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«Ciudad de noche eterna» (1919), de Milo Hastings

En 1918, las potencias europeas y Estados Unidos firman un armisticio que pone fin a la Primera Guerra Mundial. En 1919, el Tratado de Versalles concluye oficialmente la contienda. Sin embargo, Europa estaba demasiado agotada como para sentir euforia alguna.

El trauma colectivo provocado por los 35 millones de muertos, mutilados y heridos del conflicto tardaría décadas en disiparse y las consecuencias de la destrucción humana y material marcarían la historia del continente a todos los niveles. El optimismo de comienzos de siglo se evaporó, el pacifismo y los movimientos internacionalistas se solaparon con un renovado militarismo y un nacionalismo creciente. No fueron pocos los autores que pensaron –acertadamente– que el futuro no traería la paz.

La novela comienza en 2145, décadas después de finalizada la Segunda Guerra Mundial –que en esta ficción aconteció en 2098–. El mundo ha alcanzado la unidad política bajo la forma de una gran democracia global…con una excepción: Berlín, ciudad completamente oculta por una gran estructura acorazada de seis niveles, sin ventanas y defendida por letales rayos. Desde 1941, la ciudad, dirigida por los Hohenzollerns con mano férrea, se ha resistido a las presiones del resto del mundo para integrarse en el gobierno mundial.

Un ingeniero químico norteamericano, Lyman de Forrest, se halla explorando unas excavaciones mineras cuando encuentra un medio de penetrar en esta siniestra autarquía adoptando la identidad de un científico fallecido. Nadie sospecha de él porque para los desgraciados berlineses es inimaginable que alguien del exterior quiera entrar en ese gigantesco bunker donde nunca brilla el sol. El gobierno de este Berlín aislado es una dictadura totalitaria que ha impuesto una sociedad rígidamente estructurada cuyos individuos, a través de la eugenesia, han sido convenientemente educados desde la infancia para desempeñar una única tarea de la que no se les permite separarse el resto de sus vidas. El protagonista no tarda en entrar en contacto con los inevitables descontentos. La sensación de impotencia es tal que a excepción de compartir unos cuantos libros censurados, estos conspiradores de salón no pueden soñar con ascender a la categoría de rebeldes. La llegada del extranjero, sin embargo, precipitará los acontecimientos.

Ciudad de noche eterna fue serializada en siete entregas en la revista True Story, aunque su título original era Children of Kultur. El temor hacia el poder de una Alemania unida, fuertemente nacionalista y respaldada por un poderoso ejército, no era ni mucho menos nueva. Hemos visto en este estacio múltiples ejemplos de ello desde el último tercio del siglo XIX: historias de guerras futuras en las que Alemania jugaba el papel de cruel invasor. Pasó el tiempo y aquel sentimiento no hizo sino amplificarse a medida que las nubes de guerra se cernían sobre el continente hasta culminar en el estallido de la gran contienda en 1914.

Como sucede en todos los conflictos, una parte no despreciable del mismo se libró en el ámbito de la propaganda. Ambos bandos lanzaron campañas bien orquestadas para desprestigiar al adversario. Cuando Woodrow Wilson alcanzó la presidencia de los Estados Unidos en 1916, estableció el Comité de Información Pública, cuya misión era la de crear, a través de la propaganda, un clima probélico entre el pueblo norteamericano de cara a facilitar la entrada de su país en la guerra europea. La palabra alemana kulturcultura, fue una de las más repetidas en aquel contexto, apareciendo en panfletos como Conquista y Kultur o películas como Lobos de Kultur .

La novela de Milo Hastings fue concebida bajo esos parámetros ideológicos y su publicación, entre mayo y noviembre de 1919, coincidió con los últimos coletazos anti–germanos. Por eso, cuando tal sentimiento fue aplacándose, su título fue revisado como Ciudad de noche eterna (City of Endless Night) al recopilarse y publicarse en forma de libro en 1920.

Pese a que su aspecto de obra propagandística se diluyera con el tiempo, la novela siguió conservando validez durante buena parte del siglo. Aunque sólo se ha querido ver en ella un anticipo del ascenso fascista, lo cierto es que la trágica historia reciente de Europa alimentó no uno, sino dos nefastos sistemas autoritarios que, en un retorcido ejemplo de cómo la realidad imita a la ficción, hicieron suyos algunos de los elementos que Hastings había introducido en su novela. La distopía de la novela está regida por el socialismo autocrático, desarrollado por los alemanes del libro a partir del socialismo proletario(recordemos que el nacionalsocialismo era al fin y al cabo y como su propio nombre indica, una ideología socialista con fuerte carga nacionalista).

Las predicciones de Hastings fueron tristemente certeras. Comunes al nacionalsocialismo y al comunismo fueron ideas presentes en la novela como la manipulación de los pensamientos (a lo que, irónicamente, también aspiraba Wilson con su campaña antialemana), la supeditación del individuo a los intereses del Estado, el control de la prensa e intelectualidad («Todo periódico, todo libro y toda fotografía tiene su origen en los talleres del Departamento de Información… los textos los escriben trabajadores especialmente adiestrados del Servicio de Información») y el ateísmo («Nosotros, los superhombres, hace tiempo que repudiamos esa concepción blandengue del suave Dios cristiano y el servil Jesús judío») . Los nacionalsocialistas, por su parte, se inclinaron por la eugenesia, la creación de mitos raciales («El padre de Jesús era un aventurero de Asia Central de sangre teutónica (…) Sabemos desde hace tiempo que aquellos grandes hombres a quien las razas inferiores reclaman como suyos son en realidad de sangre alemana, y que la calidad guerrera de otros pueblos se debe a la diseminación de la sangre alemana por parte de nuestros primeros inmigrantes») o las leyes basadas en el racismo (matrimonios autorizados sólo entre miembros racialmente puros). Por su parte, los comunistas hicieron de sus países prisiones de los que nadie podía salir. La historia se encargaría de hacer un perverso guiño a Milo Hastings cuando los comunistas levantaron el Muro de Berlín en 1961, aislando a sus desafortunados ciudadanos del resto del mundo. El gran bunker-prisión de la novela se hacía realidad.

Clara influencia de Fritz Lang a la hora de crear su Metrópolis (1927)Ciudad de noche eterna es un libro interesante que se diría escrito veinte años después de su fecha de publicación. Aunque el tiempo no ha sido amable con su estilo literario, todavía se deja leer. Ciertamente, la peripecia del protagonista es bastante tópica: mientras se infiltra en el sistema, encuentra su talón de Aquiles y lo utiliza para derribarlo, todo ello con menos problemas de lo que uno podría esperar. Pero esa simpleza argumental queda hasta cierto punto compensada por su rápido ritmo y la cuidadosa descripción de la oprimida sociedad alemana. Ciudad de noche eterna no fue la primera novela antiutópica [recordemos Cuando el durmiente despierte (1899), de H.G. Wells, o El Mesías del Cilindro (1917), de Victor Rousseau], pero sí una de las primeras en plantear escenarios inquietamente familiares y verosímiles no sólo para sus contemporáneos, sino también para las generaciones venideras.

Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".