constancia documentada‒ es más científico que el de algunos historiadores y antropólogos. Y por otro lado, este libro está escrito con un talento literario tan notable que el placer de la lectura se sobrepone al resto de sus virtudes.
Sinopsis
Un diccionario personal es un rincón ideal para verter la memoria fragmentada, siempre ocasional y trufada de grandes olvidos o pequeñas rendiciones de cuentas. Es un intento de rememorar lo olvidado, aprender lo nunca sabido o retener la vida que ya pasó, trazando un laberinto íntimo de nombres propios y lugares que constituyen ese material perecedero del que estamos hechos. Pequeño manual de inquietudes, que tiene mucho de historia personal, en este diccionario personal de la Argentina Blas Matamoro reconstruye, «con ritmo de tango», el particular espacio emocional de un exilado argentino convertido, tras cuatro décadas en España, en castizo gato forastero del viejo Madrid.
Para este porteño, la Argentina y la Reina del Plata, Buenos Aires, a pesar de la distancia, con todos sus vicios y sus virtudes, siguen siendo seductoras e irresistibles: por su historia, por su permanente decadencia, por su melancolía por el oro disipado. Es un país que canta que «sean eternos sus laureles»; una nación que ha producido «genios», inventores de un género, que no reconocen antecedentes, se forman a sí mismos y reiteran la imagen de una nación edificada en el desierto de la historia. Así, la Argentina ha producido tres genios: el escritor Domingo Faustino Sarmiento, inventor de la novela familiar del fundador; la actriz Niní Marshall, que colaboró a crear, en clave cómica, esa antigua e incesante novedad llamada «condición femenina»; y el pintor Cándido López, que en sus cuadros de crónica histórica, inventa la perspectiva aérea en la llanura pampera.
Matamoro no olvida el emblema porteño por antonomasia, el tango, «una suerte de ciudad volante que toca tierra cuando se toca un tango»; tampoco la excepcionalidad argentina, que está en la raíz de personajes con una aureola mitológica que no puede ser sino argentina: Carlos Gardel, Ernesto Che Guevara, Evita Perón, Jorge Luis Borges, Astor Piazzolla, Diego Maradona o el papa Francisco. Argentina: la provincia europea, la marca austral de una Europa inventada por los argentinos.
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