Cualia.es

«Nietzsche y la música», de Blas Matamoro

No sé hasta qué punto considerarán frívola mi primera aproximación musical a Nietzsche, pero ya se sabe que son minoría quienes descubren sus necesidades filosóficas con un propósito bien determinado y sin ceder a la digresión. Por lo tanto, consideren las próximas líneas como simples detalles de atrezzo, añadidos por mí al poderoso escenario intelectual que Blas Matamoro construye en su magnífico libro.

Como ahora verán, una cosa fue llevándome a otra. Cuando acudí al reestreno de 2001: una odisea del espacio, allá por los ochenta, quedé asombrado con su banda sonora. En especial cuando, durante el primer episodio de la epopeya de Kubrick, sonó el poema sinfónico Así habló Zaratustra (1896), de Richard Strauss.

A partir de ese recordatorio, exploré las claves nietzscheanas de la película, fáciles de averiguar si tenemos en cuenta que la obra de Charles Darwin ‒capital en 2001‒ constituyó un serio desafío para el propio Nietzsche, quien pasó de admirar el evolucionismo biológico a discutirlo en sus conceptos esenciales. Al margen de este detalle, el film consiguió que, desde entonces, uno asocie siempre al filósofo con la música de Strauss. Tanto es así, que incluso me acuerdo de Nietzsche cuando escucho Así habló Zaratustra reutilizado como fanfarria ‒ay‒ en aquellos conciertos pop que Elvis Presley protagonizó en los setenta.

A diferencia de este apunte trivial, la obra de Matamoro es el resultado de un profundo estudio. En sus páginas, hallamos un retrato biográfico de Nietzsche y un análisis de sus afinidades intelectuales y musicales, comenzando por su doble y complicada adhesión a Schopenhauer y a Wagner.

Sin duda, este último es el creador que aparece citado en más ocasiones, a través de todos los episodios que llevaron al filósofo del amor al odio por el compositor. En todo caso, la etapa de fascinación es de enorme interés. Nietzsche, nos recuerda Matamoro, «declara haber escrito El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música como si lo hubiese estado escuchando Wagner«. Por otro lado, en Richard Wagner en Bayreuth «se ve al músico como uno de esos genios de excepción, esos hombres inactuales cuya patria no está en la época sino en otra parte, donde se explican y justifican. No sólo había descubierto un arte nuevo, sino el Arte en sí mismo».

La relación de Nietzsche con la música nos permite entender dicho arte como un medio de acrecentar la vida y alcanzar la trascendencia, válido para cualquier momento y ocasión. No en vano ‒leemos de nuevo a Matamoro‒, «el hombre es, a través del arte, un animal trascendente, que propende hacia una mundanidad otra que la de este mundo. Pero esa alteridad mundana está en éste y reside en su cuerpo. Cuando el animal consigue construir una simbólica con su corporeidad, es entonces trascendente».

A la música se refieren las distintas perspectivas de este libro, y en este sentido, me parece muy significativo el último tramo de la obra, en el que descubrimos otros rechazos y preferencias personales ‒¿qué otros compositores le agradaban a Friedrich?‒, y en el que también conocemos esas obras que él mismo llevó a la partitura con la ayuda inestimable de su amigo Peter Gast.

Nietzsche y la música es, pues, un libro excepcional, en el que la autoridad del filósofo y sus aspiraciones más hondas son sometidas al escrutinio de Blas Matamoro, un escritor formidable, capaz de vislumbrar nuevas respuestas a viejas preguntas.

Sinopsis

Ensayista y diletante de filólogo, poeta, filósofo y compositor, acaso Nietzsche sólo consiguió anudar este archipiélago de inquietudes con el hilo rojo de la música.

Dice de él Rüdiger Safranski, uno de sus más agudos lectores, que la música fue para Nietzsche el único mundo verdadero, lo cual equivale a decir: el único mundo sin ficción, sin mentira moral ni fabulación histórica. Y añade Safranski, definiendo la música nietzscheana –la que nunca pudo componer– un vocablo directamente intraducible: das Ungeheure. Lo inmenso, imponente, monstruoso, terrible, tan admirable como el igualmente intraducible deinos en el coro de Antígona.

En la música halló Nietzsche el escenario donde montar el coro, a veces consonante y otras disonante, de sus contradicciones: diálogos, guerrillas verbales, silencios. Al final se volvió inmóvil y taciturno. Las palabras lo habían abandonado pero no la música, ni su madre. Sonreía al escucharla y podía aún descifrarla en el piano. Este libro del ensayista y crítico musical Blas Matamoro intenta ser la breve y articulada partitura de lo que, tal vez, componga la única posible biografía íntima del escritor: la historia de un hombre que llevó el verbo al extremo de sus contrasentidos, hasta que se volvió grito –cuando no llegó a ser canto– y culminó en silencio cuando cesó de cantar, sosegado por la locura.

Blas Matamoro (Buenos Aires, 1942), escritor, periodista y crítico musical. Ha sido corresponsal de La Opinión y La Razón (Buenos Aires), Cuadernos Noventa (Barcelona) y Vuelta (México, bajo la dirección de Octavio Paz, de 1988 a 1998). Dirigió Cuadernos Hispano-americanos (1996-2007) y colabora en diversos medios como crítico literario y musical.

Escribe para la revista Scherzo, donde tiene una bitácora personal habitual. Entre sus ensayos destacan Por el camino de Proust (1988), las biografías de Schumann (2000) y de Rubén Darío (2002), o sus estudios musicales Proust y la música (2008) o Thomas Mann y la música (2009).

Junto a Fernando Fraga, ha escrito los libros Vivir la ópera (1994), La ópera (1995), Morir por la ópera (1996) y Plácido Domingo: historia de una voz (1996). En 2010 ganó el Premio Málaga de Ensayo con su obra Novela familiar: el universo privado del escritor. En 2012 publicó una antología de sus cuentos, Los bigotes de la Gioconda (Tres Rosas Amarillas). Es autor de los ensayos Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (Fórcola, 2012), y El amor en la literatura: De Eva a Colette (Fórcola, 2014). Para Fórcola ha preparado la traducción, edición y prólogo de Consejos maternales a una reina: Epistolario 1770-1780 (2011), una selección de la correspondencia personal entre María Teresa I de Austria y María Antonieta de Francia.

Es responsable de la edición de Cartas sobre Luis II de Baviera y Bayreuth (Fórcola, 2013), de Richard Wagner, del que ha hecho la introducción, y se ha encargado de la selección y traducción de las cartas del músico alemán que dedica al rey mecenas, documento histórico inédito hasta ahora en español.

Se ha encargado de la edición de Mi testamento (Fórcola, 2013), de Napoléon Bonaparte, del que ha realizado la traducción, primera edición íntegra al español, y la primera edición crítica, siendo además responsable de la autoría de un largo ensayo que prologa el texto titulado Finale: Allegro fúnebre.

Es prologuista de las biografías Juan Rulfo. Biografía no autorizada (Fórcola, 2012), de Reina Roffé, y de Vivant Denon. El caballero del Louvre (Fórcola, 2012), de Philippe Sollers.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © Fórcola. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.